Multiculturalidad y democracia
El episodio debe estar a¨²n fresco en el recuerdo de muchos espa?oles. Cada d¨ªa de la semana, a modo de flash de un reportaje m¨¢s amplio inserto en sus informativos, Tele 5 ofrec¨ªa a sus espectadores sucesivas muestras de las sevicias sufridas por las mujeres en una amplia zona de ?frica, centr¨¢ndose en Etiop¨ªa y con punto de arranque en la ablaci¨®n del cl¨ªtoris. Sin lugar a dudas, quienes realizaron el reportaje y aquellos que decidieron su programaci¨®n se aten¨ªan a esctrictas razones humanitarias, intentando ante todo mostrar cu¨¢nto camino queda todav¨ªa por delante para que las mujeres vean garantizados siquiera m¨ªnimamente sus derechos humanos.
No obstante, resulta dudoso que tal efecto fuera alcanzado y m¨¢s bien cabe temer que en una circunstancia como la actual, donde el problema de la inmigraci¨®n africana gana enteros en la preocupaci¨®n social, los resultados fueran los opuestos a los buscados. Es bien cierto que impedir o sancionar las ablaciones del cl¨ªtoris u otras pr¨¢cticas similares constituye hoy una exigencia para los pa¨ªses receptores de emigrantes africanos. Tenemos, pues, un problema cultural y jur¨ªdico ante nosotros. Pero no es menos cierto que la lectura inmediata que de tales informaciones descontextualizadas se deriva es que los colectivos adictos a esas pr¨¢cticas son unos b¨¢rbaros inasimilables a unas sociedades como las occidentales, cargadas, por su parte, de valores positivos. En una palabra, la vertiente m¨¢s dura de las tesis de Sartori sobre el islam, y no es casual que en estas mismas p¨¢ginas la ablaci¨®n del cl¨ªtoris ha sido ya utilizada como emblema de esa articulaci¨®n imposible de la diversidad cultural.
Estamos entonces a un paso de la situaci¨®n l¨ªmite analizada por Claude L¨¦vi-Strauss en Raza e historia: 'El b¨¢rbaro es ante todo el hombre que cree en la barbarie'. Partamos de que la noci¨®n de humanidad es una construcci¨®n cultural, ya que desde las sociedades llamadas primitivas cada grupo humano lo que ha tendido es a marcar una divisoria maniquea frente a otros grupos. Nosotros somos 'los hombres', los 'verdaderos hombres' o 'los que dicen la verdad', en tanto que los otros pueden incluso ver negada su condici¨®n humana. En una aproximaci¨®n primaria, el idioma que no entiendo se me aparece como una algarab¨ªa comparable a los medios de comunicaci¨®n empleados por los animales. Y por las historias m¨¢s pormenorizadas del movimiento obrero sabemos que la reacci¨®n inmediata de los trabajadores de un pa¨ªs a la llegada de extranjeros m¨¢s pobres consist¨ªa en rechazarlos como seres inferiores, a quienes se cargaba con un mote peyorativo por su nacionalidad, ante su condici¨®n de supuestos rivales por el empleo. El internacionalismo y la solidaridad fueron productos ideol¨®gicos, a los que debemos la superaci¨®n de la xenofobia entre las clases trabajadoras desde mediados del siglo XIX hasta el ¨²ltimo tercio del siglo XX. Aun cuando, m¨¢s o menos disfrazados, la tendencia a la discriminaci¨®n o los complejos de superioridad despuntaron una y otra vez por debajo de las grandes palabras. Marx describ¨ªa a los mexicanos como espa?oles degenerados, y a ¨¦stos como portadores de un quijotismo est¨²pido. El desprecio de Engels hacia los eslavos es conocido, pero lo es menos que en su antigermanismo y antisemitismo. Bakunin dej¨® chico a Sabino Arana en la escala racista. No est¨¢n muy lejos los d¨ªas en que el chauvinismo enmascarado de Georges Marchais hac¨ªa que los comunistas franceses profetizasen cat¨¢strofes para la clase obrera francesa si los trabajadores espa?oles ingresaban en el Mercado Com¨²n. Siempre el otro como amenaza. Contribuir desde el sistema fiscal p¨²blico al mantenimiento de la Iglesia o pagar con dinero no menos p¨²blico los destrozos en Do?ana de los adictos a 'la blanca paloma' resulta lo m¨¢s l¨®gico; financiar la construcci¨®n de una mezquita equivale a fomentar el fanatismo.
