El hombre demolido
Ca?izares se derrumb¨® sobre el c¨¦sped, hecho puro llanto, hasta que Kahn fue a consolarle como lo har¨ªa una madre
Santiago Ca?izares, Ca?ete para sus amigos, hab¨ªa puesto en la tanda de penaltis todo su cuerpo, toda su alma. Por eso se derrumb¨® como si una bala le hubiera partido en dos el coraz¨®n cuando Kahn par¨® el tiro de Pellegrino. Por eso se qued¨® tendido en posici¨®n fetal, solo, en el fondo sur del estadio de San Siro, frente a 20.000 hinchas b¨¢varos enloquecidos de felicidad. Y as¨ª permaneci¨® durante varios minutos mientras sus compa?eros se lamentaban por el campo en ca¨®tico desparramo sin reparar en el guardameta, olvid¨¢ndolo.
As¨ª hasta que un jugador del Bayern not¨® algo extra?o mientras recuperaba el resuello de la primera exaltaci¨®n de la victoria. Fue el propio portero alem¨¢n, Kahn, el pelirrojo exagerado con cara de lagarto, quien advirti¨® que un bulto azul con forma humana hab¨ªa quedado tendido junto a la porter¨ªa fat¨ªdica para su adversario. Kahn se acerc¨® despacio, como un cazador que se aproxima a la presa herida, y toda su ira, todos sus partidos jugados contra el Manchester United, el Real Madrid y el Valencia se desvanecieron en su mente como una sucesi¨®n de batallas sin sentido al frente de una formaci¨®n defensiva.
El desafiante y fr¨ªo Kahn se inclin¨®, s¨ª, como se inclinar¨ªa una madre sobre Ca?izares, le cogi¨® la cabeza y le acarici¨® el pelo. Le habl¨® al o¨ªdo: como si en todo San Siro s¨®lo estuvieran ellos dos. Y entonces el portero espa?ol, deshecho, dio se?ales de vida mientras se acercaban Kuffour y Zickler, uno de sus verdugos desde el punto del penalti, a unirse en la misi¨®n salvadora.
Fue terrible ver a Ca?izares taparse la cabeza con su camiseta y vagar ciego y enclenque por el campo. Tan ciego que se meti¨® entre los jugadores alemanes en pleno festejo y pas¨® por all¨ª como una sombra. Tan d¨¦bil que las rodillas le temblaban hasta que cay¨® de nuevo y escondi¨® la cara en el c¨¦sped.
Nadie del Valencia se acerc¨® a consolar a Ca?izares, que llor¨® por la gesta perdida. Porque hac¨ªa tres minutos se hab¨ªa convertido en un h¨¦roe. Porque hab¨ªa rozado el ¨¦xtasis como el gran protagonista de la noche y, de pronto, la Copa de Europa volv¨ªa a convertirse en un sue?o vago.
Guerra psicol¨®gica
"Se?oras y se?ores, esta final se decidir¨¢ por los lanzamientos desde el punto de penalti", rez¨® la megafon¨ªa de San Siro. Y Ca?izares enfil¨® hacia la porter¨ªa se?alada, acompa?ado por Paulo Sergio, para intentar parar el primero. Iba henchido el portero del Valencia, seguro de tener entre sus manos un episodio que le permitir¨ªa ser el centro de todas la miradas. Algo que le entusiasma de sobra. As¨ª es que cuando Paulo Serguio acomod¨® el bal¨®n en el punto de cal Ca?izares llam¨® al ¨¢rbitro, el holand¨¦s Dick Jol, y le indic¨® una supuesta infracci¨®n: la pelota estaba adelantada.
Comenz¨® la guerra psicol¨®gica. El ¨¢rbitro se puso nervioso con Ca?izares, pero accedi¨® porque el portero se cruz¨® de brazos en medio del ¨¢rea chica. El delantero brasile?o debi¨® poner el bal¨®n en el centro del punto, seg¨²n el reglamento, y as¨ª comenz¨® el Valencia por anotarse el primer punto: Paulo Sergio mand¨® el bal¨®n a las nubes. Luego, Kahn intent¨® ganar cent¨ªmetros adelant¨¢ndose respecto a la l¨ªnea de gol y el ¨¢rbitro debi¨® luchar contra esta treta. Y despu¨¦s Ca?izares volvi¨® a las andadas, a pelearse por el punto de cal, a sembrar la confusi¨®n en el delantero, esta vez Salihamidzic, y as¨ª sucesivamente hasta que el ¨¢rbitro le mostr¨® una tarjeta amarilla de amonestaci¨®n.
La derrota cerr¨® el c¨ªrculo en la desgracia del portero. Separado de su mujer desde hace semanas, metido en una crisis personal, el partido de ayer cobr¨® una relevancia enorme. Fue un reto, una forma simb¨®lica de conjurar los problemas de la vida fuera del campo. Y lo asumi¨® como tal y en solitario, como acostumbra, con el aire suficiente y algo pueril del hombre que un d¨ªa dijo que le agradec¨ªa a su abuelo el haberle ense?ado a sobrevivir en el monte, cazando animales salvajes. Lo hizo con un punto de arrogancia, sin contar con unos compa?eros, que, salvo Ayala y Carew, tampoco parecieron acordarse de ¨¦l en la hora del fracaso.
Quiz¨¢ por eso se derrumb¨® Ca?izares. Como un hombre demolido. Como un hombre desesperado. Tanto que, en la caremonia de entrega de los trofeos, a la que acudi¨® como quien acude al suplicio, incluso se descolg¨® del cuello la medalla acreditativa del subcampeonato conseguido. Para ¨¦l no era m¨¢s que el testimonio de la decepci¨®n, de la frustraci¨®n, de la nueva derrota demoledora.
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