'Me llaman asesino, s¨ª; pero yo s¨®lo cumpl¨ª mi deber con Francia'
Al reconocer que hab¨ªa torturado y asesinado durante la batalla de Argel, siguiendo ¨®rdenes superiores, el general Paul Aussaresses, hasta entonces un h¨¦roe de la resistencia frente a los nazis, ha reabierto uno de los cap¨ªtulos m¨¢s terribles de la reciente historia de Francia.
'Lo que yo pretendo es ayudar a restablecer la reputaci¨®n de los ej¨¦rcitos franceses', afirma el militar, que, a sus 82 a?os, ha publicado un testimonio demoledor sobre el tipo de guerra sucia llevado a cabo por los franceses en Argelia. Desde hace m¨¢s de un a?o se acumulan los indicios period¨ªsticos y las investigaciones hist¨®ricas sobre este tema, pero el libro Servicios especiales. Argelia 1955-1957 ha resultado un mazazo para el pa¨ªs defensor de los derechos humanos, al que el general Paul Aussaresses ha enfrentado a la tremenda dificultad de leer su propia historia. El presidente Jacques Chirac despach¨® ayer con el ministro de Defensa para decidir una respuesta, en forma de sanciones -probablemente simb¨®licas-, contra quien reconoce y explica torturas y cr¨ªmenes cometidos en nombre de la patria.
En esta ma?ana de mayo habla como el abuelo que cuenta viejas batallas a un amigo m¨¢s joven. Tras la publicaci¨®n de su libro apenas ha concedido entrevistas, pero acepta hablar largamente con el corresponsal de EL PA?S. Comprende algo de castellano y Espa?a le trae buenos recuerdos, como el pa¨ªs donde vivi¨® parte de su aventura juvenil para evadirse de la Francia ocupada por los alemanes y pasarse a las fuerzas del general De Gaulle. Mucho m¨¢s recientemente, ha mantenido contactos con la empresa aeron¨¢utica espa?ola CASA, para la que dice haber realizado un trabajo de armamento de cohetes fabricados por la empresa francesa Thomson. El general Aussaresses lleva una corbata de aviones, regalo de la empresa espa?ola.
Pregunta. En una aglomeraci¨®n urbana que en 1957 contaba con casi un mill¨®n de habitantes, se libr¨® lo que la historia conoce con el nombre de La batalla de Argel. Usted se convirti¨® en el responsable de los servicios especiales montados por el general Massu, la m¨¢xima autoridad en aquella zona. ?C¨®mo se vio implicado en esa funci¨®n?
Respuesta. Massu hab¨ªa venido a visitar Philippeville, un puerto donde yo estuve destinado desde 1955. El Frente de Liberaci¨®n Nacional (FLN) intent¨® ocupar la ciudad un d¨ªa de agosto, pero la red de informaciones que yo hab¨ªa tendido me permiti¨® anticiparme al ataque, que termin¨® con la muerte de 134 guerrilleros, frente a s¨®lo dos franceses muertos. Massu qued¨® impresionado. A finales de 1956, necesitaba a alguien capaz de descubrir a los miembros del FLN que viv¨ªan mezclados con la poblaci¨®n en la capital y que comet¨ªan atentados constantes. Nada m¨¢s llegar a Argel, el general Massu me dijo que acababa de recibir la visita de los pied noirs m¨¢s influyentes, dispuestos a sustituir a las fuerzas del orden si continuaban mostr¨¢ndose incapaces de hacer frente a la situaci¨®n. Quer¨ªan comenzar con una acci¨®n espectacular en la alcazaba, enviando un convoy de camiones de combustible para verterlo all¨ª y prenderlo fuego. En el libro cuento que adem¨¢s est¨¢bamos amenazados por una huelga insurreccional prevista para el 28 de enero, d¨ªa en que el FLN intentaba provocar un debate sobre la cuesti¨®n argelina en la ONU. Massu me dijo que la determinaci¨®n de los pied noirs obligaba a actuar con la mayor firmeza y me encarg¨® romper la huelga. Decret¨® el toque de queda y los paracaidistas tiraron contra todo lo que se mov¨ªa. Millares de sospechosos fueron detenidos en una sola noche, la del 15 al 16 de enero de 1957. Dos d¨ªas antes de la huelga, unas bombas en tres caf¨¦s mataron a cuatro mujeres y hubo 37 heridos. El d¨ªa de la huelga, los paraca¨ªdistas fueron a buscar a sus domicilios a todos los que no se hab¨ªan presentado al trabajo y los condujeron sin contemplaciones, para garantizar que no habr¨ªa paralizaci¨®n de servicios p¨²blicos. Yo supervisaba estas operaciones cuando me dijeron que los muelles estaban en huelga. Corr¨ª al campo de detenidos de Beni-Messus y me llev¨¦ a 200 hombres, que descargaron los barcos a toda prisa. La huelga insurreccional fue un fracaso.
