Despegando con fuerza
Durante todo el d¨ªa, el cielo donostiarra se mantuvo con una intranquilizante negrura que s¨®lo pod¨ªa presagiar lluvias torrenciales. Finalmente, y dado que no se trataba de fastidiar a nadie y menos al m¨¢s veterano de nuestros festivales de jazz, todo qued¨® en simple amenaza. Los paraguas no se abrieron y la primera noche del Jazzaldia pudo celebrarse con toda comodidad y, como regalo tras el bochorno diurno, con una agradable brisa refrescando el ambiente. As¨ª, con todo a su favor, la plaza de la Trinidad volvi¨® a mostrarse como uno de esos lugares con un encanto muy especial para la m¨²sica y la 36? edici¨®n del festival donostiarra pudo despegar con la fuerza de una nave espacial dirigida hacia alg¨²n conf¨ªn remoto.
Parte importante de la responsabilidad de que esa nave saliera propulsada a tal velocidad fue la presencia de dos hermanos de Filadelfia capaces de llevar a punto de ebullici¨®n hasta las audiencias m¨¢s g¨¦lidas y distantes. Una plaza de la Trinidad completamente llena (y la ayuda nada balad¨ª de una sonorizaci¨®n exquisita) no suele propiciar, precisamente, un ambiente fr¨ªo; as¨ª que los Brecker Brothers salieron con mucho ganado y redondearon sobre el escenario una de esas faenas que tardan en olvidarse. Un concierto mod¨¦lico, una aut¨¦ntica clase magistral de jazz contempor¨¢neo sin prejuicios y tan abierto al mundo como a su propio pasado.
Tras el apabulle de los Brecker, la presencia de Frank Sinatra Jr. y la Orquesta de Woody Herman fue tan superflua como innecesaria.
Los Brecker Brothers, juntos o por separado, contribuyeron de forma definitiva a sentar las bases del jazz el¨¦ctrico y con toques rockeros de los a?os setenta. Ahora, tras haber tocado el cielo en innumerables ocasiones, han regresado a lo b¨¢sico con un quinteto totalmente ac¨²stico (eso s¨ª, un quinteto de lujo: el pianista David Kikoski, el contrabajista Peter Washington y el bater¨ªa Carl Allen) y una visi¨®n del jazz tan dirigida al est¨®mago como a las neuronas. Del post bop sin complejos al funk ac¨²stico (incluso recuperaron alguno de sus ¨¦xitos de los setenta inteligentemente remozados) plagado de ese saber hacer que ha convertido a Randy y Michael Breker en dos referentes del jazz actual. Hacia la mitad del concierto, apareci¨® Randroid, el otro yo de Randy, un cuasirrapero burl¨®n y parlanch¨ªn que electriz¨® a un p¨²blico que ya estaba electrizado.
La actuaci¨®n de los Brecker supo a poco. Algo m¨¢s de una hora de concierto no es suficiente para disfrutar de una maravilla as¨ª y m¨¢s cuando les segu¨ªa una nader¨ªa revivalista que posiblemente en otro contexto (sin los Brecker delante) podr¨ªa haber funcionado y en la Trinidad s¨®lo qued¨® resultona.
Intereses comerciales
Woody Herman, un gran innovador de la m¨²sica de big band, falleci¨® en 1987 y Frank Tiberi prosigui¨® al frente de la banda. Mantener una formaci¨®n as¨ª plagada de j¨®venes valores ocupando pupitres de ilustre recuerdo s¨®lo obedece a intereses comerciales lejanos a los intereses musicales que movieron a Herman en su tiempo. La big band no suena mal pero se hundi¨® con una inmisericorde versi¨®n de Four brothers (tema emblem¨¢tico de la orquesta de Herman) y s¨®lo se salv¨® por el buen hacer saxofon¨ªstico de Tiberi en un aceptable Body and soul. Despu¨¦s, curiosamente, la misma formaci¨®n (con alg¨²n refuerzo) son¨® convincente arropando a Frank Sinatra Jr. Sin duda, los arreglos de la orquesta de Herman todav¨ªa les vienen grandes y, en cambio, los est¨¢ndares del hijo de La Voz son bastante m¨¢s asequibles.
Frank Sinatra Jr. (por cierto: cada vez se parece f¨ªsicamente m¨¢s a su padre) es un espl¨¦ndido crooner con buen gusto para afrontar esos temas de toda la vida y ofrecerlos en versiones que, al no aportar nada nuevo, se convierten en entra?ables desde el primer momento. Una t¨¦cnica id¨®nea para los casinos de Las Vegas o Atlantic City (donde habitualmente se mueve) que volvi¨® a funcionarle en Donosti pero que, tras una exhibici¨®n hipervitam¨ªnica como la de los Brecker, supo a postre edulcorado y descafeinado.
Babelia
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