A pesar de ello, por lo menos en el terreno de los principios, la discriminaci¨®n ha perdido toda legitimidad. Toca entonces evitar que regrese por cauces subterr¨¢neos, y es aqu¨ª donde las tesis de Sartori sobre el islam, de no ser matizadas, o informaciones televisivas del tipo de la arriba citada, pueden desempe?ar esa siniestra funci¨®n: legitimar el rechazo del otro precisamente en nombre de los derechos humanos. Conviene aqu¨ª recordar otra advertencia de L¨¦vi-Strauss: 'El hombre no realiza su naturaleza en una humanidad abstracta, sino en culturas tradicionales donde los cambios m¨¢s revolucionarios dejan subsistir restos enteros y se explican ellos mismos en funci¨®n de una situaci¨®n estrictamente definida en el tiempo y en el espacio'. Esto supone la exigencia, para el dictamen de Sartori, de explicar, y para los reportajes de Tele 5, de contextualizar. Las pr¨¢cticas abominables contra el cuerpo de las mujeres son en todo caso dignas de condena, pero adquieren otro significado de cara al espectador si se presentan en el cuadro de la reconstrucci¨®n del medio cultural espec¨ªfico. No son b¨¢rbaros que practican la ablaci¨®n del cl¨ªtoris, sino que ¨¦sta es un hecho b¨¢rbaro, como lo es apu?alar a la novia porque era m¨ªa o forzar a unos inmigrantes magreb¨ªes a vivir como animales, en un medio social que resulta preciso conocer y que puede ofrecer otros rasgos muy positivos. La contextualizaci¨®n acota el espacio de la cr¨ªtica e impide la generalizaci¨®n peyorativa que afecta habitualmente a todo aquello que escapa a nuestra visi¨®n euroc¨¦ntrica. Para el caso que nos ocupa, el reportaje hubiera debido producir, con la abominaci¨®n de las pr¨¢cticas denunciadas, una mayor estima por el pueblo et¨ªope. Dudo que ¨¦se haya sido el resultado.
Posiblemente ¨¦sta ser¨ªa una de las tareas m¨¢s urgentes en nuestro pa¨ªs si queremos aceptar la multiculturalidad que se nos viene encima y evitar en lo posible el riesgo de racismo. Desde nuestro sistema educativo a los medios de comunicaci¨®n de masas falta clamorosamente la preocupaci¨®n por el mundo extraeuropeo (entendiendo en este punto a Estados Unidos y a Jap¨®n como prolongaciones de Europa). La diferencia respecto de Francia es aqu¨ª notable. Somos todav¨ªa un pa¨ªs de turistas de nuevo cu?o en busca de bazares con mercanc¨ªas baratas y trazos de brocha gorda sobre un mundo 'ex¨®tico' y 'misterioso'. Esto es apreciable en los reportajes televisivos, incluso en los que se pretenden de calidad, y a ello no escapan los suplementos de este diario (recuerdo una reciente ceremonia de la confusi¨®n en torno a Angkor): conocer y explicar con precisi¨®n resulta sin¨®nimo de pedanter¨ªa. Claro que son s¨®lo dos d¨¦cadas de turismo de masas hacia el mundo extraeuropeo y, por consiguiente, se trata de un defecto explicable. No tanto lo es la ceguera que sigue mostrando
nuestra educaci¨®n a todos los ni-veles respecto de Asia y ?frica. La consecuencia es inmediata: en este tema, la ignorancia es el fermento id¨®neo para la xenofobia.
Aun a corto plazo, la pluriculturalidad va a ser un hecho inevitable y la mundializaci¨®n de las comunicaciones favorecer¨¢ decisivamente su mantenimiento. No cabe negar la posibilidad de que algunos de los colectivos de inmigrantes que recibimos lleguen pronto a un alto grado de asimilaci¨®n, favorecido por la comunidad de idioma. En otros, y a la vista de la experiencia francesa, lo que corresponde es preparar el terreno para asumir la pluriculturalidad, conjugando la integraci¨®n de los inmigrantes en nuestra cultura y en nuestra democracia con el respeto a una identidad que, no nos enga?emos, va a mantenerse y que de ser sometida a una presi¨®n discriminatoria degenerar¨¢ en una cultura de gueto y en una orientaci¨®n intregista o de respuesta violenta (sucesos de Manchester y de Leeds).
La soluci¨®n no reside tampoco en la angelizaci¨®n. Si entre los inmigrantes colombianos se insertan redes de narcotraficantes, o si van consolid¨¢ndose estructuras mafiosas chinas, ser¨¢ preciso afrontar el fen¨®nemo, llamando a las cosas por su nombre y por su origen. Justamente el problema surgir¨ªa de intentar edulcorar una situaci¨®n visible para todos. Del mismo modo, reconocer que la inmigraci¨®n magreb¨ª puede plantear dificultades propias es algo tal vez necesario, si los an¨¢lisis cient¨ªfico-sociales lo demuestran. A partir de ah¨ª no cabe, sin embargo, deducir que el islam crea una barrera infranqueable, con la consiguiente connotaci¨®n perversa. Simplemente, es una creencia que impregna con mayor intensidad que otras al conjunto de los comportamientos individuales. Algunos, los derivados de su patriarcalismo, pueden entrar en conflicto con nuestra normativa y con el sistema de valores democr¨¢ticos. Pero hay que pensar, una vez m¨¢s, que tal es el caso de otros usos vigentes entre nosotros que nada tienen de isl¨¢micos.
El ¨®ptimo t¨¦cnico, que es preciso ir forjando a partir de ahora, incluye desde la educaci¨®n no etnoc¨¦ntrica a las reformas pol¨ªticas que permitan la participaci¨®n electoral de los residentes, pasando por evitar caos como el creado por la Ley de Extranjer¨ªa, y se encuentra en el 'patriotismo constitucional' auspiciado por Habermas. Ello requerir¨¢ que los inmigrantes vayan asumiendo voluntariamente una identidad dual y el sistema de valores democr¨¢ticos. Es una senda dif¨ªcil y conflictiva, la ¨²nica en todo caso practicable para alcanzar una convivencia exenta de discriminaci¨®n.
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Pensamiento Pol¨ªtico de la Universidad Complutense
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