El torturador y los tartufos
Uno de los libros m¨¢s le¨ªdos en esta temporada en Francia es el testimonio de un general de brigada que, durante la guerra por la independencia de Argelia, tortur¨® y asesin¨® a decenas (acaso centenas) de argelinos y que, casi medio siglo despu¨¦s, sigue creyendo que, con estos cr¨ªmenes, prest¨® un servicio a su pa¨ªs y cumpli¨® al pie de la letra la sacrificada misi¨®n que le encomendaron sus jefes, militares y civiles. Aunque el libro del general Paul Aussaresses, Services Sp¨¦c¨ªaux, Alg¨¦rie 1955-1957, se lee con n¨¢useas, todav¨ªa resulta m¨¢s repugnante la manera poncio-pilatesca c¨®mo algunas autoridades actuales y de la ¨¦poca en cuesti¨®n han evadido los graves cargos que este documento hace gravitar sobre las instituciones pol¨ªticas, judiciales y militares, convirtiendo en chivo expiatorio y ¨²nico responsable de estos horrores a quien, a todas luces, no era m¨¢s que el ejecutante de una estrategia dise?ada al m¨¢s alto nivel y con complicidades en todos los escalones del Estado.
El general Aussaresses, que tiene ahora 83 a?os y el pecho constelado de medallas, no es un torturador cualquiera. De no mediar el obst¨¢culo de la segunda guerra mundial, que hizo de ¨¦l un resistente contra los nazis y un militar bajo las ¨®rdenes del general De Gaulle, hubiera sido tal vez un pac¨ªfico profesor de letras cl¨¢sicas, pues se hab¨ªa licenciado en filolog¨ªa greco-latina y escrito una tesis titulada 'La expresi¨®n de lo maravilloso en Virgilio'. Pero la guerra orient¨® su destino en la direcci¨®n castrense e hizo de ¨¦l un agente secreto y un especialista en las 'operaciones especiales' de las Fuerzas Armadas, p¨²dico eufemismo que recubre tareas clandestinas de sabotaje, secuestro, asesinato y otras brutalidades contra el enemigo en territorio extranjero. Al estallar la rebeli¨®n argelina, en 1954, el servicio secreto al que estaba afectado el capit¨¢n Aussaresses se ocupaba de cortar las v¨ªas de suministro de armas del FLN (Frente de Liberaci¨®n Nacional), montando atentados contra los barcos, las empresas y los contrabandistas y traficantes que eran sus proveedores.
En 1955, Aussaresses, que hablaba ¨¢rabe, fue trasladado primero a Philippeville (ahora Skikda) y luego a Argel, donde permanecer¨ªa hasta 1957. La estrategia del FLN, en sus comienzos un movimiento reducido, era muy simple: mediante una campa?a de terror, abrir un abismo infranqueable entre las comunidades nativa y europea y provocar una represi¨®n feroz que empujara al grueso de la poblaci¨®n argelina hacia la causa independentista. Los rebeldes dinamitaron discotecas, autobuses, tiendas, la tribuna de un estadio, bares, o hicieron estallar bombas en plena calle en los barrios europeos a las horas de mayor afluencia, con saldos de decenas de muertos y centenares de heridos. Despavorida, la comunidad de los colonos, los pieds noir, reaccion¨® con violencia equivalente, linchando ¨¢rabes de manera indiscriminada, y planeando, incluso, seg¨²n el testimonio de Aussaresses, hasta un incendio colosal que achicharrara vivos a los habitantes de la Casbah, la ciudad vieja de Argel. El gobierno socialista de Guy Mollet, desbordado por los acontecimientos que hab¨ªan provocado una gran convulsi¨®n pol¨ªtica en Francia, encarg¨® al Ej¨¦rcito aplastar el levantamiento y restaurar el orden. Y para ello dio poderes especiales al general Massu, comandante en jefe del Ej¨¦rcito.
Cuando Aussaresses lleg¨® a Argelia polic¨ªas y militares ya torturaban a los sospechosos para conseguir informaci¨®n y ejecutaban a ocultas a todo responsable de acciones terroristas, y lo seguir¨ªan haciendo despu¨¦s de su partida. Su contribuci¨®n no fue introducir estos m¨¦todos represivos ilegales, que, aunque nadie reconoc¨ªa oficialmente, todos practicaban, sino, seg¨²n ¨¦l, organizarlos de manera 'cient¨ªfica', de modo que el provecho que las Fuerzas Armadas obten¨ªan de semejantes pr¨¢cticas fuera mayor. El propio general Massu se hizo torturar con electricidad, para saber de manera inequ¨ªvoca hasta qu¨¦ l¨ªmite se pod¨ªa resistir ese tormento, lo que da una idea muy concreta de lo institucionalizada que estaba la tortura en la lucha contra el FLN. Aunque el general Aussaresses, en un arrebato hilarante -porque, por incre¨ªble que parezca, su libro est¨¢ salpicado de humoradas- afirma que si hubiera sido ¨¦l el encargado de torturar al geneal Massu, ¨¦ste no hubiera pasado la prueba con la misma comodidad.
