Violencia y sociedad abierta
Ante fen¨®menos como el movimiento okupa o las manifestaciones antiglobalizaci¨®n se puede reaccionar magnificando la violencia y centrando en ella todo el debate o intentando detectar las cuestiones de fondo que el estallido de la violencia oculta o minimiza, sin que ello signifique atenuante alguno para los excesos vand¨¢licos. La primera actitud es la conservadora, la segunda la podr¨ªamos llamar abierta -en el mismo sentido en que hablamos de sociedad abierta-, para no decir progresista, que es una palabra destrozada por lo mucho que ha sido manoseada y utilizada incluso por poderes abyectos.
La respuesta conservadora est¨¢ muy extendida en todo el espectro pol¨ªtico. En el ¨¢mbito local, basta ver las numerosas adhesiones institucionales -empezando por la del presidente Pujol- recibidas por la delegada del Gobierno en Catalu?a por la actuaci¨®n de la polic¨ªa la semana pasada en dos casas ocupadas de Gr¨¤cia. En el ¨¢mbito internacional, el modo en que se planific¨® la seguridad de la conferencia del G-8 es todo un manifiesto. En democracia, cuando el poder tiene que parapetarse detr¨¢s de las barricadas para defenderse de la calle es que algo falla. Las palabras de comprensi¨®n de un Chirac o incluso de un Berlusconi -'tenemos que distinguir entre los profesionales de la guerrilla y los manifestantes pac¨ªficos'- llegaron tarde. Habr¨¢ que ver en los pr¨®ximos meses hasta qu¨¦ punto son un reconocimiento de lo equivocada que es la estrategia conservadora seguida hasta ahora por los gobiernos afectados. Centrando toda la atenci¨®n en el lado violento de las manifestaciones antiglobalizaci¨®n, se pretend¨ªa obviar los problemas de fondo que han motivado esta crisis y se confiaba en provocar la marginaci¨®n de estos grupos, en unas sociedades acostumbradas al bienestar que responden reactivamente a cualquier alteraci¨®n de la normalidad. Sin embargo, tanto la movilizaci¨®n como el malestar son de suficiente envergadura como para que la estrategia no haya sido suficiente. Con lo cual, el gran riesgo que tiene la pol¨ªtica conservadora es dejar a la inmensa mayor¨ªa de los manifestantes pac¨ªficos en manos de la inmensa minor¨ªa de los agitadores violentos. ?Es esto lo que se persegu¨ªa? Estos ejercicios de maquiavelismo de tres al cuarto casi siempre acaban extendiendo el incendio en vez de apagarlo.
S¨®lo desde una posici¨®n abierta se puede tener autoridad moral para exigir a los movimientos antiglobalizaci¨®n que resuelvan urgentemente su relaci¨®n con la violencia
Los gobernantes deben reconocer que hay malestar por el modo en que est¨¢ aconteciendo la globalizaci¨®n. Sin duda este malestar puede tener un componente reaccionario. De todo hay entre los manifestantes y el mismo apodo de antiglobalizadores tiene en s¨ª un inevitable tinte reactivo. Pero esto no quita que la globalizaci¨®n est¨¦ generando problemas reales que reclaman una gobernaci¨®n pol¨ªtica del proceso. Porque en definitiva ¨¦sta es la cuesti¨®n de fondo: falta pol¨ªtica. En todas partes. Falta pol¨ªtica porque nuestras democracias, en medio de la indiferencia de unas amplias clases medias acomodadas, se han ido encerrando en un sistema de partidos en el que la especie de lo posible -lo que se puede hacer y lo que se puede decir- es cada vez m¨¢s limitada, en una renuncia creciente por parte de los dirigentes pol¨ªticos que es probablemente una mezcla de la comodidad de gobernar en casa y de la impotencia ante un poder econ¨®mico que, como Dios, est¨¢ en todas partes y en ninguna. Y falta pol¨ªtica en el lado de las manifestaciones antiglobalizaci¨®n, que no han sabido hacerse o¨ªr hasta que la violencia las ha llevado a la primera p¨¢gina de los peri¨®dicos. Con lo cual, cabe pensar que los mecanismos de representaci¨®n y comunicaci¨®n democr¨¢tica fallan. Y que es perfectamente pertinente la pregunta de Dahrendorf: '?Tienen realmente las democracias otra forma de expresar los sentimientos de muchos respecto a las consecuencias de la globalizaci¨®n?'.
Por estas y otras razones, ser¨ªa bueno que los movimientos antiglobalizaci¨®n encontraran respuestas m¨¢s abiertas. Es decir, de dirigentes pol¨ªticos que no se amparen en la estricta denuncia del factor violencia para ocultar problemas reales que hay que atender y entender. S¨®lo con una actitud que reconozca -e incorpore- al debate democr¨¢tico la palabra de los manifestantes y que sea exigente con los modos y comportamientos de la polic¨ªa -el monopolio de la violencia leg¨ªtima no puede ejercerse con impunidad y contra lo razonable- se pueden afrontar unas movilizaciones que no tienen proyecto ni objetivo final (y en este sentido en nada se asemejan a los proyectos revolucionarios de otros tiempos), pero que expresan los profundos desajustes entre pol¨ªtica y sociedad en unos tiempos en que el poder econ¨®mico campa a sus anchas, sin que la pol¨ªtica sea capaz de hacer m¨¢s que una funci¨®n ancilar.
S¨®lo desde una posici¨®n abierta se puede tener autoridad moral para exigir a los movimientos antiglobalizaci¨®n que resuelvan urgentemente su relaci¨®n con la violencia, algo que no es tan evidente ni tan sencillo como una simple distinci¨®n entre grupos violentos y grupos pac¨ªficos. Evidentemente, hay que partir de esta diferenciaci¨®n real para evitar que la violencia engulla todo el movimiento. Pero el problema de fondo -f¨¢cil de verificar hist¨®ricamente- es que las enmiendas a la totalidad dif¨ªcilmente escapan a la tentaci¨®n de la violencia. Siempre que se ha querido saltar por encima de las rugosidades y contradicciones de la sociedad, siempre que se ha considerado que hab¨ªa que destruir un sistema entero para construir, por fin, el mundo mejor, se ha acabado acudiendo a la violencia. Kepa Aulestia ha escrito excelentes p¨¢ginas sobre esta idea. La heterogeneidad y la falta de proyecto del movimiento antiglobalizaci¨®n puede facilitar la separaci¨®n entre violentos y no violentos. Pero tambi¨¦n la sensaci¨®n de impotencia -en unas democracias que escuchan poco- puede hacer crecer la comprensi¨®n hacia los excesos, sobre todo cuando las polic¨ªas parecen m¨¢s empe?adas en cohesionar a los manifestantes contra ellos que en resolver problemas de orden p¨²blico. Ocurri¨® as¨ª en Gr¨¤cia, ocurri¨® as¨ª en G¨¦nova.
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