Tesoros en la frente
Antequera, antigua Antikaria, Medina Anticara tras la toma de la ciudad por Abdelacis-Ben-Muza-Ben-Noseir, arrasada por los godos anteriormente y conquistada por Fernando, que tom¨® precisamente el sobrenombre del de Antequera.
Como son muchos los caminos a seguir en una fresca y soleada ma?ana de primavera, quiz¨¢s aquel que quiera estirar las piernas escoja subir a la antigua plaza de El Portichuelo y ser¨¢ una bien elegida opci¨®n.
Salga desde un enclave que fue y es centro neur¨¢lgico de la ciudad antigua: La Plaza de San Sebasti¨¢n con su Colegiata en donde el visitante puede detenerse antes de acceder al interior para ver la entrada renacentista, construida en 1540, y la torre campanario con original veleta popularmente llamada El Angelote, pues este ser celestial es lo que representa.
Tello, cristiano, y Tagzona, mora, prefirieron arrojarse desde la hoy conocida como Pe?a de los Enamorados antes que la separaci¨®n
Ya en el interior de la Colegiata, proclamada como tal en 1692, admire pinturas, retablos en sus tres naves, la siller¨ªa, coro y ¨®rgano y una talla impresionante del Crucificado, a cuya izquierda se ven colgados, como en una peque?a panoplia, exvotos de agradecimientos o petici¨®n e, incluso, alguna fotograf¨ªa.
M¨¢s adentro, casi al fondo, a la izquierda, est¨¢ el Sepulcro de Pedro de Narv¨¢ez, primer alcalde y conquistador de la ciudad, de cuyos amores con Jarifa Abindarraez nace la historia del Abencerraje. Amores imposibles que sirvieron a don Miguel de Cervantes para apoyar en ellos uno de los cap¨ªtulos de El Quijote.
Despu¨¦s de apreciar tanto dorado y tan altas naves, salga por donde entr¨®, d¨¦jese capturar por la imagen de la fuente central construida en 1545 ante el llamado Arco del Nazareno de finales del XVIII.
Enfile con buen ¨¢nimo la Cuesta de Zapateros cuidando de no resbalar en los pulidos guijarros y adoquines que forman el pavimento. Al final de esta cuesta, llegar¨¢ a la empinada pendiente de San Judas.
Conviene tomar un respiro antes de atacarla con el fin de ver lo bien hecho: es mixta de escalones y rampas -inusual respeto al minusv¨¢lido-, ancha y con la mayor¨ªa de las casas conservadas o restauradas. Al finalizar la v¨ªa casi en la Alcazaba, un mosaico dedicado a la Virgen del Socorro y al doblar la revuelta del camino: la Fuente del Toro, que citando al cronista local ten¨ªa en la frente un gran tesoro, que es Antequera y no oro.
A la cabeza del animal le salen dos chorros de agua fresca por las narices y sobre ella hay en bajorrelieve un sol y una l¨¢pida con la frase: 'Que nos salga el sol por Antequera', que fue lo que dijo Santa Eufemia al infante Fernando cuando se ech¨® a dormir, indeciso sobre contra qu¨¦ ciudad hab¨ªa de arremeter.
Sigui¨® el consejo de la on¨ªrica aparici¨®n y lanz¨® las tropas contra los ¨¢rabes que ocupaban la ciudad, tom¨¢ndola el 16 de septiembre de 1410. Esta frase, usada en toda Espa?a, se acu?¨® as¨ª. S¨®lo que la mayor¨ªa no dice que la santa a?adi¨®: 'Y que sea lo que Dios quiera'. No estar¨ªa muy segura la muchacha.
Se deja la fuente citada por Washington Irving en los Cuentos de la Alhambra y en pocos pasos estar¨¢ en el Arco de los Gigantes, construcci¨®n colosal datada en 1585 y que est¨¢ considerada como el museo p¨²blico de antig¨¹edades romanas m¨¢s veterano de Espa?a.
A los lados del Arco, incrustados en ¨¦l, se encuentran losas con inscripciones latinas, traducidas por Juan de Vilches. En el frente, en t¨¦rmino medio: la figura de un le¨®n, el propio arco en miniatura y un bajorrelieve bastante deteriorado. Luego, lo que queda de los gigantes, que debieron ser tremendos a juzgar por el tama?o de los pies.
Al otro lado del Arco, la Plaza de los Escribanos y, a la derecha, La Alcazaba o Castillo, construcci¨®n militar que dominaba desde la altura la vega de Antequera. Si tiene tiempo d¨¦ una vuelta por los jardines, visite la Torre del Homenaje o el Templete de 1582 en el que se guarda la Campana de la ciudad, la Ermita de Espera, antigua puerta de M¨¢laga, o las Torres Albarranas de la Estrella y Agua.
Pero si le aprieta el tiempo, tome por la calle de Herradores, larga, casi recta y llana, flanqueada de casas con una o dos plantas y fachadas blancas pintadas de cal sobre las que destacan las rejas antiguas forjadas, seguramente m¨¢s viejas que el 600 que hay aparcado, intacto, en el centro de la v¨ªa.
Y ya est¨¢, a la salida de la calle, en la Plaza de El Portichuelo. Lo primero que llama la atenci¨®n, por su originalidad y colorido, es la capilla dedicada a la Virgen del Socorro Coronada, tambi¨¦n llamada Capilla Tribuna y, por los devotos del barrio y cofrades de la Hermandad de Arriba, el Camar¨ªn.
Construida a comienzos del XVIII es peque?a, de ladrillo rojo, las juntas entre ladrillo y ladrillo est¨¢n pintadas de blanco y si se pasa al reducido p¨®rtico se ve una hermosa c¨²pula, chiquita y policromada. Subiendo, si est¨¢ abierto, por una escalera de caracol, se llega a el Camar¨ªn propiamente dicho.
Salga a la explanada que da paso a la iglesia de Santa Mar¨ªa de Jes¨²s, reci¨¦n restaurada. Tanto la capilla como la iglesia permanecen cerradas. A la izquierda as¨®mese a la Vega, de aqu¨ª arranca la Sierra del Torcal. Se aprecian restos de antiguas murallas y la Pe?a de los Enamorados, desde donde Tello, cristiano, y Tagzona, mora, se arrojaron, prefiriendo tan espantosa muerte antes que la separaci¨®n.
Sopla un viento fr¨ªo y es hora de tomar algo. Vuelva sobre sus pasos y bordeando el cuidado recinto, entre en el bar La Socorrilla, que debe su nombre a la Virgen. La familia Acedo S¨¢nchez regenta esta tasca, ¨²nica en la Plaza. Ser¨¢ recibido con los brazos abiertos y la cocina olorosa de porra antequerana, pucheros, migas, callos y toda suerte de guisos caseros a un precio m¨¢s que razonable. No es de extra?ar que paren muchos extranjeros.
'A los guiris, cuando no los entiendo, los cojo del brazo y los meto en la cocina para que vean lo que hay. O les ense?o un calamar y ya saben', dice la cocinera. Tome, pues, tapa y cerveza escuchando, si hay suerte, a Antonio L¨®pez, Terrales, cantaor, y no se descuide al bajar las cuestas rumbo al punto de partida, pues puede acabar s¨®lo un poco menos maltrecho que Tello y Tagzona.
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