Caradura
La vida secreta de las estatuas pasa c¨ªclicamente por temporadas azarosas, al igual que sucede con los mortales. El colectivo de las efigies anda mosqueado. Cibeles ha sido escarnecida por las hordas merengues, indignando oficialmente a la autoridad. A Francisco Franco, el cuitado, un grupo montaraz lo pint¨® de rojo en presencia de San Juan de la Cruz, que se hizo el longuis y no dijo ni mu (otros sospechan que fue ¨¦l quien dio el chivatazo). Numerosos ciudadanos de todos los tiempos han sido iconoclastas. Talibanes tenemos para todos los gustos (lo que acaso no soportan de Buda es su sonrisa). Otros, sin caer en el fundamentalismo, est¨¢n afectados de iconofobia: no es que no se f¨ªen de las estatuas, sino que les provocan repel¨²s y man¨ªa persecutoria. Joseph von Klapperk, aquel espirituoso esc¨¦ptico austriaco, fustig¨® con estos versos a una de sus amantes: 'Las estatuas y los muertos, vida m¨ªa, / cuando nadie los ve, / se mofan de los viandantes / y mandan al carajo a la humanidad. / Las estatuas y los muertos, mi amor, / tienen la cara muy dura'.
Lo que pasa en Madrid tiene inmediata repercusi¨®n en Barcelona, y viceversa. El viernes pasado, 30 miembros de la organizaci¨®n independentista Maulets derribaron el monumento a los Ca¨ªdos situado en la Diagonal, frente al palacio de Pedralbes. Resulta chocante que pervivan, nada menos que en la capital catalana, s¨ªmbolos de tama?a catadura. El conjunto es obra del escultor Josep Clar¨¢, y ha sufrido variopintos atentados desde su inauguraci¨®n por el general Moscard¨® en 1951. Madrid y Barcelona, para confraternizar, tendr¨ªan que intercambiar estatuas, y as¨ª nos quitamos de encima mutuamente esperpentos.
Atentar contra estatuas es falta de urbanidad que implica cobard¨ªa. Nadie osa mancillar al caballo de Espartero; tiene muchos huevos y no se anda con contemplaciones. Nadie se atreve a ensuciar al ?ngel Ca¨ªdo; la gente tiene miedo al diablo, aunque no exista. Debieran erigir en el Retiro una estatua a la Sota de Bastos para que los ciudadanos se explayen a su gusto sin multas ni sobresaltos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.