Bipartidismo
PP y PSOE pactan la financiaci¨®n auton¨®mica y rompen el di¨¢logo para la renovaci¨®n parlamentaria de cargos institucionales. Por lo visto, resulta m¨¢s f¨¢cil ponerse de acuerdo en materia de dineros que en cuesti¨®n de personas. Ante los dineros, el PSOE ha optado por un razonamiento pragm¨¢tico que dice que es mejor un mal acuerdo que ning¨²n acuerdo. El dinero no tiene identidad, las personas s¨ª. Por ah¨ª ha fracasado el pacto de los cargos: algunas obsesiones personales han resultado insuperables, en un proceso que est¨¢ viciado de origen.
Aznar ten¨ªa el mayor inter¨¦s en pactar con el PSOE la financiaci¨®n auton¨®mica. El presidente quiere afrontar la negociaci¨®n del Concierto Vasco con paz financiera y demostrar, ante el rumbo que est¨¢ tomando la situaci¨®n en Euskadi, que en el resto del pa¨ªs reina el orden auton¨®mico. Zapatero tambi¨¦n quer¨ªa el acuerdo. No s¨®lo porque se lo pide el cuerpo, como ha demostrado desde que lleg¨®, sino porque el PSOE no pod¨ªa volver a quedarse fuera, como ocurri¨® en la anterior negociaci¨®n. En la calle no s¨®lo hace fr¨ªo, sino que se pierde dinero.
Pero hay adem¨¢s una raz¨®n de fondo que condena al entendimiento a los dos grandes partidos: en la Espa?a plural la pareja PP-PSOE es el ¨²nico factor de vertebraci¨®n. De modo que se podr¨ªa decir perfectamente que Espa?a hoy es el bipartidismo. Aunque la Espa?a una de Aznar y la Espa?a plural de Zapatero suenen con distintos acordes, los dos coinciden en que s¨®lo la pareja PP-PSOE puede abrir el baile. Aznar y Rato, el triunfador de este episodio, han privilegiado la relaci¨®n con el PSOE, pasando por encima de sus aliados parlamentarios y de algunos rencores partidarios. Es perfectamente coherente con su discurso sobre Espa?a. Y est¨¢ en la l¨ªnea del desd¨¦n con que est¨¢ castigando de un tiempo a esta parte a Converg¨¨ncia i Uni¨®, un sumiso aliado que se est¨¢ quedando sin voz por momentos. A Pujol le queda el consuelo de que Maragall no podr¨¢ culparle de no haber conseguido los objetivos de financiaci¨®n deseados.
El acuerdo no cierra el modelo auton¨®mico, que es una vieja quimera de Aznar. El propio Zapatero ha reconocido que sirve para andar un trecho, pero que queda mucho por resolver. Lo que se debe exigir ahora es transparencia. Da la sensaci¨®n de que el pacto tiene tramoya. Y que los descontentos ser¨¢n silenciados con arreglos a la carta por otras v¨ªas presupuestarias. Si el pactismo es la moda, por lo menos que sea con las cifras claras y sin cl¨¢usulas bajo cuerda.
El lamentable espect¨¢culo de la fracasada negociaci¨®n de los cargos institucionales demuestra que no todo es oro en pactolandia. Al tratar de personas, la pol¨ªtica parece perder su grandeza. Cambian los procedimientos, pero el problema permanece. Porque el problema es la incapacidad de los partidos de elegir a las gentes en funci¨®n de su calificaci¨®n. Quieren gentes que les aseguren el voto, que sean sol¨ªcitos a la hora de resolverles marrones. Y esta tendencia parece estructural, a juzgar por la velocidad con la que el renovado socialismo ha asumido vetos y querencias del pasado. Dado que nada induce a pensar en la rebeli¨®n de los interesados, porque ante la perspectiva de promoci¨®n la idea de dignidad se desdibuja, dif¨ªcilmente cambiar¨¢n las cosas. En septiembre habr¨¢ pacto, dicen los socialistas; antes se tardaba a?os, ahora s¨®lo se habr¨¢ tardado unos meses. Pero los elegidos seguir¨¢n teniendo denominaci¨®n pol¨ªtica de origen. En algunos casos, incluso a su pesar. Y, en consecuencia, sus decisiones seguir¨¢n bajo permanente sospecha.
Dice Chantal Mouffe que la pol¨ªtica democr¨¢tica consiste en transformar el 'antagonismo' en 'agonismo'. Desde que lleg¨® Zapatero, la b¨²squeda del pacto -superador de los antagonismos- ha sido una constante hasta el punto de que el instrumento se ha convertido en principio de acci¨®n. S¨®lo hay que desear que de tanto pacto la democracia no se nos quede inerte. El problema de la excesiva promiscuidad pactista es que puede acabar desdibujando los trazos caracter¨ªsticos de cada parte, y es malo -y desmovilizador- para la democracia que la gente no vea perfiles claros con los que identificarse. Por suerte para Zapatero, la derecha espa?ola sigue siendo tan suya que no es f¨¢cil que le confundan.
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