Si no fuera por Paquito el chocolatero...
Los mozos pamploneses tienen un recurso infalible para no morirse de aburrimiento cuando las corridas transcurren malas y pl¨²mbeas, cual era el caso, y es ponerse a cantar. La verdad es que cantan muy bien a coro y da gusto o¨ªrles. En cambio da pena que no amplien su repertorio a lo regional, con las bonitas canciones que hay en Navarra, sobre todo joticas de mucho sentimiento. Y siguen cantando lo de siempre. Un cuarto de siglo largo llevan repitiendo las mismas piezas. Su canci¨®n crucial es Paquito el chocolatero. Si no fuera por Paquito el chocolatero a lo mejor ni iban a los toros; as¨ª est¨¢ la cuesti¨®n.
Otra de las piezas b¨¢sicas es La chica ye-ye, que cre¨® Conchita Velasco hace la tira, y desde entonces la atacan las bandas en el coso, varias veces durante la corrida sin que venga a cuento, y los mozos la corean con mucha delectaci¨®n.
Ser¨ªa injusto olvidar el Vals, de Astr¨¢in, que posee asimismo tradici¨®n en las corridas sanfermineras y raro es el d¨ªa que no se canta pero sin tanto entusiasmo como Paquito el chocolatero. Un amigo navarrico de pura cepa, sanferminero cabal, le tiene dicho a la familia (y a servidor en calidad de albacea para este menester) que cuando lo entierren le han de cantar Paquito el chocolatero. Y seguro que as¨ª se har¨ªa si se fuese a morir alguna vez, cosa que no ocurrir¨¢ nunca jam¨¢s.
De manera que en Paquito el chocolatero estuvo la distracci¨®n, la alegr¨ªa y la esperanza de llegar a buen fin en la tarde espesa, dentro del inquietante coso cerrado por arriba mediante una nube c¨¢rdena, desabrido por abajo a causa del descastamiento generalizado de unos toros impropios de esta feria.
Los diestros bastante hicieron con presentarles pelea y estar sumamente voluntariosos. Nada se les podr¨ªa reprochar en este aspecto. E incluso se deber¨ªa destacar la probidad profesional de Francisco Marco, torero de la tierra, que intent¨® realizar siempre el toreo en pureza. Embraguet¨¢ndose en las ver¨®nicas, presentando adelante la pa?osa y ejecutando los pases con sujeci¨®n a los c¨¢nones, incluida la cargaz¨®n de la suerte. Luego, s¨ª las faenas carecieron de brillantez fue porque los toros tampoco la ten¨ªan, cantaban su falta de casta (de clase por tanto), se paraban y hasta pod¨ªan jugar un disgusto como hizo el sexto con sus violentos derrotes y sus medias arrancadas.
Luis Miguel Encabo lo intent¨® todo, largas cambiadas de rodillas, chicuelinas, navarras, buena brega, intervenciones banderilleras (aunque en estas tuvo poca fortuna); muletazos de rodillas, derechazos, naturales, sin que acabara de cuajar ninguna tanda completa por los mismos inconvenientes de unos toros incapaces de embestir empleando una m¨ªnima fijeza y continuidad.
En similares circunstancias se encontr¨® Luis Francisco Espl¨¢, que la mala corrida no reserv¨® ni favoritismos ni excepciones para nadie. Y resolvi¨® los problemas haciendo uso de su maestr¨ªa habitual, seg¨²n cab¨ªa esperar. Poco lucido en banderillas, emocion¨® -no obstante- el cuarto par que prendi¨® de propina, por los terrenos de dentro, al primer toro. Pr¨¢ctico y escasamente templado en las faenas de muleta, estuvo excelente Espl¨¢ como lidiador, convirtiendo en exhibici¨®n su conocimiento de los terrenos, su t¨¦cnica capotera, su gusto para lancear a toro corrido o gallearlo de frente por detr¨¢s.
Reaparec¨ªa Espl¨¢ en Pamplona 13 a?os despu¨¦s de que le pegaran un broncazo cruel e injusto y sufriera intentos de agresi¨®n simplemente por no banderillear un pablorromero endemoniado al que, en cambio, lidi¨® derrochando verg¨¹enza torera. A su regreso, parec¨ªa que muy pocos en el tendido guardaban memoria de aquella s¨®rdida tarde (los mozos que le gritaban ser¨¢n ahora respetables padres de familia), pero Espl¨¢ seguramente notar¨ªa pocos cambios. El ambiente sigue siendo el mismo, las pe?as ocupan el lugar de siempre armando el mismo bullicio, el estruendo no ha decrecido, y adem¨¢s ya entonces se cantaba en la plaza Paquito el chocolatero.
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