Defensa de la diferencia
La civilizaci¨®n occidental est¨¢ sufriendo uno de los cambios m¨¢s profundos y radicales de su larga historia; al referirme a ello he empleado a veces la expresi¨®n de 'mutaci¨®n hist¨®rica', que no creo desacertada. Es un hecho, en cualquier caso, que ello nos obliga a repensar los conceptos b¨¢sicos de nuestra cultura y a buscar nuevas orientaciones en un replanteamiento total de sus fundamentos tradicionales. Y habr¨¢ que empezar por el concepto mismo de raz¨®n, cuyo descubrimiento en la Grecia cl¨¢sica ha marcado definitivamente y de forma radical nuestro decurso hist¨®rico. La raz¨®n fue el gran invento hel¨¦nico que ha orientado nuestro trato con la realidad, imprimi¨¦ndole car¨¢cter propio.
El mundo en que vivimos, con sus fabulosos avances cient¨ªficos y su impresionante desarrollo tecnol¨®gico-industrial, es una creaci¨®n de la mente humana; en palabras m¨¢s radicales, el mundo humano es producto de nuestra propia invenci¨®n, creado mediante la afortunada manipulaci¨®n de la realidad. Y ello se ha hecho partiendo de un supuesto b¨¢sico: el concepto de naturaleza. Hemos partido de la creencia en la existencia de un orden natural, donde la naturaleza misma gozaba de una esencia constitutiva; de aqu¨ª que la obsesi¨®n tradicional de los fil¨®sofos haya sido buscar la naturaleza de las cosas.
Ahora bien: se da la circunstancia de que los avances cient¨ªficos del siglo han volatilizado el concepto de naturaleza y su contenido material. Hoy sabemos que la naturaleza -o lo as¨ª llamado tradicionalmente- es un constructo metaf¨ªsico que ha servido de soporte a la reflexi¨®n filos¨®fica durante siglos, pero que de hecho la materia que constituye su ¨²ltimo contenido no es sino un conglomerado de neutrones y electrones, es decir, pura energ¨ªa. La naturaleza se ha desmoronado ante nuestros ojos y ha perdido su capacidad de referencia filos¨®fica b¨¢sica. El hombre mismo no tiene naturaleza y su definici¨®n tradicional como animal racional ha perdido sentido. Ortega y Gasset, que se adelant¨® en tantas cosas, ya lo dijo expl¨ªcitamente: el hombre no tiene naturaleza, sino... historia.
La definici¨®n tradicional del hombre como animal racional ha hecho, sin embargo, que desarrollase expl¨ªcitamente esa racionalidad. As¨ª ocurre que el mundo inventado por el hombre se concibe como una naturaleza regida por las leyes de la racionalidad (l¨®gica) y donde el hombre es el gran manipulador conceptual de esa realidad, incluido el hombre mismo. Es en ese momento cuando se pasa del concepto de raz¨®n pura a una raz¨®n instrumental que enfatiza la categor¨ªa de igualdad. Sobre esa base igualitaria se han construido las constituciones pol¨ªticas y jur¨ªdicas que fundamentan la convivencia democr¨¢tica -y todo eso est¨¢ muy bien-, pero ha conducido al mismo tiempo a un reduccionismo metaf¨ªsico en que el hombre se convierte en n¨²mero perfectamente intercambiable con otro. En eso se basa la producci¨®n industrial en serie, t¨ªpica de una sociedad de masas, y la tendencia a una globalizaci¨®n, donde el hombre es medio para el hombre, dado que la exaltaci¨®n de la igualdad ha conducido a la homogeneidad de todos.
Al llegar a este punto es cuando se hace necesario dar un giro radical a los planteamientos filos¨®ficos originarios de nuestra cultura: la reflexi¨®n del 'ser en cuanto a ser' (identidad) ha de dejar paso a un 'pensar el ser desde la diferencia'. Si lo primero enfatizaba una igualdad l¨®gica que se traduc¨ªa en igualdad metaf¨ªsica, lo segundo implica una rebeli¨®n contra los excesos de aquel planteamiento. El hecho es que la identidad de todos los hombres no tiene por qu¨¦ anular sus diferencias: las que les constituyen como individuos con personalidad propia. Y..., sin embargo, esto es lo que est¨¢ a punto de ocurrir con la globalizaci¨®n. Un mundo globalizado es un mundo donde todo es intercambiable, porque todo est¨¢ homogeneizado.
