El d¨ªa del orgullo ciclista
Jalabert y Ullrich luchan hasta el fin ante el intratable Armstrong, que conquista el 'maillot' amarillo
Mientras Lance Armstrong dedic¨® la etapa reina, el segundo d¨ªa de la gran traves¨ªa de los Pirineos, a sus menesteres sobrehumanos (exhibici¨®n de nuevo, otro triunfo de etapa y, por fin, la conquista del maillot amarillo cedido a rega?adientes por el resistente Fran?ois Simon), los dem¨¢s, los corredores con l¨ªmites, decidieron organizar el d¨ªa del orgullo ciclista. Laurent Jalabert y Jan Ullrich lo personificaron con sus acciones, transformando simples movimientos t¨¢cticos, estrategias de equipo, en momentos de raro ciclismo. Olvidaron la raz¨®n. Siguieron a su temperamento. Fue, tambi¨¦n, un d¨ªa duro para el ciclismo espa?ol pese a la abundancia de gente en la pantalla de televisi¨®n en casi todos los movimientos importantes de la etapa. Fueron actores, pero secundarios, en los grandes puertos pirenaicos, en el Aspet de Casartelli, en el Ment¨¦ de Oca?a, en el Peyresourde de todos los grandes, en Val Louron, donde Indurain, y en Pla d'Adet. Fratricidio: Heras, ayudante de Armstrong, desnud¨® a Beloki, afectado toda la etapa por el efecto Kivilev. L¨ªmites y m¨¢s orgullo: Sevilla, joven, animoso, temperamental, cansado en un d¨ªa de hombres; Mancebo, su ritmo, su fuerza, su voluntad; Igor Galdeano y Serrano, juego de equipos, t¨¢cticas globales. Todos hicieron el d¨ªa grande.
Todo empez¨® en el Peyresourde. Todo pas¨® all¨ª, salvo Jalabert.
El franc¨¦s sali¨® en el kil¨®metro 27 a arrebatar a su tocayo compatriota Roux el maillot de lunares de rey de la monta?a y en el proceso sufri¨® un cambio de personalidad: de repente se convirti¨® en Virenque, el hombre a quien mejor le quedaban los lunares. Jalabert, hombre libre por fin, disfruta siendo ¨²nico, haciendo lo que le place, intentando sus imposibles sin someterse a ning¨²n rigor t¨¢ctico. Sali¨® en grupo para marcar a Roux, pero bajando Pla d'Adet, cerca de la estela de Casartelli, atac¨® y se fue solo. Pas¨® solo por la cima del Ment¨¦, tambi¨¦n por el Portillon, Peyresourde y Azet. Se cay¨® bajando el ¨²ltimo puerto. Se peg¨® una tremenda costalada al patinar su bici en la gravilla de una cerrada curva. Se levant¨®. Volvi¨® a seguir. Se le sali¨® la cadena. La meti¨® y continu¨®. Empez¨® a ascender a Pla d'Adet, 11 kil¨®metros al 8,5%. Ten¨ªa todav¨ªa tres minutos de ventaja. Ya no pod¨ªa m¨¢s y, sin embargo, cuando le pas¨® Armstrong, desencadenado en busca del maillot amarillo, Jalabert a¨²n hizo el esfuerzo de intentar coger su rueda; y cuando Ullrich, el derrotado m¨¢s hermoso, pas¨® despu¨¦s, un minuto m¨¢s tarde, tambi¨¦n quiso seguirle, y tambi¨¦n hizo el intento tras Beloki, sin resuello, con Heras a su rueda, y tras Garzelli e Igor. Lleg¨® s¨¦ptimo. En cinco kil¨®metros perdi¨® tres minutos con Armstrong. Lleg¨® feliz Laurent Virenque, o Richard Jalabert, como prefieran. Empez¨® el Tour como mejor sprinter (maillot verde en 1992 y 1995). Lo terminar¨¢ como mejor escalador. Nunca gan¨® el amarillo. Nunca lo ganar¨¢.
Detr¨¢s, a imitaci¨®n suya, una persona se hab¨ªa despertado. A un kil¨®metro de la cima del Peyresourde, justo cuando empezaron a sufrir Mancebo y Sevilla, Jan Ullrich decidi¨® ser protagonista de su destino y coger la etapa por la mano despu¨¦s de que en los primeros cols el Telekom, con Guerini resucitado, y el US Postal, con Heras y Hamilton revividos justamente el d¨ªa m¨¢s importante, desplegaran un estupendo juego de equipos. Al alem¨¢n, pesado y poderoso, le aguant¨®, r¨¢pido y ¨¢gil, Armstrong; Beloki, de entrada, tambi¨¦n, y el osado Kivilev, transmutado en el Chiappucci del 90, dispuesto a no bajarse del podio sino muerto. Ullrich redobl¨® el esfuerzo. Incluso, ins¨®litamente, se puso de pie sobre los pedales. La jerarqu¨ªa del Tour se restableci¨®: por delante, el alem¨¢n y el americano; Beloki se qued¨®. Y Kivilev.
Ca¨ªda del alem¨¢n Cuando Jan Ullrich tom¨® recta una curva a 80 por hora en el descenso y acab¨® en un arroyo, Lance Armstrong desaceler¨® esperando su recuperaci¨®n. 'Qu¨¦ fair play', dijo Bernard Th¨¦v¨¦net, comentarista de la televisi¨®n francesa. Qu¨¦ gaitas. Armstrong no pod¨ªa ir solo a ninguna parte. Necesitaba alguien que le llevara, alguien que le justificara, alguien herido con ganas de matar, un boxeador que se niega a caer y sigue golpeando aunque sus pu?etazos ya s¨®lo tienen la fuerza de una caricia. Despu¨¦s del puerto de Azet, el col en el que Beloki intent¨®, con varios ataques, alguno alocado, desembarazarse en vano del pegajoso Kivilev, los tres grandes, y sus equipiers por todas partes (dos de cada equipo), empezaron a subir a Pla d'Adet. Rubiera y Heras le limpiaron el camino. Ullrich, en un ¨²ltimo esfuerzo, hizo el aclarado final. Armstrong necesitaba a Ullrich, al alem¨¢n desenfrenado, para justificarse, para poder atacar al final, acelerar hacia el maillot amarillo y cruzar solo la l¨ªnea de meta se?alando al cielo en recuerdo de su amigo Casartelli. Como en Limoges hace seis a?os. Su d¨¦cima victoria de etapa en el Tour. El amarillo de su tercer Tour.
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