Las torturas eran de tres clases: golpes, electrodos en las partes pudendas y otros ¨®rganos particularmente sensibles del cuerpo, y sumergir al prisionero en el agua o atragantarlo con este l¨ªquido hasta la asfixia. Algunos mor¨ªan durante el interrogatorio. Muchos de ellos, despu¨¦s de un rato de tratamiento, hablaban. Todos los que hab¨ªan participado, de manera directa o indirecta, en actos terroristas, eran ejecutados sumariamente, y sus cuerpos disueltos en cal viva o enterrados en fosas comunes, que los oficiales escrupulosos hac¨ªan cavar orientadas hacia la Meca. Los comandos del comandante Aussaresses (hab¨ªa ascendido, entre su paso de Philippeville a Argel) operaban a partir de las ocho de la noche y ¨¦l y sus subordinados efectuaban las detenciones, interrogatorios y ejecuciones vestidos de uniforme leopardo, que, afirma, ejerc¨ªa un saludable efecto intimidatorio sobre la poblaci¨®n. Entre los asesinatos cometidos por los comandos de Aussaresses ¨¦ste reconoce los del jefe del FLN en Argel, Larbi Ben M'llidi, que las autoridades disfrazaron de suicidio, y la de Maurice Audin, un matem¨¢tico comunista que fue dado por desaparecido. A la ma?ana siguiente, el comandante despachaba con el general Massu, en cuyas manos pon¨ªa un informe escrito con lujo de detalles sobre las operaciones nocturnas.
Los servicios especiales no se exhib¨ªan a la luz p¨²blica, claro est¨¢, pero estaban totalmente integrados dentro de la maquinaria c¨ªvico-militar, y su jefe, el comandante Aussaresses, trabajaba en estrecho contacto, adem¨¢s de Massu, con el juez Jean B¨¦rard, emisario del ministro de Justicia del gobierno socialista, que era nada menos que Fran?ois Mitterrand, quien, en calidad de tal, hab¨ªa firmado el decreto que confiaba a la justicia militar todos los delitos cometidos en Argelia relacionados con la rebeli¨®n. Seg¨²n Aussaresses, el juez B¨¦rard estaba enterado de las torturas y las ejecuciones sumarias, que aprobaba con entusiasmo, y, a trav¨¦s de ¨¦l, tambi¨¦n lo estaban las autoridades de Par¨ªs, aunque nunca lo admitieran, y, en determinadas circunstancias, se rasgaran las vestiduras, escandalizadas con las denuncias sobre supuestos abusos a los derechos humanos en Argelia, en una duplicidad digna de Tartufo, el hip¨®crita emblem¨¢tico inventado por Moli¨¨re.
Este libro no est¨¢ escrito para mostrar arrepentimiento, ni para pedir perd¨®n a las v¨ªctimas de esos horrendos cr¨ªmenes que su autor cometi¨®. El general Aussaresses no tiene el menor cargo de conciencia por la sangre que hizo correr ni por haber actuado de una manera que violaba las leyes imperantes. Su tesis es que, cuando se est¨¢ inmerso en una guerra, la obligaci¨®n suprema -para un combatiente, para un pa¨ªs- es ganarla, y que esto es imposible si se respetan las leyes y los principios morales que rigen la vida de una sociedad democr¨¢tica en tiempos de paz. Las autoridades pol¨ªticas, judiciales y militares lo saben muy bien, aunque no puedan decirlo, y por eso, se desdoblan en unas figuras p¨²blicas que aseguran estar empe?adas en mantener las acciones b¨¦licas dentro de la legalidad y la limpieza ¨¦tica, y en otras, m¨¢s pragm¨¢ticas, que, en sordina, sin dejar huellas, e incluso simulando no enterarse, exigen de sus subordinados en uniforme las iniciativas m¨¢s crueles e inhumanas en nombre de la eficacia, es decir de la victoria. Para eso est¨¢n los ejecutantes, los que se manchan las manos, y a los que, a veces, incluso despu¨¦s de emplearlos en esas sucias tareas de catacumba, el poder recrimina o castiga para guardar las apariencias y mantener vivo el mito de un gobierno que, aun en el Apocalipsis b¨¦lico, acata la ley.
