Villalobizar
No parecen existir muchas noticias acerca de un soldado franc¨¦s llamado Chauvin. Quiz¨¢ fuera un buen militar, amante esposo y simp¨¢tico contertulio con sus amigos, pero de ¨¦l no nos ha quedado nada m¨¢s que un rasgo peculiar exhibido con fervor desmesurado. El paso del tiempo nos ha borrado su perfil y queda s¨®lo el recuerdo de su entusiasmo. Al patriotismo m¨¢s patriotismo de todos los patriotismos que, como se sabe, es el franc¨¦s se le denomina chauvinisme y el t¨¦rmino est¨¢ consolidado en castellano desde hace mucho tiempo. Nunca pens¨® aquel soldado tener un destino tan sorprendente y cosmopolita.
El estilo pol¨ªtico de la ministra Villalobos puede llegar a tener un resultado parecido. Resulta francamente posible que dentro de cuatro o cinco d¨¦cadas su recuerdo haya adelgazado hasta la transparencia. Nadie recordar¨¢ qui¨¦n fue y menos a¨²n qu¨¦ hizo. Pero el nombre ser¨¢ sin¨®nimo de una mezcla de incompetencia, insignificancia, desmesurada confianza en las propias virtudes, desbordado egocentrismo y conflictividad voluntaria o involuntaria. Se habr¨¢ olvidado, entonces, al personaje y quedar¨¢ tan s¨®lo el verbo 'villalobizar' para designar la forma de actuaci¨®n en pol¨ªtica adornada por todos estos rasgos. Resulta posible que tenga sus derivados. La 'villalobancia' ser¨ªa la acci¨®n o efecto de villalobizar. Un 'villalobito' equivaldr¨ªa a un acto menor dotado de esas caracter¨ªsticas. El calificativo 'villalobizante' se podr¨ªa emplear para las disposiciones legales que dieran ese resultado.
'Villalobizar' es y ser¨¢ siempre un peligro; de ah¨ª la utilidad del t¨¦rmino. Pero afortunadamente contra esta enfermedad existe cura. La proporciona, por ejemplo, la lectura de Josep Pla, el gran escritor catal¨¢n que fue tambi¨¦n un aut¨¦ntico fil¨®sofo de la vida pr¨¢ctica. De la pol¨ªtica dec¨ªa que deb¨ªa ser 'la astucia al servicio de la realidad' pero que en Espa?a los hombres p¨²blicos ten¨ªan la pretensi¨®n de convertirla en astronom¨ªa, es decir, una ciencia dedicada a objetos excelsos y lejan¨ªsimos. En otras ocasiones la ve¨ªan como una rama de la poes¨ªa y, en realidad, acababa convirti¨¦ndose en un 'ejercicio de can¨ªbales'. A menudo la acompa?aban con una especie de 'orqu¨ªdeas verbales', lujuriosas expresiones ret¨®ricas de m¨¢s que improbable traducci¨®n a la pr¨¢ctica.
Dos im¨¢genes suyas encierran una lecci¨®n todav¨ªa m¨¢s sabia que esas definiciones. Recordaba Pla que 'se puede tener una gran habilidad para tocar la flauta y ser un p¨¦simo secretario de ayuntamiento', pero que la pol¨ªtica trata de ¨¦stos ¨²ltimos y no de Mozart. A?ad¨ªa que en ocasiones los pol¨ªticos proporcionan al ciudadano la sensaci¨®n del viajero que, cansado, llega a su habitaci¨®n del hotel y descubre que no le han hecho la cama.
Mucho ha villalobizado la ministra de Educaci¨®n en la ¨²ltimas semanas. Ahora mismo, cuando se escriben estas l¨ªneas, estar¨¢ a punto de expectorar miles de 'orqu¨ªdeas verbales' con promesas de modernizaci¨®n de la Universidad espa?ola. Pero todo ese ejercicio de astronom¨ªa no va a servir m¨¢s que para malcubrir una tramitaci¨®n de la Ley carente por completo de astucia, sentido com¨²n y realismo. Pod¨ªa partir de un consenso, latente entre los universitarios, y lo ha malbaratado; su inseguridad e incompetencia le han hecho optar por un procedimiento a la vez deslizante, por propicio a cambiar el contenido de la ley, e incapaz de intentar un acuerdo posterior.
Ni siquiera ha hecho caso al Consejo de Estado. Podr¨ªa haber actuado con el sentido de la realidad propio de un secretario de ayuntamiento y ha pretendido ofrecernos una gran sinfon¨ªa. El resultado a la vista est¨¢: la forma de regirse las universidades recuerda el velamen de una fragata barroca. La manera de seleccionar al profesorado universitario puede provocar m¨¢s conflictos hist¨¦ricos de los ya existentes. Para nada se ha ocupado de incrementar los recursos y, al mismo tiempo, la guinda venenosa de obligar a la renovaci¨®n de los cargos de direcci¨®n en la Universidad encierra la promesa de volverse contra quien la imagin¨®.
Encontrarse al final del d¨ªa con que a uno no le han hecho la habitaci¨®n produce irritaci¨®n sorda. Pero lo peor del caso es que a principios del nuevo curso tendremos una muestra m¨¢s de esos evitables 'ejercicios de can¨ªbales' que tampoco le gustaban a Pla (y a cualquier persona sensata).
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