'?C¨®mo puede un avi¨®n desaparecer de las pantallas?'
El aeropuerto de Mallorca fue una 'c¨¢rcel de cristal' para miles de turistas atrapados por la huelga
El aeropuerto de Palma de Mallorca amaneci¨® ayer convertido en un grotesco hotel. Cerca de 8.000 personas tuvieron que dormir, o por lo menos lo intentaron, en los pasillos, las salas de espera y hasta en los jardines colindantes. La huelga de conductores de autobuses les har¨¢ recordar muchos a?os estas vacaciones. 'Nunca habr¨ªa pensado acabar de forma tan lamentable mi estancia en Espa?a', explicaba con sorna Arnie Lien, un ciudadano noruego cuyo avi¨®n ya acumulaba 20 horas de retraso.
No ocultaba cierta verg¨¹enza, pues estaba esperando su vuelo en ba?ador, sombrero playero y con el agua de una fuente hasta las rodillas. 'Es mi ¨²ltimo d¨ªa de playa', apostill¨®, haciendo gala de un sentido del humor que ayer le evit¨® un ataque de nervios.
La imagen de los jardines convertidos en playas improvisadas y llenos de basura ya no extra?aba a nadie: en Son San Joan nada era normal. Todos los vuelos retrasados, los vest¨ªbulos llenos de basura, los bares casi sin comida y un panorama desalentador en los accesos. La huelga y los retrasos que comport¨® convirtieron las modernas instalaciones del aeropuerto un una ratonera. Una aut¨¦ntica c¨¢rcel de cristal.
Los conductores en huelga continuaban en los accesos impidiendo la entrada de cualquier veh¨ªculo sospechoso de transportar turistas. S¨®lo los taxis escapaban del control, aunque parec¨ªan llegar con cuentagotas. A primera hora de la ma?ana, la cola para tomar un taxi superaba los 200 metros. O lo que es lo mismo, cuatro horas de espera mientras amanec¨ªa.
Ante esta situaci¨®n, cualquier persona que se presentaba con su propio coche en las inmediaciones del aeropuerto recib¨ªa interesantes ofertas para transportar turistas. A media ma?ana, el viaje hasta a Palma se cotizaba a 10.000 pesetas. Pese a la amenaza de los piquetes, algunos hicieron el negocio.
Los turistas no sal¨ªan de su asombro. Cuatro chicas inglesas montaban guardia en medio del vest¨ªbulo acostadas sobre dos colchones inflables. Catherine, la ¨²nica que ten¨ªa ganas de hablar, se lo tomaba medio en broma. 'Llegamos aqu¨ª a las cinco de la tarde de ayer'.
Desde entonces hab¨ªan pasado 17 horas y ning¨²n presagio auguraba que el panorama fuese a mejorar. Esperaban un vuelo con destino a Londres del que nada sab¨ªan desde la noche del s¨¢bado. Las cuatro chicas malgastaron su ¨²ltimo d¨ªa de vacaciones encerradas en el aeropuerto. Cada una hab¨ªa pagado religiosamente 370 libras (unas 107.000 pesetas) por una semana de descanso en una playa atestada de compatriotas. No se sent¨ªan decepcionadas, pero s¨ª asombradas de la situaci¨®n. '?C¨®mo puede un avi¨®n desaparecer de las pantallas?'.
Su avi¨®n no estaba desaparecido, simplemente fue una v¨ªctima m¨¢s del cierre parcial del aeropuerto decretado a media ma?ana. La direcci¨®n entendi¨® que, si segu¨ªan llegando 30 aviones por hora y los pasajeros no pod¨ªan abandonar el aeropuerto, pod¨ªa encontrarse con un problema de orden p¨²blico.
La soluci¨®n fue denegar solicitudes de aterrizaje y permitir ¨²nicamente la llegada de cinco aeronaves cada hora. La medida perjudic¨® a otros aeropuertos europeos, pero al menos se alejaba el problema.
El objetivo era dar una tregua a los taxistas que hac¨ªan viajes sin cesar para aliviar las colas. Uno de ellos, Antoni Company, admit¨ªa estar haciendo el agosto. 'Ayer trabaj¨¦ m¨¢s de trece horas y hoy har¨¦ lo mismo; no para de llegar gente'. Los taxistas cerraron acuerdos con los turoperadores que ten¨ªan que garantizar la llegada de los turistas al hotel. Para conseguirlo, se gastaron millones.
El responsable de uno de los grandes turoperadores alemanes admit¨ªa haber desembolsado 30 millones de pesetas en un solo d¨ªa para pagar los taxis de sus clientes. A mediod¨ªa el caos remiti¨®. La cifra de turistas atrapados se redujo a 6.000. Pero s¨®lo era una tregua. A primera hora de la tarde se increment¨® la frecuencia de vuelos, y el consiguiente colapso, aunque a las 19.30 s¨®lo hab¨ªan operado 348 de los 706 programados.
El resultado fue un incremento del nerviosismo. Caras largas entre los turistas y sudor fr¨ªo entre los que ten¨ªan que atender a pasajeros. La responsable del mostrador de informaci¨®n de salidas no hac¨ªa m¨¢s que dar malas noticias mientras intentaba sonre¨ªr. 'Lo siento pero todos los vuelos internacionales llevan retraso', repet¨ªa una y otra vez.
Su compa?era de la terminal de llegadas tampoco sab¨ªa c¨®mo explicar que el aeropuerto estaba bloqueado. 'Intenten coger un taxi, pero ¨¢rmense de paciencia'. Entre los que esperaban, personajes de todo tipo, incluido el cantante King ?frica, al que lanz¨® a la popularidad su versi¨®n de La Bomba.
En los mostradores de los turoperadores, la crispaci¨®n era tal que m¨¢s de una azafata temi¨® por su integridad. Decenas de alemanes y brit¨¢nicos tostados al sol ped¨ªan explicaciones sobre el retraso del vuelo que deb¨ªa devolverlos a su pa¨ªs. '?Ustedes son unos estafadores, si no saben qu¨¦ hacer con nosotros ll¨¦vennos de nuevo al hotel!' gritaba sin contemplaciones un hombre harto de esperar. La azafata se limitaba a pedirle calma mientras reiteraba a sus compa?eras que no dejaran de suministrar bebidas y galletas a los turistas. No se le ocurr¨ªa otra forma de aplacar los ¨¢nimos.
Los periodistas tampoco eran bienvenidos. Los turistas alemanes ped¨ªan m¨¢s contundencia a los informadores espa?oles. '?C¨®mo pueden permitir esto?' Los brit¨¢nicos se relam¨ªan los bigotes con los ataques que los diarios sensacionalistas lanzaban contra las autoridades espa?olas en general y los impulsores de la huelga en particular.
El rotativo Sunday Mirror era tajante en sus juicios. El l¨ªder sindical de los conductores de autobuses, Jos¨¦ Benedicto, y 'su banda', en referencia a los huelguistas, no sal¨ªan bien parados. Despu¨¦s de reprocharles que la huelga estaba echando a perder las vacaciones de miles de 'brit¨¢nicos trabajadores' le advert¨ªa de futuras represalias. 'El se?or Benedicto est¨¢ mordiendo la mano que le da de comer', sentenciaba el editorial.
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