Aunque el personaje es repulsivo, ?no dice mucho de verdad? La supuesta diferencia entre guerras limpias y sucias existe sobre el papel, nunca en la realidad, y mucho menos en nuestros d¨ªas, en que se destruye al adversario a la distancia, envi¨¢ndole bombas y proyectiles de destrucci¨®n masiva cuyas v¨ªctimas son siempre, en su inmensa mayor¨ªa, no combatientes sino civiles inocentes, entre ellos ni?os, ancianos, amas de casa, inv¨¢lidos, pulverizados por la metralla o la dinamita en el seno de sus hogares, haciendo la compra, en las camas de los hospitales o en los pupitres de las escuelas. Es verdad que el terrorismo es particularmente odioso, porque ¨¦l saca a la luz, m¨¢s que ning¨²n otro hecho b¨¦lico, la infinita maldad e irracionalidad de la violencia que desencadena un conflicto armado, y porque a menudo se encarniza con el inocente, el que no est¨¢ implicado, el que ni siquiera sabe de qu¨¦ se trata, y que es sacrificado por el terrorista s¨®lo por el ejemplo, como una amenaza o un escarmiento, para provocar determinados efectos sociales y pol¨ªticos, o como una demostraci¨®n abstracta. Pero quiz¨¢s su consecuencia mayor sea que el terrorismo suele engendrar el terrorismo adversario, en un c¨ªrculo vicioso que, como ocurri¨® en Francia durante el conflicto argelino, puso a las instituciones de la democracia al borde del colapso.
La tesis del general Aussaresses es que la ¨²nica manera en que se puede combatir el terrorismo es mediante el contra-terrorismo, y que el Estado que, por razones legales o morales se reh¨²sa a emplearlo, se condena a la derrota. El argumento subliminal de su libro, claro est¨¢, es que Francia perdi¨® Argelia no porque, en nuestra ¨¦poca, el colonialismo es poco menos que insostenible, ni por haber torturado y asesinado argelinos, sino por haberlo hecho s¨®lo a medias y con excesivos escr¨²pulos. As¨ª, cuando ¨¦l fue mutado, estaba preparando atentados en territorio franc¨¦s contra doce intelectuales, entre ellos la abogada Gis¨¦le Halimi y el escritor Olivier Todd, a quienes sus servicios ten¨ªan sindicados como 'portadores de valijas' para el FLN. Esta tesis es inaceptable, desde luego, pero, por desgracia, tiene abundantes ejemplos que abonan en su favor, porque cada vez que un Estado debe hacer frente a estallidos subversivos, a insurrecciones y secesiones que recurren al terror, la tentaci¨®n de proceder de igual manera es enorme y muchas veces ceden a ella incluso los gobiernos de pa¨ªses de larga tradici¨®n democr¨¢tica, como Francia. El terrorismo de Sendero Luminoso y del MRTA gener¨® en el Per¨² un contraterrorismo que, seg¨²n ha reconocido el gobierno actual, produjo por lo menos cuatro mil desaparecidos, y los cr¨ªmenes de ETA, en Espa?a, dieron lugar a los secuestros y asesinatos perpetrados por los GAL, tele-comandados por altas instancias del gobierno socialista.
Es posible que el libro del general Aussaresses inspire en el futuro un debate serio sobre las implicaciones jur¨ªdicas y pol¨ªticas del terrible testimonio que contiene, y, tambi¨¦n, un esfuerzo hist¨®rico para que se haga por fin toda la luz sobre esa guerra secreta que acompa?¨® a la lucha visible durante el conflicto argelino. Por el momento, nada de eso ha ocurrido. Las reacciones han consistido, m¨¢s bien, en hacer llover sobre ese pobre infeliz, al que hay que reconocerle al menos no haberse llevado a la tumba unos recuerdos que ponen en evidencia la complicidad con que contaron, en los m¨¢s altos cargos del Estado, los responsables de la guerra sucia argelina, todas las cr¨ªticas y admoniciones. El presidente Chirac ha pedido que sea borrado de la Legi¨®n de Honor, el primer ministro Jospin ha publicado un comunicado severo condenando las iniquidades del libro, y algunas organizaciones de derechos humanos han anunciado que abrir¨¢n procesos judiciales contra su autor. Nadie, hasta ahora, de las numerosas personas implicadas, se ha atrevido a negar que aquello que cuente sea verdad.
? Mario Vargas Llosa, 2001. ? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El Pa¨ªs, SL, 2001.
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