La historia recreativa
La historia no es un juego inocente, es asunto de especialistas, pero su materia, el objeto que aborda, interesa a todos, a unos ciudadanos que se saben herederos, descendientes. El mundo no se cre¨® ayer ni yo tuve parte en este hecho. Soy resultado de mi tiempo, pero soy tambi¨¦n un individuo irrepetible que se resiste a ser mero ep¨ªgono, circunstancia accidental e intercambiable. Quiero dejar mi huella y reconocerme en ella. Ahora bien, ?hasta qu¨¦ punto lo que soy y lo que lego son algo verdaderamente destacable?, ?hasta qu¨¦ punto el mundo me debe algo? Para evaluar ese patrimonio que cedo a mis descendientes, para enjuiciarlo adecuadamente, tengo que sopesar lo que me precede, tengo que someterlo a alg¨²n tipo de escrutinio. M¨¢s all¨¢ de esa barrera infranqueable que es mi propia existencia, s¨®lo poseo una imagen borrosa del pasado, una representaci¨®n de la que no puedo garantizar su justeza o su fidelidad. Si yo no s¨¦ c¨®mo ha llegado a ser esto que me rodea, si desconozco qu¨¦ hay de nuevo y qu¨¦ de repetici¨®n, qu¨¦ de legado y qu¨¦ de atributo humano invariable, entonces vivo en la ansiedad sin cura y sin remedio, en la ansiedad de un eterno presente. La ventaja de conocer lo que nos precede es que nos ayuda a soportar mejor, con mayor estoicismo, las injurias que la vida nos inflige.
Sin embargo, el conocimiento del pasado no es en s¨ª mismo un ant¨ªdoto. Podemos tomarlo como un cors¨¦ peligroso que anula la vida y que sirve para justificar la hipoteca malhadada de los muertos, una ortopedia con que ahormar a los contempor¨¢neos. As¨ª ¨¦ramos, as¨ª debemos ser. Pero podemos tomarlo tambi¨¦n como espejo en el que contemplar la fealdad de lo que fuimos retocando con ello nuestro perfil y d¨¢ndonos ¨¢nimos para enamorarnos de nosotros mismos. As¨ª de mal est¨¢bamos, as¨ª de bien estamos. En el primer caso, el pasado es concebido como una utop¨ªa retrospectiva, como una ilusi¨®n arcaica y arc¨¢dica, y el presente como un momento que desmiente lo mejor que fuimos o cre¨ªmos ser. Esta concepci¨®n la llamaremos historia victimista. En el segundo caso, el pasado es concebido como un infierno del que nos habr¨ªamos zafado, como un horror antiguo que nos amenazaba y del que milagrosamente habr¨ªamos podido escapar; y el presente se vive como un final dichoso, incluso divertido, como ese colmo de la felicidad colectiva, como ese ¨¦xito del que enorgullecernos. A esta otra concepci¨®n la denominaremos historia recreativa. Hay una exposici¨®n que puede visitarse hasta el 30 de mayo en el Museo de las Ciencias Pr¨ªncipe Felipe, que lleva por t¨ªtulo Claves de la Espa?a del siglo XX, de la que es responsable Javier Tusell y que tiene que ver con algo de lo dicho.
La americanizaci¨®n del mundo ha tra¨ªdo la difusi¨®n de una cierta idea moral de museo. Dec¨ªa Robert Hughes que los estadounidenses habr¨ªan confiado en la funci¨®n terap¨¦utica y reparadora del arte: de las exposiciones se derivar¨ªa una elevaci¨®n cultural, pero, sobre todo, de ellas se desprender¨ªa una lecci¨®n c¨ªvica. Los museos han cambiado mucho, ciertamente, y una de las cosas que m¨¢s se ha extendido ha sido la colecci¨®n de objetos investidos con un determinado significado hist¨®rico, al margen del aura o del valor propiamente art¨ªstico. Los admin¨ªculos all¨ª reunidos carecen en principio de existencia independiente y se muestran para aleccionar. Lo que se presenta en las Claves de la Espa?a del siglo XX es una colecci¨®n de objetos, de aparejos y de obras de arte. El resultado es recreativo, recreativo en el sentido de entretenido: divierte y sirve, adem¨¢s, para que podamos reconocer objetos y cosas que han formado parte de nuestras vidas, para que podamos recrearnos en la visi¨®n de unos aparejos que fueron nuestros y que ya no empleamos, para que podamos solazarnos con un pasado material amueblado con utensilios rudimentarios, pobretones, de aspecto decididamente na?f. Pero, atenci¨®n, esos objetos entra?ables y antiguos (desde aquellos primitivos y gigantescos televisores hasta el ¨²ltimo sat¨¦lite de comunicaciones) no son ¨²tiles inarticulados: tienen una leyenda moral y retrospectiva que los a¨²na, un relato hist¨®rico que los hace copart¨ªcipes de un mismo sentido, y es ¨¦ste, justamente, el sentido ¨²ltimo y racionalizador que se le dispensa, aquello que hace dudosa, muy dudosa, la recreaci¨®n de la que hablo.
