La globalizaci¨®n no va bien, ni mucho menos
No me refiero a la burbuja de los valores tecnol¨®gicos que Alan Greenspan intenta desinflar con suavidad, ni al porvenir pr¨®ximo de la econom¨ªa estadounidense y, por ende, de las econom¨ªas europeas. De hecho, creo que las nuevas tecnolog¨ªas de la informaci¨®n (TI) han originado una pauta de largo recorrido de incremento de la productividad, de modo que, m¨¢s que una recesi¨®n, estamos contemplando una desaceleraci¨®n de la econom¨ªa norteamericana que, poco y poco y no sin sobresaltos, ir¨¢ recuper¨¢ndose.
La pregunta a la que intento responder es otra: llevamos entre cinco y diez a?os en los que la conjunci¨®n de unos mercados financieros sin fronteras, la internacionalizaci¨®n de la producci¨®n y la introducci¨®n de las nuevas tecnolog¨ªas de la informaci¨®n plantean un nuevo panorama, el de una econom¨ªa global. ?Cu¨¢l es su balance? Sus efectos ben¨¦ficos, ensalzados por tantos publicistas, ?est¨¢n siendo compartidos por todos a escala global?
El debate intelectual sobre la globalizaci¨®n y la nueva econom¨ªa tiene adalides entusiastas que en estos nuevos fen¨®menos no ven sino beneficios para la humanidad. No faltan razones: los mercados financieros sin barreras ofrecen hoy a cualquier pa¨ªs, incluidos los m¨¢s remotos y 'no interesantes', acceso inmediato a fondos financieros con los que desarrollarse (naturalmente, si la econom¨ªa del pa¨ªs est¨¢ en orden, si su marco pol¨ªtico es democr¨¢tico y su marco jur¨ªdico es estable). Las nuevas TI permiten montar, a partir de la creatividad, nuevas empresas punteras en los sitios m¨¢s insospechados (como el Estado de Bangalore, en la India), emergiendo nuevos silicon valleys en medio de un p¨¢ramo de subdesarrollo: los efectos ben¨¦ficos de tales polos se extender¨¢n sin duda con el tiempo al resto de la poblaci¨®n colindante.
Tambi¨¦n existen detractores a muerte de la globalizaci¨®n, que, convocados a trav¨¦s de la red de redes, organizan alteraciones p¨²blicas en toda reuni¨®n internacional del establishment y erigen foros alternativos como el de Porto Alegre, en los que se juntan (e intentan en vano llegar a acuerdos) nost¨¢lgicos de la teor¨ªa de la dependencia, paleoanticapitalistas y proteccionistas a ultranza con personas mucho m¨¢s sensatas que opinan que la globalizaci¨®n no va tan bien.
Ante este panorama de polarizaci¨®n, los intelectuales de centro-izquierda no pueden seguir aferr¨¢ndose a la m¨¢xima de la tercera v¨ªa, seg¨²n la cual la globalizaci¨®n entra?a riesgos y entra?a oportunidades: llega el momento de decir qu¨¦ riesgos exactamente, qu¨¦ oportunidades espec¨ªficamente. Y, sobre todo, llega el momento de hacer balance, para verificar si, en concreto, en el desarrollo de esta realidad global las oportunidades van pesando m¨¢s que los riesgos, o viceversa.
Para hacer un balance, y en esto siento contradecir al estimado Guillermo de la Dehesa (EL PA?S, 21 de abril pasado), no es apropiado establecer un horizonte de an¨¢lisis de veinte a cincuenta a?os que pudiera endulzar, sin pretenderlo, el juicio a realizar. La globalizaci¨®n, entendida como la suma de la globalizaci¨®n de los capitales, de los mercados y de las nuevas tecnolog¨ªas de la informaci¨®n, comenz¨® a principios de los a?os noventa, y realmente se consolid¨® a partir de 1996. Pues bien, ?qu¨¦ ha pasado en la d¨¦cada de la globalizaci¨®n?
Miremos a la realidad: el mundo se divide hoy en 28 pa¨ªses desarrollados que tienen el 15% de la poblaci¨®n y el 77% de las exportaciones mundiales, frente a 128 pa¨ªses en desarrollo que, con un 77% de la poblaci¨®n mundial, contribuyen con el 18% de las exportaciones mundiales. Junto a este panorama de opuestos diam¨¦tricos, en tierra de nadie, existen otras 28 econom¨ªas en transici¨®n.
Si miramos a las fr¨ªas cifras de la evoluci¨®n econ¨®mica del mundo en la ¨²ltima d¨¦cada, la evidencia de que se ha producido una trayectoria divergente entre los 28 pa¨ªses desarrollados y los 156 pa¨ªses restantes es abrumadora.
La inflaci¨®n, s¨ªmbolo universal de la competitividad y de la fiabilidad de un pa¨ªs, se ha moderado hasta alcanzar un 1,8% de media entre 1996 y 1999 para los pa¨ªses desarrollados. Sin embargo, aunque con un tel¨®n de fondo de bajadas espectaculares sobre la realidad de principios de los noventa, se mantiene a¨²n en cifras de dos d¨ªgitos para los pa¨ªses en desarrollo de ?frica, Oriente Pr¨®ximo, Am¨¦rica Latina y el Caribe y para las econom¨ªas en transici¨®n.