P. ?C¨®mo se desarrollaron las siguientes operaciones?
R. A la puesta del sol comenzaba la pelea. Mi equipo sal¨ªa cada noche y volv¨ªa con unos cuantos detenidos, y los regimientos me informaban durante la noche de los arrestos que hubieran hecho. En principio era yo el que dec¨ªa a qui¨¦nes hab¨ªa que interrogar inmediatamente y cu¨¢les pod¨ªan ser conducidos a los campos porque no ten¨ªan mayor importancia.
P. Las ejecuciones sumarias eran muy frecuentes. ?Qui¨¦n conoc¨ªa lo que estaba ocurriendo?
R. Cada noche yo relataba los acontecimientos por escrito con tres copias, una para el ministro residente, Robert Lac?ste (la m¨¢s alta autoridad de Francia en Argelia), otra para el general Salan (entonces comandante en jefe de la regi¨®n militar) y la tercera para mis archivos. Yo reflejaba ah¨ª el n¨²mero de detenciones de cada unidad, el n¨²mero de sospechosos muertos en el curso de las detenciones y el n¨²mero de ejecuciones sumarias practicadas.
P. ?Tiene usted evidencias de que los Gobiernos franceses de la ¨¦poca, y entre sus ministros Fran?ois Mitterrand, estaban de acuerdo con estos m¨¦todos?
R. . El Gobierno franc¨¦s, en Consejo de Ministros, decidi¨® detener la ofensiva terrorista en la aglomeraci¨®n urbana de Argel. Y as¨ª se lo hizo saber al comisario de Francia en Argelia, Robert Lac?ste. El general Massu recibi¨® ¨®rdenes de parar el terrorismo por los-medios-que-fuera. Massu me llam¨® a su Estado Mayor y, como hab¨ªa quedado impresionado por mi actuaci¨®n en Philippeville, me encarg¨® la tarea de descubrir a los rebeldes. ?sta fue la misi¨®n que yo cumpl¨ª.
P. ?Por qu¨¦ cuenta usted todo esto? ?Qu¨¦ es lo que le mueve a publicar sus testimonios de torturas y asesinatos?
R. (Abre los brazos, parece afectado por la pregunta, pero contesta). En 1999 vino a Francia el presidente argelino, Abdelaziz Buteflika. Quer¨ªa discutir con el presidente franc¨¦s, Jacques Chirac, el perd¨®n de la deuda argelina. Gracias a los acuerdos posteriores a la independencia, el Gobierno argelino env¨ªa a Francia a muchos enfermos y ¨¦stos no pagan nada, todo corre a cargo del Tesoro franc¨¦s. Buteflika vino a negociar el perd¨®n de la deuda acumulada. La izquierda francesa apoyaba esa operaci¨®n, ?comprende usted?, hab¨ªan montado una movilizaci¨®n para estudiar la tortura. Yo fui llamado por el Servicio Hist¨®rico del Ej¨¦rcito franc¨¦s. Me pidieron que les ayudara a defender la reputaci¨®n del Ej¨¦rcito. Los historiadores izquierdistas trataban de reunir elementos para convencer a Chirac de que perdonase la deuda. Descubrieron a una argelina, que declar¨® al diario Le Monde que hab¨ªa sido torturada y violada por un oficial franc¨¦s en presencia del general Massu y del general Bigeard [se refiere a Louisette Ighilahriz, detenida y torturada en 1957, cuando ten¨ªa 20 a?os, y a quien salv¨® de la muerte un m¨¦dico militar franc¨¦s]. La acusaci¨®n no ten¨ªa fundamento: Bigeard en esa ¨¦poca estaba en Madagascar, pero los periodistas preguntaron a los dos generales por esos hechos y no dijeron las mismas cosas... Amigos de la Uni¨®n Nacional de Paracaidistas me animaron a escribir un libro sobre mi vida y prometieron que me buscar¨ªan un buen editor...
