Error.Horror
A estas alturas, la real perplejidad ya se habr¨¢ percatado del patinazo, y el real escribidor de discursos tan herrados, como el corcel del conquistador, ocultar¨¢, su ignorancia o su falacia bajo los viejos y no tan viejos documentos, archivos y testimonios: de los cronistas de Indias al decreto de la Nueva Planta, por ejemplo, hay mucha tela que cortar y mucho desm¨¢n que contar. El castellano que es una hermosa lengua, no fue, sin embargo, para demasiados pueblos de aqu¨ª y de ultramar, un para¨ªso de encuentros y convivencia, sino una pica, una espada, un arma de sometimiento y humillaci¨®n. Pero no se condena una lengua. Se condena a quien la us¨® y engatill¨®, como un instrumento de dominio y expansi¨®n, y la denigr¨® en nombre de la gloria imperial.
A estas alturas, el presidente del ejecutivo ya se habr¨¢ apeado de sus arrebatos, de su facundia, de su mimo pat¨¦tico, tras el fracaso de su gabinete en las negociaciones con el gobierno marroqu¨ª, dejando una fuente de incertidumbres a los pescadores. Y qu¨¦ fogueo de amenazas, a quienes ha suministrado dineros y armamento, no para mejorar las condiciones del pueblo, sino de un r¨¦gimen desp¨®tico y feudal. Aunque, inmerso en la complicidad, no ha tenido ni el m¨¢s leve reproche por la infamia que se perpetra sistem¨¢ticamente con otro pueblo, que resiste en la barricada de la dignidad, de la raz¨®n y del derecho: el pueblo saharaui.
A estas alturas, el jefe de nuestra diplomacia ya habr¨¢ contemplado, por entre la lacia guedeja que crece en su incompetencia, los cad¨¢veres de dos ni?os palestinos destripados por los guerreros de la ira de un Israel de vindictas; esto es, la carne de la inocencia, marcada por un terrorismo, que les imput¨®, con frivolidad, inmolada ahora por un terrorismo de Estado, que dirige el flam¨ªgero Ariel, con ferocidad.
A estas alturas, entre la torpeza y la sorpresa, ya se han escuchado balbucientes excusas, pretextos y evasivas. D¨ªas de enredos y errores. Errores que nos han devuelto horrores del pasado y del presente. Pero la historia concluye midiendo, con pies iguales, las testas coronadas y las testas vacantes. Pero qu¨¦ incordio, con la historia cojonera esa.
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