Pol¨ªtica y democracia en Am¨¦rica Latina
Resulta cuanto menos parad¨®jica la relaci¨®n entre Am¨¦rica Latina y la divinidad. Conoc¨ªamos el viejo dicho de '?Pobre M¨¦xico!, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos'. Ahora Carlos Fuentes (EL PA?S 1.7.01) nos recuerda las palabras de V¨ªctor Hugo sobre la Constituci¨®n colombiana, 'leyes para los ¨¢ngeles, no para los hombres' y, por supuesto, mucho menos para los colombianos. En realidad, Hugo, profund¨ªsimo conocedor de la realidad de Colombia..., hablaba de una Constituci¨®n redactada varias d¨¦cadas despu¨¦s de la independencia. En su r¨¦plica a un art¨ªculo m¨ªo que preguntaba si la democracia en Am¨¦rica Latina era una cuesti¨®n de votos o de botas y reclamaba revalorizar la pol¨ªtica, Fuentes aludi¨® a una serie de temas que, sin embargo, no iban al fondo de la cuesti¨®n .
Hablar de pol¨ªtica implica, a veces, dejar de lado la ideolog¨ªa o la literatura, dos terrenos en los cuales Fuentes se mueve no s¨®lo con comodidad, sino tambi¨¦n con genial maestr¨ªa. Por eso, mi principal argumento era que para entender los or¨ªgenes de la democracia en la regi¨®n, su desarrollo y sus actuales problemas y dilemas, hay que apreciar muy bien el papel de las elecciones, los partidos pol¨ªticos y las instituciones representativas. Es a trav¨¦s de ¨¦stas precisamente como los reg¨ªmenes democr¨¢ticos buscan solucionar la injusta distribuci¨®n de la renta, la pobreza, el gasto militar excesivo o la corrupci¨®n. Nunca critiqu¨¦ el olvido de los antecedentes ideol¨®gicos de la independencia y s¨®lo se?al¨¦ la minusvaloraci¨®n de la pol¨ªtica, que no de la ideolog¨ªa, desde que las colonias americanas se separaron de Espa?a y Portugal.
Ni la Constituci¨®n liberal de 1812 ni las constituciones ni las leyes posteriores de las nuevas rep¨²blicas fueron ajenas a su realidad econ¨®mica, social y cultural. En M¨¦xico, por ejemplo, al amparo de la Constituci¨®n gaditana surgieron los ayuntamientos constitucionales, impulsados mayoritariamente por ind¨ªgenas. Si bien la emancipaci¨®n no aport¨® la igualdad y las ¨¦lites siguieron mandando tanto o m¨¢s que antes, ¨¦stas debieron acomodarse a la nueva situaci¨®n y en algunos casos fueron desplazadas del poder por otros grupos emergentes. Ni siquiera la independencia de Estados Unidos ni la Revoluci¨®n Francesa llevaron la igualdad al conjunto de los ciudadanos de sus pa¨ªses. En M¨¦xico, en Guatemala, en Bolivia o en el Per¨² los indios participaron del nuevo orden pol¨ªtico. Gracias a ello algunos ind¨ªgenas y mestizos, como Benito Ju¨¢rez, ocuparon puestos destacados en los gobiernos, si bien las reformas posteriores limitaron sus derechos. La revoluci¨®n pol¨ªtica que supuso la independencia permiti¨® el tr¨¢nsito de una sociedad de s¨²bditos a otra de ciudadanos, lo que signific¨® el inicio de un complicado proceso de construcci¨®n de la ciudadan¨ªa y de los estados nacionales.
Mientras Fernando Escalante hablaba en M¨¦xico de los ciudadanos imaginarios, Hilda S¨¢bato se preguntaba qui¨¦n votaba en Buenos Aires, y conclu¨ªa que, m¨¢s all¨¢ de los t¨®picos, eran gentes de los sectores populares los que acud¨ªan a las urnas a mediados del siglo XIX, ya que las clases acomodadas sol¨ªan abstenerse de participar en los comicios. No quiero entrar en una discusi¨®n acad¨¦mica o erudita sobre la historia pol¨ªtica latinoamericana, pero me gustar¨ªa se?alar que tras el excelente trabajo de Claudio Veliz la producci¨®n historiogr¨¢fica ha avanzado mucho. Fran?ois-Xavier Guerra, Jaime Rodr¨ªguez o Antonio Annino han aportado nuevas visiones de la independencia, mientras Samuel Valenzuela y Eduardo Posada-Carb¨®, entre otros, han enriquecido nuestra visi¨®n del siglo XIX latinoamericano.
El impacto de la Constituci¨®n gaditana y de la emancipaci¨®n en la Am¨¦rica espa?ola y portuguesa fue importante en el desarrollo del sistema representativo y de los reg¨ªmenes republicanos. Inclusive en la monarqu¨ªa brasile?a, que dur¨® hasta 1889, el Parlamento era elegido en elecciones y el Congreso funcion¨® regularmente hasta nuestros d¨ªas. S¨®lo en tres ocasiones los diputados electos no cumplieron sus mandatos. Esta tradici¨®n explica por qu¨¦ la dictadura militar de los a?os sesenta se esforz¨® en mantener activos algunos s¨ªmbolos de la democracia, como el Parlamento y las elecciones. Como dicen Share y Mainwaring, durante la dictadura militar brasile?a la Constituci¨®n se hizo menos democr¨¢tica, pero no fue abolida y el Congreso funcion¨® ininterrumpidamente, e incluso en los momentos m¨¢s ¨¢lgidos, los l¨ªderes militares utilizaron una ret¨®rica democr¨¢tica. En todos los pa¨ªses el ideal republicano convivi¨® con los dictadores y la continuidad en la ret¨®rica y en las instituciones democr¨¢ticas sol¨ªa facilitar la transici¨®n.
