?Un h¨¦roe contempor¨¢neo?
He aqu¨ª, por fin, un fruto feliz del nacionalismo; del nacionalismo espa?ol, por supuesto: la absoluci¨®n de Joaqu¨ªn Jos¨¦ Mart¨ªnez. Se ha asegurado repetidamente que fue la tenacidad de sus padres la que le arranc¨® de las garras de la silla el¨¦ctrica. Ser¨ªa m¨¢s exacto decir que los padres, Joaqu¨ªn y Sara, consiguieron interesar en el caso a los medios de comunicaci¨®n espa?oles y, a trav¨¦s de ellos, a la opini¨®n p¨²blica sobre la base de que su hijo conservaba la nacionalidad espa?ola. Una vez asentada la idea de que el joven condenado en Florida era uno de los nuestros, todo lo dem¨¢s se dio por a?adidura: la movilizaci¨®n diplom¨¢tica, incluyendo gestiones personales del mism¨ªsimo Rey de Espa?a, la colecta de fondos para sufragar una buena defensa en el segundo proceso, el env¨ªo de varias expediciones senatoriales para visitarle en la c¨¢rcel y para apoyarle ante el tribunal de Tampa, la presencia masiva de periodistas peninsulares durante el desarrollo del reciente juicio...
En un pa¨ªs donde reina el lobbying, todas esas se?ales fueron m¨¢s que suficientes para que el sistema judicial norteamericano comprendiese que Joaqu¨ªn Jos¨¦ no era uno m¨¢s entre esos infelices a los que se puede electrocutar impunemente. Si, encima, no exist¨ªan contra ¨¦l pruebas concluyentes, pues miel sobre hojuelas... Ahora bien, por m¨¢s que la movilizaci¨®n en favor de Mart¨ªnez haya enarbolado la bandera universal del rechazo a la pena de muerte, es obvio que la clave de su ¨¦xito ha sido la espa?olidad del reo. ?l mismo lo reconoci¨® as¨ª cuando, apenas llegado a Madrid, daba las gracias a 'Espa?a', al 'pueblo espa?ol', no a los grupos abolicionistas; lo confirmar¨ªan, si preciso fuere, los miles de condenados en espera de ejecuci¨®n que pueblan las prisiones de Estados Unidos sin que conozcamos ni sus nombres, ni sus historias, ni siquiera su n¨²mero exacto, ni mucho menos hayamos constituido para salvarles plataforma alguna.
Perm¨ªtaseme precisar sin mayor demora que tambi¨¦n yo estoy contra la pena capital, y que me congratulo como el que m¨¢s con el final feliz de la peripecia judicial de Joe Mart¨ªnez. Y que, dadas las melodram¨¢ticas caracter¨ªsticas de ¨¦sta y la coincidencia del desenlace con la visita a Madrid del presidente George W. Bush, comprendo tambi¨¦n que se haya aprovechado el caso para realimentar ese inveterado antiamericanismo que es uno de los rasgos m¨¢s transversales y -en el contexto eurooccidental- m¨¢s singulares de la cultura pol¨ªtica espa?ola contempor¨¢nea. Lo que ya comprender¨ªa menos es que, llevados por el af¨¢n de rentabilizar la enorme inversi¨®n de notoriedad que han hecho en ¨¦l, nuestros medios de comunicaci¨®n y especialmente las televisiones convirtiesen a Joaqu¨ªn Jos¨¦ en un h¨¦roe, el primero tal vez de la Espa?a del nuevo milenio. Y lo cierto es que hay acerca de ello inquietantes indicios.
El propio Mart¨ªnez traz¨®, en entrevistas concedidas antes de salir de Estados Unidos, un p¨²dico esbozo de su conducta previa al ingreso en prisi¨®n, cinco a?os atr¨¢s. Transcribo de EL PA?S: 'Yo nunca he declarado que soy un santo. Siempre he dicho que era inocente, pero no un santo. Fui travieso de joven, es verdad'. 'Yo llevaba una vida alocada, pensando s¨®lo en hacer dinero, y no quise cambiar'. A lo que sabemos, una vida en el filo de la navaja, sin profesi¨®n definida, de negocios f¨¢ciles, coches r¨¢pidos, l¨ªos de faldas, tal vez trapicheos con la droga... Por descontado, nada de esto justifica lo que le ocurri¨® despu¨¦s. Por supuesto, Joaqu¨ªn Jos¨¦ ha tenido tiempo y posee todo el derecho del mundo a rectificar. Pero el haber escapado de una condena injusta a una pena inhumana no le transforma autom¨¢ticamente en un h¨¦roe ni hace de su biograf¨ªa un ejemplo merecedor de la canonizaci¨®n cat¨®dica.
?Sufrir¨¦ de una sobredosis de moralina si digo que el recibimiento medi¨¢tico dispensado a Joaqu¨ªn Jos¨¦ en Barajas el pasado domingo, como si viniese de ganar un premio Nobel, me pareci¨® del todo improcedente, si confieso mi estupor ante la intenci¨®n del Ayuntamiento de M¨®stoles -donde Mart¨ªnez est¨¢ empadronado- de organizarle un pr¨®ximo homenaje popular? ?Me estar¨¦ convirtiendo en un redomado cavern¨ªcola si admito mi desagrado ante los proyectos de convertir el caso del reo espa?ol que esquiv¨® al verdugo de Florida en carne de telefilme y de docudrama, si encuentro fuera de lugar, y nocivo para la seriedad de las organizaciones no gubernamentales, que la misi¨®n vital del joven Joaqu¨ªn Jos¨¦ sea a partir de ahora crear una ONG para combatir la pena capital? ??l, que reconoce haberla aplaudido con fervor antes de convertirse en inquilino del 'corredor de la muerte'?
Seg¨²n funciona hoy el circo medi¨¢tico, el ex reo ha pagado durante esta semana, y tendr¨¢ que seguir pagando durante las pr¨®ximas, el peaje de esa fama que tanto contribuy¨® a salvarle la vida. E inevitablemente, en la rueda de comparecencias televisivas, el drama de los Mart¨ªnez y la noble causa abolicionista degenerar¨¢n en sainete, en morbo barato, l¨¢grima f¨¢cil y grosera subasta de ofrecimientos y regalos. As¨ª las cosas, s¨®lo cabe esperar que el trance sea breve y que Joaqu¨ªn Jos¨¦ quiera y pueda ponerle fin para iniciar una vida normal. Despu¨¦s de haber dejado atr¨¢s el mono naranja y las cadenas de los condenados a muerte, ser¨ªa una l¨¢stima verle metido en ese pat¨¦tico famoseo que pulula por late shows y revistas rosas, ejerciendo -qu¨¦ s¨¦ yo- de recambio del conde Lecquio.
Joan B. Culla es profesor de Historia contempor¨¢nea en la UAB
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