Todos a gustito

En el Palacio Vistalegre se est¨¢ muy bien. Toreros, espectadores, m¨²sicos y comparsas, todos a gustito. Los toreros se divierten toreando toretes sin fuerza desde c¨®modas distancias. Los espectadores, todos sentaditos en c¨®modos sillones, y no en esos pedazotes de granito de los tendidos de otras plazas, en los que hay que poner una almohadilla entre el culete y la aspereza berroque?a. Los m¨²sicos tambi¨¦n se sienten felices all¨¢ arriba, rozando la c¨²pula, y se empe?an en desentonar con sus tatachines, en contra de los silbidos de algunos espectadores a los que el eco estruendoso de la charanga, aumentado por el efecto amplificador de la cubierta, les hace pupa en los o¨ªdos. Los ¨²nicos que seguramente no est¨¢n muy a gustito son los periodistas, a los que se obliga a entrar al coso por el patio de arrastre, entre el aroma de los detritus de las reses muertas. Pero ya se sabe que los periodistas son la canallesca indeseable y tienen que fastidiarse.

En esta corrida se fueron sin torear cinco toros a ese patio de los despojos. Los matadores se ir¨ªan al hotel muy a gustito, porque el esfuerzo realizado fue m¨ªnimo.

El primer toro sali¨® engallado y ufano, contento de que sus trazas de novillito no hubieran impedido que se le anunciara como toro. El Tato se bail¨® una zambra con el capote. Con un ara?acito en mitad del espinazo se dio por cumplido el tercio de varas. A pesar del corto recorrido en la muleta, El Tato, c¨®modamente situado fuera de cacho, tir¨® de ¨¦l por ambos pitones sin emoci¨®n ni gusto. El cuarto, un novillete. Cero con la capa para El Tato. En varas, m¨²sica de estribo e intentos de quitarse el palo por parte del animalejo. El Tato se ech¨® el toro hacia fuera para que no le alcanzaran sus cabezazos. Luego trat¨® de bajar la mano y termin¨® desarmado.

Escurridizo y absolutamente sin trap¨ªo fue el segundo, y con ¨¦l se estir¨® en dos ver¨®nicas y media Higares. Le dieron un picotazo y el animalito protest¨® zurrando el estribo. Volvi¨® a protestar con mugidos y brincos en banderillas. No se acopl¨® Higares con su escas¨ªsima embestida y, m¨¢s que torear, correte¨® de ac¨¢ para all¨¢. En el quinto, la labor de Higares fue voluntariosa, pero no se arrim¨®. Y la faena no existi¨®, naturalmente, por mucho p¨¦ndulo y abaniqueo con los que remat¨® el asunto.

Uceda hizo una faena templada y ajustada al tercero, con alguna que otra metedura de pico. Al sexto, un utrerito con sospechosos signos de haberse sentado en el sill¨®n del rapabarbas, no le pudo hacer el toreo porque apenas se pod¨ªa tener en pie.