Rumor del viajero incierto
Qu¨¦ dif¨ªcil resulta regresar. Durante unas semanas les he estado manteniendo en la ilusi¨®n de mi presencia. Pero no era cierto, quiero decir que parec¨ªa que estaba, pero no estaba. Dejas algo escrito y parece que te has quedado. Sin embargo, me hallaba muy lejos. Aunque escribiera. Porque uno puede escribir en la distancia -ojo, no desde la distancia- y hallarse tan lejos como la propia distancia. O m¨¢s. Entonces, se experimenta el curioso fen¨®meno de la relativizaci¨®n, o sea, que se mira uno en el espejo y se encuentra ampliamente relativizado. Y hasta satisfecho. Satisfecho de que haya tantos pa¨ªses en el mundo que no crean necesario interesarse por nada de lo que aqu¨ª sucede. Con la honrosa excepci¨®n del f¨²tbol, claro, ya que un pa¨ªs vale lo que valen sus goles. Pero a¨²n as¨ª no cuesta nada, quiero decir privarse incluso de Otegi. Parece asombroso. Sin hacer el m¨¢s m¨ªnimo esfuerzo, te acostumbras enseguida a vivir privado de zozobras. Aunque trabajes, vaya, aunque la distancia no la ponga un crucero de placer sino la severa cruz del tajo.
La culada te la pegas al aterrizar. Si es que aterrizas porque las musiquillas esas electorales llenan las calles de una especie de colch¨®n que te sigue impidiendo tocar tierra. Las elecciones suelen crear el espejismo de la excepcionalidad. Y m¨¢s cuanto m¨¢s determinantes resulten. Vuelve uno al lugar que cree que dej¨® y no lo encuentra. Porque el tiempo est¨¢ en otra parte. Espacio y tiempo se hallan suspendidos. De hecho se hallan a quince d¨ªas de distancia, en el decimocuarto d¨ªa de mayo, por ejemplo. O, mejor dicho, antes, porque mientras las urnas no salgan del desfase horario cabe cualquier posibilidad. Hasta la de que todos ganen. Que es la que todos tienen in mente. El que se vea a s¨ª mismo perdiendo que tire la primera urna. Y, as¨ª, mientras el estar lejos relativiza, el estar cerca, pero electoralmente, infantiliza. All¨¢ ser¨¢ luego la de aterrizar. De ah¨ª que los Viajeros del Tiempo se guarden un as en la manga: pase lo que pase siempre podr¨¢n decir que han ganado algo. La distinci¨®n, verbigracia, de haber sido el candidato m¨¢s plasta. O el m¨¢s monotem¨¢tico. O el que arras¨® en el distrito electoral m¨¢s diminuto.
Cu¨¢nto cuesta tomar tierra. Pero hay cosas peores. Que te la quieran dar. Que te quieran dar tierra. Todo lo dem¨¢s parece hasta soportable. Incluida una eternidad que girase en torno a los discursos de Arzalluz. Y, si me apuran, de Ibarretxe, con lo sosito que es el pobre. Sin embargo, hay cosas que te fulminan. Por ejemplo que la Muerte quiera disfrazarse de Hacienda. Y mate por un plazo. Por una letra. Por unas malas siglas. Y que disfrace su horror con eufemismos. Pero tambi¨¦n, que haya tantos que lo encuentren aceptable. Y natural. A lo mejor tendr¨ªan que viajar a las ant¨ªpodas, para verse mejor por dentro y echarse de menos en otras circunstancias. Con lo que cuesta aterrizar, no me extra?a que prefieran so?ar despiertos. Porque ellos, a diferencia de los que sue?an con las urnas, sue?an m¨¢s all¨¢ que los propios sue?os. Habitan un pa¨ªs llamado sue?o que no les pone plazos sino intenciones. Que ser¨ªa lo de menos. De no ser porque su pa¨ªs linda con la Muerte. La Muerte vestida de Hacienda. La Muerte disfrazada de funcionario para quitarle hierro a las pistolas. Pero la Muerte que mata. Y no desgrava.
Qu¨¦ penoso resulta aterrizar cuando te encuentras el suelo lleno de misivas de muerte. De postales enviadas por los viajeros inscritos en el reino de la Muerte. Y sus secuaces. Qu¨¦ terrible resulta volver al punto de partida y encontrarte con los aduaneros del M¨¢s All¨¢ registr¨¢ndote el equipaje para ver si llevas alguna idea prohibida o te has saltado la ecotasa. Adem¨¢s no les cuesta nada darte el pasaporte. Lo est¨¢n deseando. Qu¨¦ vileza. Qu¨¦ dolor y espanto. Ir es volver. A lo de siempre. Ojal¨¢ las urnas nos abran otra puerta. De momento nos queda el regreso. La esperanza. Tal vez el viaje. Un poeta antiguo del pa¨ªs donde estuve dijo: 'Descabalgando para beber un trago de despedida le pregunt¨¦, ?ad¨®nde va? Y escuch¨¦: insatisfecho volver¨¦ a mi tierra. No me pregunte y d¨¦jeme partir. S¨®lo puedo decirle que como nimbo vagabundear¨¦ a merced del viento'.
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