Piedra y hierro
Pep Cod¨® se dedica a esculpir en su taller de La Floresta, desde el que tiene una visi¨®n privilegiada del parque de Collserola. Colinas vestidas de verde, pinos, encinas y viejas mas¨ªas diseminadas. De vez en cuando, por una esquina del paisaje cruza un tren. Es la concesi¨®n m¨ªnima para que se sepa que Barcelona est¨¢ a un tiro de piedra, justo detr¨¢s de las monta?as. En el taller reina un desorden sabiamente ordenado, con bocetos de trazo r¨¢pido, modelos a escala, bloques de piedra todav¨ªa en estado mineral, piedras a medio esculpir en las que empiezan a adivinarse algunos rasgos, piezas en proceso avanzado y esculturas ya terminadas y a punto de exposici¨®n. En el taller de Cod¨® es posible seguir todo el proceso de una escultura, el itinerario que va desde la idea hasta la plasmaci¨®n definitiva, desde la piedra reci¨¦n salida de la cantera, arrancada a la tierra, hasta la realidad contundente de sus ¨²ltimas esculturas que, bajo el t¨ªtulo de Piedra y hierro, pueden contemplarse en una exposici¨®n en el monasterio de Sant Cugat.
El escultor Pep Cod¨® pas¨® una larga temporada en Nueva York, pero acab¨® volviendo a Sant Cugat, su ciudad natal, donde ahora muestra su obra
'Para alguien que se dedica al arte y ha nacido en Sant Cugat, como yo', explica Cod¨®, 'el monasterio es un referente muy importante. De joven me influ¨ªa todo lo que llegaba de fuera, pero a la larga se ha ido imponiendo lo que me marc¨® desde peque?o, y lo que m¨¢s me marc¨® fueron las piedras del monasterio. Por eso, en esta exposici¨®n he querido rendir un homenaje al monasterio, con referencias a los picapedreros y a nuestros primitivos, que son los rom¨¢nicos'.
En la exposici¨®n, Cod¨® presenta tambi¨¦n algunas cabezas adornadas con unos trazos m¨ªnimos. Son como los hermanos menores de las esculturas que adornan la plaza donde est¨¢n los cines de Sant Cugat, una especie de moais de la isla de Pascua trasladados al centro de la civilizaci¨®n. 'Me fascinan las cabezas', admite Cod¨®. 'Cuando veo restos antiguos, me gustan las estatuas sin cabeza o las cabezas sin cuerpo. En mi pr¨®ximo viaje quiero ir Nemrut Dagi, en Turqu¨ªa, donde se encuentran los restos de la tumba de Ant¨ªoco I, con unas cabezas fascinantes que parecen surgir de la tierra'.
Cod¨® es un tipo curioso, con un pie en el pasado y la mirada puesta en el futuro. Naci¨® en Sant Cugat, confiesa que le aturde ir a Barcelona, pero no duda a la hora de emprender un viaje. En la d¨¦cada de 1980 se instal¨® por un tiempo en Nueva York, en casa de un amigo, el tambi¨¦n escultor Xavier Medina Campeny. Fue un tiempo productivo en el que Cod¨® se dej¨® atrapar por el encanto de Nueva York. Regres¨® con unas cuantas esculturas vendidas, una exposici¨®n en el Soho y algunas lecciones aprendidas, entre ellas que 'las piedras all¨ª son muy caras'. Cod¨®, acostumbrado a ir a comprar piedras a las canteras catalanas, e incluso a regatear con el encargado para que le cediera piezas sobrantes, se encontr¨® con que en Nueva York las cosas funcionaban de otra manera. 'Vas a un almac¨¦n enorme y all¨ª tienen las piedras clasificadas por material y tama?o. Te apuntan el encargo y al cabo de unos d¨ªas tienes las piedras en casa. Son tan caras que te da miedo darles con el martillo. Sientes la tentaci¨®n de colocarlas en un estante y admirarlas, ya que, por su precio, son como obras de arte'.
Otra an¨¦cdota neoyorquina de Cod¨® hace referencia a su peregrinaje por las galer¨ªas de arte. Se paseaba por ellas para ense?ar fotos de sus esculturas y, cuando ve¨ªa a alguien interesado, llamaba a un amigo que dominaba el ingl¨¦s para que cerrara el trato. El sistema funcionaba, en general, aunque a veces se produc¨ªan ligeros malentendidos, como sucedi¨® con una galerista del Soho a la que Cod¨® juzg¨® 'muy interesada'. Llegado el momento decisivo, el escultor llam¨® a su amigo y le dijo: 'Rem¨¢tala t¨², que est¨¢ a punto'. La galerista y el amigo hablaron por tel¨¦fono ante la sonrisa satisfecha de Cod¨®. Cuando volvi¨® a ponerse al tel¨¦fono, sin embargo, se qued¨® helado. 'Lleva rato dici¨¦ndote que no le interesan tus esculturas', le inform¨® el amigo. '?Y por qu¨¦ me lo dec¨ªa sonriendo?', se quej¨® Cod¨®.
Una noche, en el metro de Nueva York, Cod¨® vivi¨® otra experiencia dif¨ªcil de olvidar. 'Estaba en una estaci¨®n del Bronx y se me acerc¨® un negro a pedirme medio d¨®lar. Se lo di', cuenta. 'Al cabo de un rato, lleg¨® otro y me amenaz¨® con un cuchillo para atracarme. Por suerte, el primero me defendi¨®, hubo pelea y gan¨® mi amigo. Subimos al vag¨®n los tres y digamos que durante varias estaciones hubo un ambiente tenso, con el derrotado mir¨¢ndome de reojo, como si fuera su gran ocasi¨®n perdida, con mi amigo atento y yo acojonado. Al final llegu¨¦ sin problemas a Manhattan. Fue el medio d¨®lar mejor empleado de mi vida'.
Cod¨® acab¨® regresando a Sant Cugat. Le gustaba Nueva York, pero prefer¨ªa la calidad de vida de aqu¨ª. 'Lo ideal es trabajar aqu¨ª y vender all¨ª', comenta, 'pero no es f¨¢cil. Tuve un marchante norteamericano durante un tiempo, pero el hombre no me dejaba evolucionar. Quer¨ªa que hiciera toda la vida lo mismo'. Cod¨® sigue esculpiendo en su taller de La Floresta. A su ritmo, sin concesiones a lo comercial. A veces lamenta, en broma, no haberse dedicado a la pintura ('al menos los cuadros no pesan tanto y son m¨¢s f¨¢ciles de transportar') y observa como en los ¨²ltimos a?os su Sant Cugat de siempre ha crecido demasiado. Cod¨® echa de menos aquellos a?os en los que El Mes¨®n era un lugar de tertulia en el que 'reinaba' la brillantez de su amigo Gabriel Ferrater.
'Ahora todo ha cambiado', se lamenta. 'Yo me siento de Sant Cugat porque he nacido aqu¨ª, pero a este paso puede llegar un momento en el que ya no me sienta identificado con la poblaci¨®n. Sant Cugat ha crecido demasiado. Hace 15 a?os, llegaba gente de fuera, pero se integraba en la vida del pueblo. En los ¨²ltimos a?os, sin embargo, esto ya no pasa. Se ha construido demasiado, se pierde identidad, y lo peor es la indiferencia de la gente. Quedan unos cuantos idealistas que se oponen a aceptar los cambios impuestos, pero en general domina la indiferencia. Esto es lo peor'.
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