La otra cara de la globalizaci¨®n
Est¨¢ muy bien que se empiece a hablar del 'rostro humano de la globalizaci¨®n', porque ciertamente lo tiene. Es un grandioso fen¨®meno que nos une, que nos aproxima, que -por la facilidad de los medios de transporte y las nuevas tecnolog¨ªas de la comunicaci¨®n- nos acerca unos a otros de un modo impensable hace tan s¨®lo una d¨¦cada. Pero lo interesante de lemas y divisas no es tanto lo que dicen como lo que sugieren o, expresado con cierta malicia, lo que 'delatan' o 'traicionan'. Si hay un rostro humano de la globalizaci¨®n es porque -cual Jano bifronte- tambi¨¦n tiene otra cara, menos cercana a la persona, menos humana, deshumanizadora quiz¨¢. Y, como suele pasar con la discusi¨®n intelectual de cualquier tema, el meollo de la cuesti¨®n se nos revela mejor si jugamos a contraponer los dos costados del problema para adquirir una visi¨®n sint¨¦tica del fen¨®meno de que se trate, sin olvidar que 'sint¨¦tica' equivale a 'constructiva', 'elaboradora', 'creativa'.
Por fortuna, han pasado los d¨ªas del entusiasmo indiscriminado y poco reflexivo por la globalizaci¨®n, una de cuyas m¨¢s notorias paradojas es su car¨¢cter escasamente global. Los estudiosos del tema calculan que toda la parafernalia de la mundializaci¨®n -compuesta por las nuevas tecnolog¨ªas inform¨¢ticas y telem¨¢ticas, la new economy neoliberal, la interpenetraci¨®n de las culturas o multiculturalismo y la llamada 'sociedad de la informaci¨®n'- s¨®lo afecta al 15% de la poblaci¨®n mundial, mientras que gran parte del resto sigue viviendo en unos niveles que van desde el neol¨ªtico hasta los bordes inferiores de la civilizaci¨®n romana. Baste apuntar que el 65% de los habitantes del planeta nunca ha hecho una llamada telef¨®nica y que en la isla de Manhattan hay m¨¢s conexiones electr¨®nicas que en toda ?frica.
As¨ª las cosas, podemos afirmar que lo primero que se ha globalizado es la pobreza. Y un personaje tan poco sospechoso como Michel de Camdessus ha declarado recientemente que 'la pobreza puede hacer saltar todo el sistema'. Viene a mi memoria lo que nos pasaba en el campamento de milicias universitarias con los lanzagranadas, el hispano bazooka: lo importante no era que el proyectil diera en el blanco -empe?o desechado de entrada-, sino que el 'rebufo' no escaldara a la mitad de la compa?¨ªa. Es a lo que los soci¨®logos llaman 'efectos perversos', que parecen multiplicarse cuando las soluciones que se buscan a los problemas se apartan de la tierra natal de las personas y sus relaciones insustituibles.
La irrupci¨®n de los procesos mundializadores ha conducido a que la distancia de riqueza entre los pa¨ªses -y, dentro de cada uno, entre sus diversos niveles sociales- haya crecido en los ¨²ltimos lustros. La diferencia entre un rico de un pa¨ªs rico y un pobre de un pa¨ªs pobre es un abismo que no se hab¨ªa registrado nunca hasta nuestro tiempo. En t¨¦rminos generales, seg¨²n algunos historiadores de la econom¨ªa, hace mil a?os la distancia entre el pa¨ªs m¨¢s rico del planeta (a la saz¨®n China) y los m¨¢s pobres (entre ellos, la m¨ªsera Europa) era de 1,2 a 1. Hoy, esa desproporci¨®n entre acaudalados y miserables se eleva a la relaci¨®n de 9 a 1, y sigue creciendo sin interrupci¨®n. Quiz¨¢ esta din¨¢mica de desigualdad brote de las necesidades internas del nuevo modo de trabajar y comunicarse. Pero yo dir¨ªa con Richard Sennett: 'No s¨¦ cu¨¢les son los programas pol¨ªticos que surgen de esas necesidades internas, pero s¨ª s¨¦ que un r¨¦gimen que no proporciona a los seres humanos ninguna raz¨®n humana para cuidarse entre s¨ª no puede preservar por mucho tiempo su legitimidad'.
Estamos ante una globalizaci¨®n monoc¨¦ntrica, que habla (mal) ingl¨¦s y tiene su n¨²cleo en Estados Unidos y 'pa¨ªses sat¨¦lites'. Se trata, por consiguiente, de una estructura unilateral y est¨¢tica (otra paradoja), en la que no hay apenas feed-back ni descentralizaci¨®n sist¨¦mica. As¨ª entendida -lamento decirlo con otros muchos-, la globalizaci¨®n es un procedimiento para que los poderosos se aprovechen de los d¨¦biles. Ahora bien, y aqu¨ª surge la 'oportunidad vital', la propia estructura tecnol¨®gica y econ¨®mica en la que se apoya la mundializaci¨®n abre la posibilidad de establecer en los lugares m¨¢s insospechados del planeta una din¨¢mica end¨®gena, es decir, una emergencia de creatividad y talento que puede dejar 'descolocados', al menos durante alguna temporada, a los presuntos ¨¢rbitros de la situaci¨®n. Y de esto, afortunadamente, tambi¨¦n empieza a haber algunos ejemplos.
Las condiciones de posibilidad de ese dinamismo endog¨¦nico no estriban en la adquisici¨®n masiva de ordenadores, en la apertura de sucursales de empresas multinacionales a pie de obra, o -menos a¨²n- en la pat¨¦tica idea de la Cumbre del Milenio en Nueva York, consistente en instalar una terminal de Internet en cada escuela del Tercer Mundo (sin aclarar en d¨®nde ser¨ªa posible enchufarla, ya no a la Red, sino a la corriente el¨¦ctrica, y qu¨¦ comer¨ªan los ni?os y ni?as entre web y web). Tales condiciones de posibilidad residen, a mi entender, en la elevaci¨®n del nivel educativo y cultural, para lo que resulta decisivo distinguir la informaci¨®n del conocimiento. La informaci¨®n es algo externo a la mujer y al hombre, algo que hay que extraer, transmitir, organizar, procesar y, si se tercia, manipular. El conocimiento, en cambio, constituye el rendimiento vital por excelencia de ese animal que habla, el ser humano. Es un crecimiento en su ser, un avance hacia s¨ª mismo, una interna potenciaci¨®n de sus posibilidades m¨¢s caracter¨ªsticas.
?ste puede ser el rostro humano de la globalizaci¨®n: la posibilidad de intercambiar y difundir conocimientos en una sociedad en la que el saber -y no las mercanc¨ªas o los territorios- es la clave de la riqueza de las naciones. El conocimiento no es propiedad de nadie, es difusivo de suyo, no se agota nunca, se acrecienta al compartirlo. Su intercambio presenta, por tanto, caracteres antit¨¦ticos a los del mercado (como empieza a manifestarse en algunos aspectos del e-commerce, seg¨²n ha se?alado Jeremy Rifkin). Mientras que la cara excluyente y cerrada de la mundializaci¨®n es lo que ya Nietzsche llam¨® 'el mercado universal', cuyas transacciones siempre acaban beneficiando casualmente a los mismos, su lado m¨¢s humano se asemeja al are¨®pago: un espacio libre y abierto para un saber que se hace accesible a todos.
Alejandro Llano es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Universidad de Navarra.
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