?Viva Mar¨ªa!
La Puerta del Sol hac¨ªa gala de su t¨ªtulo con los rigores de un verano adelantado. A las seis de la tarde del ¨²ltimo s¨¢bado, se mezclaban entre vendedoras de loter¨ªa, turistas, inmigrantes, polic¨ªas y ladrones, los manifestantes, autorizados, para pedir la libertad de Mar¨ªa, ap¨®cope de la marihuana, nombre familiar del c¨¢?amo ¨ªndico, una sustancia tipificada como droga por la legalidad vigente, ambigua al respecto, entre la tolerancia y la penalizaci¨®n, la vista gorda y el multazo.
La ruidosa y colorista grey convocada por la AMEC -Asociaci¨®n Madrile?a de Estudios del Cannabis-, desembocaba en la plaza, una vez m¨¢s ¨¢gora y mentidero donde toda reivindicaci¨®n tiene su asiento. Era d¨ªa de tolerancia y vista gorda. Los polic¨ªas, municipales y nacionales, vestidos de azul, hablaban con gre?udos rastafaris y ninfas tatuadas y perforadas que exhib¨ªan sin disimulo en sus manos artesanales canutos o desmesurados porros. El acre y vegetal aroma de la marihuana se impon¨ªa en las aceras a los vapores expelidos por los tubos de escape de los autom¨®viles y llegaba a la afilada nariz de Carlos III, impasible, bronceado y ecuestre.
Un provecto y atildado caballero, manifestante ¨²nico, que suele hacer la guerra por su cuenta enarbolando una bandera republicana, discut¨ªa con un joven y desgarbado defensor del cannabis. El viejo republicano solitario increpaba a los ca?ameros, que iban formando corrillo alrededor de la escena, por reivindicar el vicio, y su interlocutor de fluida verborrea respond¨ªa con un abrumador discurso sobre las virtudes terap¨¦uticas y el uso l¨²dico de su planta favorita y proclamaba las excelencias del autocultivo ecol¨®gico y no comercial de la misma.
El breve manifiesto repartido entre humos, c¨¢nticos y percusiones por los de la AMEC, agrupados en torno a una desvencijada furgoneta, se solidarizaba con los enfermos, pero insist¨ªa en la reivindicaci¨®n de su consumo con fines l¨²dicos, al tiempo que exig¨ªa la derogaci¨®n de la Ley Corcuera y animaba a los dos millones de consumidores de la planta a recurrir las multas derivadas de su combusti¨®n en p¨²blico.
No era d¨ªa de multas, ni siquiera de tr¨¢fico, aunque la confusi¨®n provocada por los manifestantes que no encontraban por ninguna parte su megafon¨ªa, hac¨ªa de la Puerta del Sol un vivero de posibles sanciones por muy diversas infracciones de variados c¨®digos. La alegre turba escoltada por sus celadores y seguida por empleados y veh¨ªculos de los servicios de limpieza se puso en marcha por la calle Mayor acompa?ada por los sensuales acordes del reggae jamaicano, tambores y consignas. 'No se registraron incidentes', dec¨ªan al d¨ªa siguiente los peri¨®dicos. Tremolaban las banderas de Jamaica, la patria del santo Marley, y una nube de l¨²dico incienso envolv¨ªa a los que se asomaban a los balcones para ver pasar la procesi¨®n profana.
La legislaci¨®n europea sobre el c¨¢?amo mantiene diferentes y notables niveles de tolerancia y evoluciona en ese sentido, impulsada entre otras cosas por la publicaci¨®n de sus virtudes terap¨¦uticas, pero las poderosas compa?¨ªas farmac¨¦uticas quisieran controlarlo como medicamento y los grandes traficantes desear¨ªan que las cosas siguieran como est¨¢n para mantener sus beneficios. Si las empresas consiguen controlar la distribuci¨®n del producto garantizan la supresi¨®n de sus efectos l¨²dicos y placenteros, conforme a esa extra?a y difundida ¨¦tica, cat¨®lica, calvinista, hip¨®crita o simplemente masoquista, para la que todo placer es pecado y genera culpa. Hay, por supuesto, entretenimientos l¨²dicos mejor tolerados y bien vistos por la sociedad; por ejemplo el domingo por la ma?ana, en el parque del Retiro, profesionales de las Fuerzas Armadas ense?aban a los ni?os su glorioso oficio, les vest¨ªan de soldaditos y les explicaban c¨®mo era una guerra de verdad.
El s¨¢bado por la noche, despu¨¦s de la manifestaci¨®n del c¨¢?amo, miles, muchos m¨¢s miles de madrile?os madridistas gozaban de un placer tolerado y recomendado, de la embriaguez estupefaciente del triunfo deportivo alrededor de la diosa Cibeles, a la que pisoteaban una veintena de pateadores profesionales de la plantilla autorizados. Algunos ciudadanos, gente insaciable, participaron en las dos concentraciones sabatinas con id¨¦ntico entusiasmo.
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