P. ?El resultado es el libro que usted acaba de publicar?
R. No, era mucho m¨¢s grande. El director de la editorial Plon me explic¨® que le hab¨ªa parecido apasionante, pero, como la pol¨¦mica del momento era la revisi¨®n hist¨®rica de la guerra de Argelia, pensaba que era mejor centrar un primer libro en ese periodo. Yo dict¨¦ el libro que acaba de aparecer -es mentira que lo haya escrito otro- y he firmado un contrato para escribir el segundo.
P. En Espa?a, por ejemplo, tanto civiles como militares implicados en operaciones secretas contra el terrorismo de ETA niegan siempre su participaci¨®n. Ni siquiera el general Galindo ha reconocido los hechos por los que se le ha condenado en firme. ?Por qu¨¦ ha elegido usted el camino contrario?
R. Es complicado explic¨¢rselo. Yo he buscado la dignidad de mis amigos...
P. En definitiva, ?usted reivindica la imposibilidad de combatir el terrorismo sin usar estos m¨¦todos?
R. S¨ª, es cierto. No se puede vencer al enemigo sin recurrir a la tortura y a las ejecuciones sumarias. Le cuento lo que yo he vivido: hay un atentado en el que mueren mujeres y ni?os, y nosotros detenemos al que ha puesto la bomba. ?Le torturamos y le matamos por venganza? ?No, por Dios! Lo hacemos para obtener informaci¨®n, para remontar la cadena que nos permita descubrir a la organizaci¨®n. La acci¨®n terrorista implica a mucha gente: una bomba la pone un hombre, pero otros la han transportado, han se?alado los objetivos, la han fabricado... Llegamos a identificar a 19 terroristas que hab¨ªan participado en un solo atentado. ?Qu¨¦ hay que hacer con el detenido? ?Nada? ?Entonces, los otros 18 seguir¨¢n poniendo bombas y matando a inocentes!
P. ?Y no cree que un pa¨ªs democr¨¢tico debe combatir el terrorismo sin recurrir a la tortura?
R. Eso es posible s¨®lo si se dispone de mucho tiempo. Pero la presi¨®n es terrible. Recuerde las bombas en el metro de Par¨ªs. Imagine que la organizaci¨®n logra proseguir su ola de atentados: ?qu¨¦ dir¨ªa entonces la gente? Atacar¨ªan al presidente, al primer ministro, al ministro del Interior; les preguntar¨ªan qu¨¦ es lo que hacen para evitar que les corten las piernas, que les dejen ciegos o les quiten la vida. Si hubiera en Par¨ªs una oleada de atentados como la que hubo en Argel, la poblaci¨®n francesa no estar¨ªa nada feliz. Si hubiera mucho tiempo, se podr¨ªa hacer de otro modo; pero, cuando la organizaci¨®n terrorista est¨¢ ah¨ª y sigue presionando, hay que explotar inmediatamente la informaci¨®n que se consiga sacar al detenido; no queda otro camino para ahorrar vidas y sufrimientos.
P. ?C¨®mo ha afectado a su familia que le llamen asesino?
R. Me llaman asesino, s¨ª, cuando yo s¨®lo cumpl¨ª con mi deber para Francia. Mi mujer me ha dicho que no me va a abandonar.
P. ?Estaba ella informada de la vida que hab¨ªa llevado usted?
R. No muy bien informada, no. No lo sab¨ªa todo. Ahora me dice: '?Pero c¨®mo has podido hacer todo eso?'.
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