?S¨®lo un yo?
Las revistas nos recuerdan que es el momento de adelgazar, pero nuestra pareja dice que es mejor dormir y relajarse. Un amigo nos hace ver que gracias a su disciplinada dedicaci¨®n al trabajo acaba de poner el punto final a un libro inmenso, pero otro opina que la vida es algo m¨¢s que la escritura. Recomienda, a cambio, unas sesiones de yoga con las que asegura haber transformado su vida. ?Y el golf? Quien no ha conocido el golf, dice un cu?ado, no puede saber lo que es la paz. ?Viajar a Cuba? El viaje ideal que debe hacerse ahora es a Groenlandia, la aventura se encuentra en los polos. ?Pero no ser¨ªa mejor quedarse durante agosto en casa? La mejor ¨¦poca para veranear es aquella que no coincide con el verano. ?C¨®mo? ?No sigues la revista Wallpaper? Es imprescindible hacerse un chequeo cada diez o doce meses, porque es temerario no vigilar la salud, el colesterol, la tensi¨®n, las transaminasas, los tumores, todo eso. ?No ser¨¢ mejor estar tranquilo, no inquietarse mientras uno se encuentra bien?
La sucesi¨®n de opiniones, propuestas publicitarias, puntos de vista radiof¨®nicos, recomendaciones oficiales, modelos televisivos, ejemplares vecinales y casos excepcionales es tan grande que cada sujeto se siente hoy traspasado por una red de criterios de los que en ning¨²n modo se deduce una unidad del yo. M¨¢s bien al contrario, el yo se escinde a cada instante en disyuntivas y perspectivas que acaban trazando una superposici¨®n de yoes, o yoes susceptibles de formar un variado surtido de la identidad. Hay un libro de Kenneth J. Gergen que public¨® Paid¨®s hace diez a?os, titulado El yo saturado, donde se expon¨ªan muchas de las solicitudes a las que se ve sometido el sujeto contempor¨¢neo y urbano, incrementadas por las reelaboraciones de la personalidad. Como consecuencia, cada cual acog¨ªa dentro de s¨ª un caudal tan gravoso que era l¨®gico recurrir al psic¨®logo, consumir psicotropos o sufrir en convivencia con el continuo desguace del yo.
En la vida de la aldea los modelos estaban tipificados, pero en la vida urbana, y tanto m¨¢s cuanto m¨¢s se puebla de impactos medi¨¢ticos, el individuo siente con asiduidad la tentaci¨®n de reinventarse, probarse, experimentarse aqu¨ª y all¨¢. En todas las biograf¨ªas se producce la formidable p¨¦rdida de lo que ha quedado excluido de ella. Celebramos lo bueno que nos pasa y maldecimos lo malo que nos sobreviene, pero una cantidad, al menos tan importante, deja de poderse celebrar o padecer. En cada uno de los itinerarios que escogemos eliminamos un pu?ado de otros plausibles. En ellos se habr¨ªa dirimido otra fortuna o, simplemente, las se?ales para nuevas elecciones que, a su vez, conducir¨ªan a tesituras que ya no nos pertenecer¨¢n jam¨¢s.
En una vida m¨¢s cerrada y normalizada las opciones se reducen o eliminan, pero en la vida urbana, m¨¢s aventurada y libre, aquello que dejamos sin vivir no parece responsabilidad sino de uno mismo. ?C¨®mo sentirse entonces sosegado ante la colosal magnitud de la p¨¦rdida? ?C¨®mo dar por buena la gran cantidad de experiencia que se deja sin probar por efecto de no ser m¨¢s, dar poco de s¨ª, no ser m¨¢s capaz, m¨¢s fuerte, m¨¢s listo, m¨¢s osado? Las cifras de individuos ansiosos crece cada d¨ªa, mientras la ansiedad dispara el consumo diario de tranquilizantes. Hay numerosas enfermedades del yo, pero una central de la contemporaneidad es la multiplicaci¨®n de yoes. 'Oleadas de rostros nuevos aparecen cada d¨ªa por doquier', dec¨ªa Gergen. Rostros en las calles y plazas de la ciudad, rostros tambi¨¦n en la televisi¨®n, en los anuncios, en los aviones, en los trenes, en los conciertos de rock y en los estadios de f¨²tbol, en el metro, en las playas y en los toros, en los urinarios de los cines, en las ferias, en los maratones. La existencia se ha poblado definitivamente de incontables versiones de uno mismo en otras caras, y cualquier rostro, cualquier cuerpo, cualquier enfermedad, cualquier otra biograf¨ªa podr¨ªa ser ahora la nuestra. ?C¨®mo no verse deprimido por la exigua idea de un yo?
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