Curro V¨¢zquez puso la torer¨ªa
La ten¨ªan tomada con Curro V¨¢zquez. Qu¨¦ plaza. En cuanto un pe¨®n sali¨® a recibir al primer toro, ya le estaban armando la bronca al matador. Y como el propio matador dio despu¨¦s motivos sobrados para la protesta pues se puso a tirar l¨ªneas medio descompuesto, la bronca que le dedicaron adquiri¨® caracteres de esc¨¢ndalo. Continu¨® la corrida mas las gentes se aprestan para darle a Curro V¨¢zquez su merecido en el siguiente turno. Sin embargo, llegado el turno, Curro V¨¢zquez tir¨® de repertorio, llen¨® el coso de aromas toreros y dej¨® a la facci¨®n enemiga con un palmo de narices.
[No es que Curro V¨¢zquez se hubiera puesto de repente a bordar el toreo. Es que, por primera vez en la tarde, hab¨ªa un torero con su torer¨ªa, y apenas la despleg¨® ya estaba mandando a los pegapases a por tabaco.
Victorino / V¨¢zquez, Ponce, Califa
Toros de Victorino Mart¨ªn, 1? y 3? anovillados, 2? abecerrado e indecoroso, todos chicos; flojos; encastados y nobles en general; 5? y 6? bravos. Curro V¨¢zquez: seis pinchazos, rueda de peones, pinchazo hondo ca¨ªdo, descabello -aviso antes de tiempo- y descabello (bronca) monumental); estocada ca¨ªda perdiendo la muleta y rueda de peones (escasa petici¨®n, ovaci¨®n y tambi¨¦n pitos cuando sale al tercio). Enrique Ponce: pinchazo, estocada corta, rueda de peones -aviso- y dobla el toro (ovaci¨®n) y salida al tercio); pinchazo hondo -aviso-, estocada corta y capoteo mareante de peones (ovaci¨®n) y salida al tercio). El Califa: estocada baja y rueda insistente de peones (vuelta);(*CF12*) pinchazo y bajonazo (silencio). Plaza de Valencia, 25 de julio. 6? corrida de feria. Cerca del lleno.
Menuda diferencia, el torero y los pegapases. Los pegapases, Enrique Ponce y El Califa, daba pena verlos con su pegapasismo recalcitrante. No les ocurri¨® lo que a Curro V¨¢zquez, claro: no los pitaban. Antes al contrario, los aplaud¨ªan. Uno, porque ambos son de la tierra; dos, porque traen fama y el p¨²blico valenciano es absolutamente sensible a lo que manden la fama, los t¨®picos y lo pol¨ªticamente correcto. A las cuestiones taurinas nos referimos, por supuesto.
Y eso fue, precisamente, lo que pas¨® con Curro V¨¢zquez. Ya antes de empezar la funci¨®n le ten¨ªan ganas pues lo consideraban un relleno en el cartel que ven¨ªa a cubrir el expediente, y eso lo habr¨ªa de pagar.
Las iras que se desataron con Curro V¨¢zquez en el toro que abri¨® plaza no tuvieron continuaci¨®n al aparecer el segundo pese a que hab¨ªa mayor motivo. Porque el segundo toro luc¨ªa tipo becerro, estaba inv¨¢lido, y soltarlo constitu¨ªa el colmo de la desfachatez.
Algunos aficionados protestaron pero lo que dec¨ªan se perd¨ªa en el fragor del triunfalismo, del partidismo y del papanatismo. El "?Vivan las caenas!" renace en las plazas de toros con todo el esplendor que tuvo en tiempos. Y sus militantes se volv¨ªan enfurecidos contra quienes osaban emitir el m¨¢s m¨ªnimo juicio cr¨ªtico acerca de los toros, de las figuras y del estado de la cuesti¨®n.
Hubo uno que cuando Enrique Ponce le ofrec¨ªa al becerro la muleta por la parte del pico gritaba "?Pico!", y entonces los de las caenas le mentaban a la madre.
Muy llamativo result¨® que Enrique Ponce se pasara toda su larga faena al becerro haciendo desplantes y gestos de bravuconer¨ªa, como si torearlo equivaliera a la guerra de las galaxias. Al verle amagando pechugazos y poniendo posturas de "te daba as¨ª" (al becerro), ven¨ªan ganas de decirle aquello de "menos lobos".
La faena ventajista, interminable e insulsa tuvo repetici¨®n en el quinto toro, que pose¨ªa m¨¢s cuajo y sac¨® bravura. De nuevo tore¨® Ponce fuera cacho, componiendo posturas pintureras mientras pasaba al toro por la periferia, acelerado, sin ligar nada ni acabar nunca. Oy¨® en cada toro un aviso. Lo normal, en el torero m¨¢s avisado no ya del actual escalaf¨®n sino de toda la historia de la tauromaquia.
Es innegable, no obstante, que a Ponce le sobran t¨¦cnica y oficio. Justo lo que le falta a El Califa. Esta corrida era crucial para El Califa pues hab¨ªa de demostrar que es figura y tambi¨¦n que, en un momento dado, le podr¨ªa mojar la oreja a Enrique Ponce, con quien hab¨ªa entablado competencia.
Y, la verdad, ni moj¨® en lo segundo ni demostr¨® lo primero. Pundonoroso s¨ª estuvo El Califa pero no pudo con la casta de sus dos toros, que lo desbordaron ampliamente en todos los frentes. La falta de recursos, el toreo desastrado en consecuencia, la sensaci¨®n de incapacidad pese a su voluntariosa disposici¨®n, adem¨¢s de conducir a una oportunidad perdida, produjeron cierta sensaci¨®n de fracaso.
Por all¨ª andaba, en efecto, Curro V¨¢zquez, a la manera de convidado de piedra, v¨ªctima propiciatoria del que llaman el respetable (lo que -si bien se mira- no deja de ser un sarcasmo). Curro V¨¢zquez se iba a enterar. Ser¨ªa al saltar a la arena el cuarto toro. Y ya se empezaba a desatar la furia del respetable mientra el victorino galopaba por el redondel cuando Curro V¨¢zquez hizo as¨ª, abri¨® un capote de seda, meci¨® al bravo en unas suaves ver¨®nicas y media plaza se qued¨® con la boca abierta.
Estaba inv¨¢lido el victorino por lo que carec¨ªa de recorrido y Curro V¨¢zquez le hizo una faena de pases apenas apuntados, medios pases m¨¢s bien, el gozo de las trincherillas a manera de recurso... No fue mucho pero aquello tra¨ªa un aire distinto y ten¨ªa aroma. O sea: el toreo.
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