De pesadilla
?lex Rigola ha presentado al fin su Woyzeck, un montaje que se contaba entre los espect¨¢culos m¨¢s esperados de este Grec. Las expectativas que hab¨ªa levantado Rigola con sus ¨²ltimos estrenos, especialmente con su Titus Andr¨°nic y con Les variaciones Goldberg, justifican una espera basada en la certeza de que este Woyzeck ser¨ªa un espect¨¢culo de riesgo. Tampoco en este caso se ha conformado Rigola con una simple lectura de la pieza. La suya es una relectura radical que ha transformando la obra de B¨¹chner en una pesadilla.
Georg B¨¹chner, muerto en 1837 a los 23 a?os, no lleg¨® a terminar este Woyzeck, que ha estado en los or¨ªgenes de muchos de los textos m¨¢s radicales del teatro contempor¨¢neo alem¨¢n. Probablemente sea su misma condici¨®n de fragmentario lo que lo ha hecho tan sugestivo, apto para admitir soluciones que, con toda probabilidad, B¨¹chner no hubiese llegado a adoptar. Entra m¨¢s bien en la estela de los autores del Sturm und Drang y tiene claras concomitancias, en la estructura epis¨®dica, en el humor, en algunos personajes y en la mirada absurda con que el Doctor analiza cient¨ªficamente a los individuos, con el Fausto de Goethe. Forma, en cualquier caso, parte del s¨®lido cuerpo de la dramaturgia alemana a caballo de los siglo XVIII y XIX y que luego se desarrollar¨¢ en el XX.
Ciertamente, no es una obra f¨¢cil de llevar a escena. Tanto m¨¢s cuanto que, seg¨²n la concepci¨®n de B¨¹chner, la pieza parte de una canci¨®n de ciego que relata, adem¨¢s, un hecho ver¨ªdico. Engarzados en la canci¨®n emergen las escenas, los personajes, caricaturizados, viejos estereotipos desarrollados a partir de la commedia dell'arte, concebidos en forma de farsa, de esperpento, una mirada preexpresionista. Lo que parece interesar a B¨¹chner son las causas de la desgracia del pobre soldado Woyzeck, que acabar¨¢ matando a su amante, con la que tiene un hijo. Eso, y el desprecio de los poderes f¨¢cticos representados por dos perfectos imb¨¦ciles, el Capit¨¢n y el Doctor, el brazo armado del Estado y el estamento cient¨ªfico vistos con los ojos de un autor muy joven, perseguido por sus actividades pol¨ªticas y estudiante de biolog¨ªa. Las pulsiones primarias de amor y de muerte contrapuestas a la racionalidad del hombre y a la exigencia religiosa de una moral.
Rigola se ha saltado pr¨¢cticamente todas las indicaciones de B¨¹chner, ha dejado la mayor parte del texto conservando m¨¢s o menos el orden l¨®gico de los fragmentos, pero hace partir la pieza de una pesadilla que Woyzeck tiene en el cuartel. Nada parece suceder, pues, fuera de la cabeza de Woyzeck, todos los personajes permanecen en un espacio angosto cerrado por una alt¨ªsima tapia, constantemente presentes. La idea tal vez sea buena, pero no se cumple la promesa de las invenciones formales de sus ¨²ltimos montajes, ni apenas se explica una historia que hay que conocer de antemano para poder seguirla. No hay cambios de ritmo, ni de intensidad, ni la pesadilla adquiere, nunca, la presencia de una realidad palpable.
S¨®lo hay un momento de belleza fulminante, cuando es asesinada Marie y un foco cenital la ilumina en blanco mientras Albert Pla desgrana una de sus canciones geniales. El resto de la obra se empasta en un continuum de di¨¢logos ya de por s¨ª inconexos sobre el papel. El excelente equipo de actores hace aqu¨ª un trabajo coral, sin protagonismos. Est¨¢n diluidos en la nada del sue?o, emergiendo y extingui¨¦ndose a merced de los di¨¢logos, los mon¨®logos. Un espect¨¢culo que es s¨®lo un apunte de lo que quer¨ªa ser.
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