La Espa?a retratada parece ser un sujeto colectivo intencional, y los espa?oles parecen ser unos, los mismos individuos que habr¨ªan experimentado las sucesivas etapas y oleadas de cambio: 'Los espa?oles', leemos en el cat¨¢logo, 'han vivido un acelerado proceso de modernizaci¨®n que ha transformado de forma sustancial su vida'. ?Los espa?oles? ?Es que acaso son los mismos? Podemos discutir acerca de la selecci¨®n de objetos y sobre el equilibrio de la exposici¨®n. Est¨¢ representada, pongamos por caso, la alta costura en la posguerra y en los a?os setenta, pero no hay muestra, por ejemplo, de la ropa avejentada y menesterosa de la Espa?a del hambre o de los pantalones campana con que se uniformaron los j¨®venes de hace veinticinco a?os. Podemos polemizar acerca de los dise?os industriales o de los artefactos de los que hay ejemplar. Pero lo que irrita, lo que provoca nuestra animosidad, es precisamente esa vertiente recreativa de la historia con que se adorna y se avecindan los objetos: la vertiente creadora y la moraleja de una historia feliz y dichosa. Dividida en once salas, el p¨®rtico de cada unas de las dependencias est¨¢ presidido por unas cartelas cronol¨®gicas en las que brevemente se compendia el per¨ªodo representado. Pues bien, la mayor¨ªa de esas leyendas son tan inocuas, evitan tan cuidadosamente los agravios y las responsabilidades, que es dif¨ªcil, verdaderamente dif¨ªcil, incomodarse con la visi¨®n de los hechos. En los a?os ochenta, por ejemplo, en la cartela que preside no hay noticia del intento de golpe de Estado. ?Se puede hablar de dicho per¨ªodo sin mencionar esa convulsi¨®n? Pero hay m¨¢s. Hacia el final, cuando llegamos a la sala n¨²mero once, al ¨²ltimo m¨®dulo, su responsable titula enf¨¢tica y alborozadamente 'un destino mundial', como si la autarqu¨ªa a¨²n fuera una pesadilla reciente. Las breves palabras que lo resumen son un aut¨¦ntico ditirambo y denotan una autosatisfacci¨®n irreprimible: son la entrada a un mundo de dicha en el que el pasado es concebido como un infierno lejano del que habr¨ªamos conseguido zafarnos, como un horror antiguo y fatal que nos amenaz¨® y del que milagrosamente habr¨ªamos podido escapar, solazados ahora en un presente del que jactarnos. Si acuden a la exposici¨®n y visitan esa ¨²ltima sala, no olviden contemplar los cuatro objetos que se arraciman a la entrada del m¨®dulo: muy pr¨®ximas al dintel hay tres fotograf¨ªas del presidente Aznar con altos mandatarios, entre ellos Bill Clinton; y en la parte baja, muy cerca del umbral, sola y orgullosa, suspendida pero dispuesta a ser empleada, vemos una raqueta de paddle. No se les ocurra tocarla. Aunque hemos convenido en que es ¨¦sta una historia recreativa, eso mismo, lo recreativo, no llega hasta ah¨ª: est¨¢ prohibido participar en un juego que dista de ser inocente.
Justo Serna es profesor de Historia Contempor¨¢nea de la Universidad de Valencia.
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