Aqu¨ª es donde tienen su origen las protestas contra la globalizaci¨®n y a su vez los movimientos ¨¦tnicos que defienden su diferencia, lo que viene a ser lo mismo que defender su identidad, puesto que la diferencia es un elemento constitutivo de cada ser humano y de las entidades colectivas en que ¨¦ste se agrupa, ll¨¢mense tribu, etnia, pueblo, naci¨®n, cultura...
Estamos precisamente en esta coyuntura hist¨®rica, donde una globalizaci¨®n planetaria puede conducir al aniquilamiento de la especie por la eliminaci¨®n de la variedad que le ha dado riqueza a lo largo de los siglos. La amenaza a la especie se extiende desde los extremos opuestos: ya sea por suicidio colectivo al hacer uso violento y brutal de la energ¨ªa at¨®mica, ya sea mediante los avances de la bioqu¨ªmica y la producci¨®n de una clonaci¨®n en serie ilimitada y degradadora de la condici¨®n humana. La situaci¨®n es parad¨®jica, ya que una buena orientaci¨®n de la globalizaci¨®n podr¨ªa tambi¨¦n conducir a la realizaci¨®n por primera vez de una Humanidad evolucionada y consciente de s¨ª misma. ?ste es el gran reto de nuestro tiempo: utilizar los grandes avances a que estamos asistiendo para construir la gran familia humana, donde todos estuvi¨¦semos hermanados, como han so?ado desde hace milenios los fundadores de religiones -Cristo, Buda, Lao-tse- y los utopistas de todos los tiempos.
Ahora bien, esta utop¨ªa: la construcci¨®n de un mundo humano y con futuro, donde el ideal de la Humanidad se haga posible, exige el respeto y la defensa de las diferencias que nos constituyen. La diferencia es la riqueza del mundo; es ¨¦sta la que alimenta su variedad y su crecimiento. Esto es una verdad ya admitida en los planteamientos ecol¨®gicos, donde la defensa de la biodiversidad de los ecosistemas es un principio que nadie discute. Y, sin embargo, parece que es dif¨ªcil de admitir en la esfera de la cultura, donde las multinacionales y la producci¨®n en serie quieren medirnos a todos con el mismo rasero para convertirnos en el 'consumidor satisfecho' que exigen sus intereses comerciales.
Es necesario que todos asumamos de una vez por todas que la diferencia es, tanto en la esfera de la biolog¨ªa como en la de la cultura, lo que da riqueza al mundo y le proporciona la salud suficiente para que siga creciendo y desarroll¨¢ndose en beneficio de todos. Por el contrario, el triunfo absoluto de la igualdad conducir¨ªa al anquilosamiento y la esclerosis. Un mundo donde todos fu¨¦semos iguales nos llevar¨ªa a una sociedad estancada; por eso, es necesario, como dec¨ªa al principio, superar la idea de una raz¨®n ¨²nica y excluyente -la raz¨®n pura de los fil¨®sofos tradicionales- para dar paso a razones plurales y asuntivas. Por supuesto, no estoy haciendo una llamada al irracionalismo, pero tampoco a un pluralismo subjetivista que justificase al margen de la ¨¦tica y de los valores las apetencias m¨¢s aberrantes. Me estoy refiriendo a una raz¨®n abierta, comunicativa y multilateral, donde una variedad de corrientes fluviales la vitalicen y refresquen, pues el triunfo absoluto, por el contrario, de la igualdad indiscriminada y niveladora nos llevar¨ªa a un mundo donde la putrefacci¨®n y la degeneraci¨®n se har¨ªan soberanas.
Jos¨¦ Luis Abell¨¢n es catedr¨¢tico de la Universidad Complutense de Madrid.
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