El embrujo de una plaza
La memoria nos tiende a veces trampas muy extra?as. Cerca de m¨ª, una anciana llora ante un cine que fue demolido hace m¨¢s de cuarenta a?os y que sin embargo se alza de nuevo ante ella, con su fachada de tonos terrosos y grandes letreros de pel¨ªculas que ya pocos recuerdan. Es el cine Rovira, en la plaza del mismo nombre. La mujer llora acosada, como Luis Cernuda, por el fantasma que de ella misma ha evocado esa trampa de la memoria. Son los dos frentes con los que el tiempo nos atenaza: tan imposible es aplacar nuestro m¨¢s ¨ªntimo fantasma como regresar al pasado.
Mientras la anciana se desdobla en silencio, yo paseo en compa?¨ªa del responsable de que el cine Rovira haya recuperado su antigua apariencia. Es un mexicano llamado Salvador Parra, director art¨ªstico de El embrujo de Shanghai, la nueva pel¨ªcula de Fernando Trueba. Hasta ahora hab¨ªa trabajado en M¨¦xico y en Nueva York, pero Trueba lo contrat¨® al ver los buenos resultados de su colaboraci¨®n con Juli¨¢n Schnabel. Y Salvador Parra se vino a nuestro pa¨ªs y dedic¨® seis meses a preparar los decorados del rodaje.
Reconstrucci¨®n de la plaza de Rovira, tal como fue en la posguerra, para el rodaje de 'El embrujo de Shanghai': el responsable es Salvador Parra
El director art¨ªstico es un hombre joven y delgado que camina con un sosiego en apariencia inalterable. Su placidez es tan radical que contagia al que le acompa?a la sensaci¨®n de que en este mundo hay tiempo para todo, hasta para devolver al pasado una plaza entera y evocar en nosotros el fantasma de lo que fuimos. Supongo que hay que ser as¨ª de calmoso para hacer ese trabajo y conservar la cordura. A nuestro alrededor, docenas de personas se esmeran en reconstruir cada uno de los detalles. En la calzada central, sobre unos ra¨ªles que no llevan a ninguna parte, los pintores dan los ¨²ltimos brochazos a un tranv¨ªa de madera que emprender¨¢ el m¨¢s breve de los recorridos. A excepci¨®n de una droguer¨ªa que parece anclada en el tiempo, todas las fachadas han sido ambientadas en la ¨¦poca de posguerra. El colmado y la hojalater¨ªa, el taller de reparaci¨®n de radios y la tienda de g¨¦neros de punto, la bodega y el cine Rovira... Salvador Parra me dice que ha sido un trabajo descomunal y me habla con admiraci¨®n de los carpinteros que lo han realizado. Son los Castells, de Cardedeu, especializados en decorados para cine y teatro. A continuaci¨®n echa un vistazo a la plaza, dominada por una enervadora actividad. Lo hace como quien contempla una puesta de sol. Y yo, que en su lugar estar¨ªa dando gritos ininteligibles y corriendo sin rumbo fijo, le propongo tomar un caf¨¦.
El bar Comulada est¨¢ lleno hasta los topes. Precisamente fue su due?o, ya fallecido, quien con apasionada constancia fotografi¨® el barrio a lo largo del tiempo. De su registro se nutren los archivos municipales en los que se ha documentado Salvador Parra para realizar los bocetos de los decorados. Ha intentado ser lo m¨¢s fiel posible a la realidad. El estanco contin¨²a donde estaba en la posguerra. Una bandera algo ra¨ªda sirve de fondo al letrero de Tabacalera, que le devuelve el sabor rancio de aquellos a?os tristes. La bodega, sin embargo, ha tenido que reconstruirse por entero en un local vac¨ªo. La visitamos tras apurar el caf¨¦. En su interior de m¨¢rmoles falsos, de humedades falsas y de botellas de falsos vinos agrios, se respira una pobreza de miedos recientes y heridas a¨²n abiertas. Todo es fingido y sin embargo milagrosamente real. De otra manera, no podr¨ªa entenderse el llanto de la anciana que se desdobla junto a Luis Cernuda frente a la fachada de un cine que ya no existe. ('Si quer¨¦is que ame todav¨ªa, devolvedme al tiempo del amor. ?Os es posible?').
Salvador Parra ha trabajado tambi¨¦n con la memoria de Juan Mars¨¦, autor de El embrujo de Shanghai, la novela en la que se basa la pel¨ªcula. De los recuerdos del escritor han salido los ¨²ltimos a?adidos del attrezzo, como el de un hombre que estacionaba un carro sobre la acera y vend¨ªa pieles de conejo. Tambi¨¦n los vecinos, que se re¨²nen en corrillos, se dirigen a los operarios para indicarles c¨®mo eran las cosas. De una o de otra forma, todos han colaborado en la pel¨ªcula. Hasta los okupas, que han permitido que les pinten la fachada de la casa. Bajo la pintura fresca todav¨ªa alcanza a leerse 'resistir es vencer'. Y no s¨®lo eso: por las noches los okupas sacan sillas a la calle y se instalan all¨ª para vigilar que nadie atente contra los decorados. Al d¨ªa siguiente comenzar¨¢ el rodaje, llegar¨¢n los figurantes y los coches de ¨¦poca, se realizar¨¢ el definitivo salto en el tiempo.
Me despido de Salvador Parra junto al tranv¨ªa. Pero antes de abandonar la plaza, vencido por una irremediable a?oranza de las muchas historias perdidas que pueblan este mundo, me vuelvo a abarcarla con la mirada. El director art¨ªstico, haciendo gala de su incre¨ªble flema, ha cogido una escoba y barre con parsimonia algo que se ha adherido a los falsos adoquines de caucho. Frente al cine ya no est¨¢ la anciana que lloraba. Se ha marchado acompa?ada por el fantasma de s¨ª misma y por los versos de Cernuda. Ya dijo Alfred Hitchcock que el drama es una vida de la que se han eliminado los momentos aburridos. Y la anciana, embrujada por un instante, ha asistido a la primera proyecci¨®n de esta pel¨ªcula que nadie ha podido a¨²n contemplar.
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