La balanza de pagos por cuenta corriente, que indica si un pa¨ªs puede pagar los bienes que precisa importar, ha sido excedentaria para el club de los 28, pero negativa para el resto, deterior¨¢ndose adem¨¢s en la segunda mitad de la d¨¦cada para ?frica, Latinoam¨¦rica y los pa¨ªses en transici¨®n. Naturalmente esto significa que, en vez de desaparecer el problema de la deuda externa de los pa¨ªses en desarrollo, ¨¦sta se ha duplicado entre 1992 y 1998. Con ello, el esfuerzo para pagarla ha aumentado, y hoy los 156 pa¨ªses en desarrollo gastan como media el 39% de lo que producen en satisfacer lo que deben. Uno podr¨ªa pensar que, en un mundo de mayor productividad, los que tienen ¨¦xito ser¨¢n m¨¢s generosos, pero, en realidad, la ayuda al desarrollo ha descendido en m¨¢s de un 20% entre 1992 y 1999. Finalmente, en una ¨¦poca de fusiones y adquisiciones gigantescas, que abaratan productos y servicios haciendo los sectores productivos m¨¢s eficientes y accesibles para el consumidor, m¨¢s del 80% de aqu¨¦llas se producen entre los pa¨ªses desarrollados, y ese porcentaje ha crecido a lo largo de los a?os noventa, de modo que hoy tan s¨®lo un 14% de las fusiones afecta a los pa¨ªses en desarrollo.
Como resultado de todos estos datos, el crecimiento econ¨®mico per c¨¢pita de los pa¨ªses desarrollados es mayor, y divergente, respecto al del resto de las regiones del planeta. Es posible que se est¨¦ despertando una espiral virtuosa de desarrollo econ¨®mico en China e India, pero tardar¨¢ por lo menos una d¨¦cada en consolidarse en t¨¦rminos absolutos: y para entonces estas dos grandes regiones habr¨¢n contribuido decisivamente a que el mundo tenga mil millones de habitantes m¨¢s, con lo que su renta per c¨¢pita seguir¨¢ por los suelos. Con la excepci¨®n de los pa¨ªses asi¨¢ticos en desarrollo, Am¨¦rica Latina y el Caribe han visto c¨®mo se estanca su crecimiento per c¨¢pita en la segunda mitad de los noventa, y lo mismo se puede decir de Oriente Pr¨®ximo y de las econom¨ªas de Europa central y oriental. ?frica, en el furg¨®n de cola, crece al 1%, alej¨¢ndose sin esperanza del resto del mundo.
En teor¨ªa, la soluci¨®n l¨®gica a este estado de cosas no es dif¨ªcil: a un mercado global le debe corresponder una acci¨®n racionalizadora y redistribuidora global. El mix de mercado y de l¨ªmites sociales, el mismo que hemos practicado con ¨¦xito todos los pa¨ªses desarrollados, deber¨ªa ser ahora aplicado a escala global. No resulta muy dif¨ªcil pensar en un organismo internacional, como el Consejo Econ¨®mico y Social de la ONU, que dirija y ponga en pr¨¢ctica un nuevo sistema econ¨®mico mundial asentado en tres pilares. En primer lugar, un acuerdo de estabilidad monetaria basado en la paridad semifija entre el d¨®lar, el euro y el yen, y que presuponga la convergencia de sus pol¨ªticas econ¨®micas. En segundo lugar, un acuerdo de fiscalidad b¨¢sica mundial que ponga en circulaci¨®n t¨ªtulos de Deuda Mundial de suscripci¨®n obligatoria, de acuerdo con un sistema muy b¨¢sico de fiscalidad sobre la renta de cada pa¨ªs, y con un sistema de sanciones contra el proteccionismo, la competencia desleal y los delitos medioambientales que impliquen la suscripci¨®n obligatoria adicional de Deuda Mundial. Y, por ¨²ltimo, un refuerzo genuino de la actividad de la Organizaci¨®n Mundial de Comercio, a trav¨¦s de un acuerdo de libre comercio, defensa de la competencia y del medio ambiente, que incluya, entre otras, una profunda y radical revisi¨®n de las pol¨ªticas agr¨ªcolas de los pa¨ªses desarrollados. No resultar¨ªa muy dif¨ªcil defender la rigurosidad y la viabilidad t¨¦cnica de una soluci¨®n como la apuntada, u otras similares, basadas en m¨¢s estabilidad, m¨¢s comercio y m¨¢s redistribuci¨®n a escala global.
Soy consciente, sin embargo, de los enormes obst¨¢culos pol¨ªticos que existen, y que hacen de esta formulaci¨®n una propuesta na?f y casi, casi, c¨®mica. El primero y principal es que los partidos pol¨ªticos, quintaesencia de nuestros sistemas de formaci¨®n democr¨¢tica de la voluntad colectiva, tienen una base electoral nacional, y sus intereses electorales no les permiten, por el momento, avanzar en los cambios que este tipo de soluci¨®n entra?a. Pero, tarde o temprano, una soluci¨®n como ¨¦sta ganar¨¢ terreno, si no es por la racionalidad -que la tiene, y casi absoluta-, al menos s¨ª para evitar males mayores. Y estos males del siglo XXI, inevitables de otro modo, son cuatro: la superpoblaci¨®n, los movimientos masivos y descontrolados de migraci¨®n, el deterioro irreversible del planeta y la divergencia creciente de destinos entre dos partes del mundo que, sin embargo, est¨¢n perfectamente informadas en tiempo real del destino de la otra parte.
Manuel Escudero es profesor de Macroeconom¨ªa del Instituto de Empresa.
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