'Victorinos' caja B
Los victorinos de la Corrida de Beneficencia no eran los mismos que los del s¨¢bado ¨²ltimo. Lo juro. Aficionados que de estas cuestiones diquelan, lo juraban tambi¨¦n: 'Los victorinos de hoy no son los de la feria; no hay m¨¢s que verlos'. Claro que as¨ª -vi¨¦ndolos-, cualquiera. O sea que, en fin, tra¨ªan los victorinos distinta vitola. Si los de la feria fueron pura cepa, marca de la casa, los de la Corrida de Beneficencia pertenec¨ªan a la caja B.
Ocurre en las mejores familias ganaderas: que crian lo mollar, y luego, en el cuarto oscuro, guardan una reserva de distinta clase para darle otra cara a la fama y los compromisos.
Miura es -m¨¢s preciso ser¨ªa decir fue- ejemplo de doble vida. Por un lado ten¨ªa los toros que se ajustaban en trap¨ªo y catadura a los que forjaron la leyenda de la casa, y por otro, unos ejemplares diferentes, adocenados de aspecto, blanduchos y feminoides. Pepe Luis V¨¢zquez (padre), que le hac¨ªa el tentadero, seguramente podr¨ªa explicar los motidos de esta contradicci¨®n.
Victorino Martin, por lo que la experiencia da a entender, quiz¨¢ a¨²n tenga una caja C, que saca esos victorinitos aborregados y tullidos que utilizan las figuras para fingir esas gestas que necesitan para mantener el cach¨¦.
De estos debi¨® haber s¨®lo uno en la corrida de Beneficencia, que hizo sexto. Aunque de ser el caso, se tratar¨ªa de mala raza o producto fallido pues el andoba no pose¨ªa ni fuerza ni juego y provoc¨® el deslucimiento de Rafael de Julia, a quien se le fue la comparecencia sin lucimiento y hasta con merma de cartel.
No es que devolviera las dos orejas y la salida por la puerta grande que gan¨® en la reciente feria de San Isidro, pero su actuaci¨®n careci¨® de la emotividad que conlleva siempre el torero que se presenta con ansias de triunfar y comerse el mundo. Pase la tesonera y voluntariosa faena que le dio Rafael de Julia al aborregado sexto, pero el victorino tercero sac¨® una encastada nobleza merecedora del toreo bueno; algo radicalmente distinto a la mec¨¢nica sucesi¨®n de pases sin temple ni ligaz¨®n que le administr¨® Rafael e Julia a destajo. ?nicamente le condona que en los proleg¨®menos de la faena se cay¨®, el victorino hizo por ¨¦l y le peg¨® un revolc¨®n tremendo.
La terna de j¨®venes matadores con brillantes esperanzas de futuro la verdad es que, por fas o por nefas, no acab¨® de dar la talla. Alberto Ram¨ªrez se llev¨® la peor parte, no tanto por el volteret¨®n que sufri¨® como por la sensaci¨®n de inconsistencia, de t¨¦cnica superficial, de falta de hondura que dieron sus dos faenas. El toreo de parar, templar y mandar, no lo hizo. Y lo de ligar, tampoco. En realidad su toreo no difer¨ªa del que ha tra¨ªdo la neotauromaquia y ejercitan cada tarde las figuras sin el menor reparo y se traduce en las consabidas formas de pegar un pase y salir corriendo para empezar otro en distinto lugar. Mucho insisti¨® Ram¨ªrez por derechazos y naturales y al engendrar uno de ellos al quinto toro result¨® cogido y lanzado por los aires. No hubo cornada, mas la violencia de la ca¨ªda no se desea ni al peor de los enemigos.
Luis Miguel Encabo constituy¨® la excepci¨®n. Estuvo a punto de alcanzar el ¨¦xito y no lo consigui¨® por los imponderables, por el genio de los victorinos -que contaba especialmente- y por los dos feos yerros con que culmin¨® su actuaci¨®n. Con el capote tuvo fases estupendas Luis Miguel Encabo; breg¨® con eficacia lidiadora y evidente conocimiento de los terrenos, de los toros y de las suertes; banderille¨® f¨¢cil y entusiasta; y aderez¨® de clasicismo sus enjundiosas faenas de muleta.
Los toros que le correspondieron a Encabo la verdad es que no eran f¨¢ciles. Chiquito y casi impresentable el primero, sac¨® un genio vivaz que convert¨ªa en peligrosas las embestidas y Encabo los tore¨® con el aguante que permit¨ªan los continuos achuchones. El cuarto, de nobleza cierta, era sin embargo un vendaval de casta y bastante ten¨ªa el torero con intentar encelarlo en la muleta y librar su codiciosa agresividad.
Y aqu¨ª vino el primer fallo cuando, en una de esas, qued¨® desarmado, se agarr¨® al cuello del toro para evitar la cogida y el animal se puso a dar vueltas vertiginosas para sacud¨ªrselo de encima, hasta que lleg¨® el pe¨®n Antonio Rodr¨ªguez, hizo el quite y el matador pudo escapar inc¨®lume de la angustiosa situaci¨®n. Y casi sin soluci¨®n de continuidad lleg¨® el segundo desatino: fue Luis Miguel Encabo y le peg¨® al toro un infamante bajonazo. Una forma tabernaria de matar que, naturalmente, tiene dif¨ªcil perd¨®n.
'?Qu¨¦ opina de esto Gallard¨®n?', le pregunt¨® a gritos un aficionado al presidente de la Comunidad, que se encontraba en el palco real acompa?ando al Rey. Lo m¨¢s probable ser¨ªa que Ruiz Gallard¨®n y el Rey y el lucero del alba estuvieran deseando que se acabara aquello. La corrida de Beneficencia no dio m¨¢s de s¨ª. Ni tampoco se esperaba cuando la anunciaron, francamente.
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