El ideal republicano no s¨®lo estaba presente en la mentalidad colectiva y en la cultura pol¨ªtica latinoamericanas, sino tambi¨¦n en casi todas las dictaduras que asolaron la regi¨®n. Por lo general, ¨¦stas no proced¨ªan al desmontaje sistem¨¢tico del sistema democr¨¢tico, como en los pa¨ªses de la Europa Central, donde hubo democracias o sistemas representativos antes de la instauraci¨®n del comunismo. Es m¨¢s, los objetivos grandilocuentes de los golpistas latinoamericanos sol¨ªan incluir el retorno m¨¢s o menos r¨¢pido a la democracia, aun en las dictaduras prolongadas, como las de Stroessner en Paraguay o Pinochet en Chile, o incluso los militares brasile?os en las d¨¦cadas de 1960 y 1970. Finalizada la dictadura, por las razones que fueran, las elecciones eran la forma corriente de elegir a los nuevos gobiernos. En la misma l¨ªnea, y para insistir en la forma en que las sociedades latinoamericanas valoraban, y valoran, la democracia, vemos c¨®mo los escasos intentos de construir sistemas corporativos en la regi¨®n durante los a?os treinta, como el de Uriburu en Argentina o Vargas en Brasil, fracasaron estrepitosamente.
Uno de los argumentos de Carlos Fuentes que m¨¢s me sorprendi¨® es su defensa de los valores y virtudes del orden colonial, el Antiguo R¨¦gimen, al que considera m¨¢s humanista y protector que el republicanismo representativo. Su condena de los males aportados por el liberalismo a Am¨¦rica Latina rezuma conservadurismo, aunque se haga en nombre de los derechos de las comunidades ind¨ªgenas o del medio ambiente. Hablar del humanismo protector del imperialismo espa?ol suena a sarcasmo o al menos a una asincron¨ªa total y absoluta. Basta ver la respuesta de los carlistas, alzados en armas, en nombre de la tradici¨®n y la religi¨®n, contra el liberalismo espa?ol. Recordemos que en las ra¨ªces del carlismo bebieron tanto algunos de los sublevados contra la Rep¨²blica Espa?ola en 1936 como los nacionalistas radicales de ETA, tambi¨¦n armados contra la democracia espa?ola de nuestros d¨ªas.
Debo confesar que no es Fuentes el primero en criticar mi candidez e ingenuidad al referirme a las democracias latinoamericanas. Quiz¨¢ sea un defecto causado por la molicie generada por los muchos a?os de vida en Espa?a, quiz¨¢ por pensar que la democracia, por ineficiente que sea, siempre es mejor que cualquier dictadura eficaz, medida su eficiencia en su capacidad de alimentar a la poblaci¨®n, reducir el analfabetismo o garantizar la salud. Son las dictaduras y la posibilidad de un retorno al totalitarismo, al populismo o a la demagogia lo que me provoca erisipela o, si se me permite un peque?o toque autobiogr¨¢fico, gastritis. No son las cr¨ªticas al gasto militar excesivo, como ocurre en los pa¨ªses africanos, las que me parecen demag¨®gicas, sino su utilizaci¨®n en el caso latinoamericano, especialmente cuando se le responsabiliza de las dificultades existentes, ya que s¨®lo es una forma de no ir al fondo de la cuesti¨®n, que, insisto una vez m¨¢s, es la pol¨ªtica.
Cuando ante numerosos auditorios he debido responder a la pregunta de qu¨¦ ha ganado Am¨¦rica Latina con estas democracias, mi respuesta es invariable: con ellas, al menos en mi Argentina natal, mis amigos no son desaparecidos, ni torturados ni asesinados. En esta democracia cualquiera puede exponer y defender sus ideas, por extremas que sean, la prensa funciona libremente, se puede denunciar la corrupci¨®n de los gobernantes e inclusive encarcelar a alg¨²n ex presidente corrupto (salvo que Jap¨®n los proteja). ?Que es poco?, ?que muchos Estados son de una debilidad extrema?, ?que subsiste la pobreza? Es verdad, pero hasta ahora ning¨²n salvador de la patria, barbudo o barbilampi?o, aunque casi siempre de uniforme, ha resuelto la dif¨ªcil ecuaci¨®n de mantener las libertades individuales y mejorar el estado general de la poblaci¨®n. De ah¨ª que ante la imperfecci¨®n de las democracias lo mejor sea luchar por su fortalecimiento y esto supone reforzar a los partidos pol¨ªticos y reclamar una mayor responsabilidad de las ¨¦lites intelectuales, pol¨ªticas y econ¨®micas de las sociedades de la regi¨®n.
Carlos Malamud es especialista en Am¨¦rica Latina y profesor de la UNED.
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