Perros muertos
Tocar un objeto inanimado puede significar una clamorosa y urgente se?al de auxilio, e incluso una s¨²plica de comprensi¨®n. Tomemos el caso de una se?ora mayor que se hab¨ªa convertido en el centro de una discusi¨®n familiar. A algunos de los miembros de su familia les parec¨ªa recomendable su ingreso en una cl¨ªnica cercana, donde estar¨ªa acompa?ada y bien cuidada. Ella no aportaba nada a la discusi¨®n. Estaba sentada en medio del grupo familiar, acariciando su collar y, con un movimiento de cabeza, concordaba con lo que dec¨ªan. Luego, tomando en la mano un peque?o pisapapeles de alabastro lo acariciaba, deslizaba la mano por la pana del div¨¢n y tocaba la madera trabajada. 'Que decida la familia', dec¨ªa resignadamente, y con dulzura a?ad¨ªa: 'No quiero ser un problema para nadie'.
La familia no sab¨ªa qu¨¦ decidir y continuaba discutiendo el problema mientras la mujer segu¨ªa acariciando todos los objetos que estaban al alcance de su mano. Los acariciaba porque estaba sola, muy sola, y se sent¨ªa en peligro. En realidad, estaba pidiendo ayuda. Los objetos de la casa no cobraban vida a pesar de sus caricias, segu¨ªan inertes bajo las yemas de sus dedos. Aquel d¨ªa no se resolvi¨® el problema de la abuela. Pero toda la familia la evocaba acariciando todos los objetos de la casa. Pasando los dedos por los muebles y sacando brillo a los candelabros de plata.
Parec¨ªa ser aqu¨¦l un problema de urgente caricia, de tal forma que la familia convino en hacerle un regalo a la abuela. Hubo alguna discusi¨®n sobre si aquello era conveniente, dada su avanzada edad. Al final se impuso la opini¨®n de que mejor era regalarle una mascota que ingresarla en una residencia. As¨ª que, entre diferentes propuestas, gan¨® la de comprarle a la abuela un cachorrillo de perro. En este caso, se trataba de un c¨®cker. Un peque?o c¨®cker negro que hizo las delicias de la abuela cuando se present¨® en su casa. Pronto el perrito, al cual se bautiz¨® como Blaky, se adue?¨® de todas las habitaciones, y dio buena cuenta de las zapatillas de la abuela despedazando una entera y la mitad de la otra. As¨ª que el primer d¨ªa la abuela anduvo sin zapatillas. Fue lo primero que aprendi¨® la abuelita: al perrito hab¨ªa que esconderle todos los zapatos, porque si no tendr¨ªa que ir a la compra sin tacones, como ya le hab¨ªa sucedido m¨¢s de una vez. De todas formas, a pesar de los orines en el pasillo y las cacas en el recibidor, el peque?o c¨®cker de la abuela colm¨® toda su necesidad de caricias, dado su car¨¢cter juguet¨®n. Y, curiosamente, el car¨¢cter de la abuela experiment¨® una subida de tono vital, un s¨²bito cambio que la anim¨® sobremanera. Ya no estaba sola y ten¨ªa alguien a quien cuidar.
El tiempo pas¨® y el cachorrillo creci¨® inexorablemente. Ahora era un perro cuyo car¨¢cter rozaba la locura, pero no por ello menos simp¨¢tico. La abuela le daba de comer su carne con arroz, y le mimaba sobremanera, como si de un miembro m¨¢s de la familia se tratase. Le vest¨ªa, y el perrito com¨ªa en la mesa, y hay que afirmar que, seg¨²n los que pudieron verle comer, no lo hac¨ªa con demasiada mala educaci¨®n. El ¨²nico problema era cuando a Blaky se le ca¨ªa alg¨²n trozo de carne en el plato de otro comensal, pues no ten¨ªa ning¨²n problema en recuperarlo. Pero, en general, la abuela le hab¨ªa ense?ado bien. Adem¨¢s, el perrito ten¨ªa la habilidad de pronunciar 'mam¨¢' cuando bostezaba, lo cual hac¨ªa que la abuela valorase sus aptitudes para el circo. Blaky era todo un artista.
Con ¨¦l se solucion¨® el problema de las caricias de la abuela. Pero pronto lleg¨® el verano y la familia le dijo a la abuela que si quer¨ªan veranear a gusto, Blaky no podr¨ªa ir con ellos. La abuela se disgust¨® mucho, y dijo que no mover¨ªa un pie de la ciudad sin el perro. La familia trat¨® de tranquilizarla dici¨¦ndole que ten¨ªan un hotel para Blaky. La abuela quer¨ªa ver las instalaciones, pero el hijo se disculp¨® argumentando que estaban lejos. La abuela insisti¨®. No obstante, toda la familia le dijo que ser¨ªa menos duro para ella no dejar a Blaky en persona. As¨ª que la abuela se despidi¨® de Blaky casi con l¨¢grimas en los ojos. Y durante todo el viaje a la costa, en direcci¨®n al ansiado mar, la abuela preguntaba. '?Qu¨¦ tal estar¨¢ Blaky? ?Seguro que se encontrar¨¢ bien?'. En vano trataron de convencer a la abuela de que Blaky se encontraba perfectamente. Por la carretera cada vez se ve¨ªan m¨¢s perros muertos, a menudo agonizando en el arc¨¦n. Y la familia guardaba silencio, mientras la abuela repet¨ªa que Blaky era un perro con suerte.
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