No morir lejos de El Bulto
Los vecinos del barrio de pescadores de M¨¢laga piden al ayuntamiento que los retorne tras su transformaci¨®n
Ana Rey Rodr¨ªguez, de 66 a?os, es de una familia de rancio abolengo. Aunque no tenga t¨ªtulos nobiliarios; aunque sus propiedades se limiten a los pocos muebles y los muchos recuerdos que guarda en una m¨ªnima casita que en lenguaje t¨¦cnico se llama infravivienda. Aunque su marido no muriese en una cama con dosel; ni siquiera en una de hospital, sino faenando en un barco de pesca, como todos los de su estirpe. Como todas las familias de abolengo del barrio de El Bulto. 'El barrio de los hijos de la mar', lo llama Ana. Ella es hija de cinco generaciones.
Ana no tiene formaci¨®n acad¨¦mica, pero habla mejor que Castelar, con ese don que s¨®lo se adquiere con muchos a?os de contar y escuchar historias en los lavaderos comunes de los corralones. Por eso, las 60 familias que a¨²n viven en El Bulto la han elegido portavoz de la Asociaci¨®n de Vecinos, que ahora lucha para que el Ayuntamiento de M¨¢laga les reserve un lugar en el barrio cuando una de las operaciones urban¨ªsticas m¨¢s ambiciosas de los ¨²ltimos a?os, la urbanizaci¨®n del paseo mar¨ªtimo de poniente, lo borre para siempre de la faz de la tierra.
A pocos les importa lo que devoren las m¨¢quinas, porque El Bulto ha sido uno de los barrios m¨¢s infames de M¨¢laga: pobre de toda la vida, castigado por la droga en los setenta y ochenta, demolido por partes en los noventa y ahora, merced a su privilegiada ubicaci¨®n en primera l¨ªnea de costa, predestinado a convertirse en la joya de la corona de las inmobiliarias.
A Ana s¨ª le importa. Y tambi¨¦n a su sobrino Juan Rodr¨ªguez y a su mujer Mar¨ªa Cruces, que a¨²n hablan con los fantasmas que un d¨ªa poblaron las calles y casas que ya no existen. Los fantasmas con los que ellos hablan se remontan hasta los fenicios, que fueron los primeros que salaron all¨ª el pescado. Quiz¨¢ ellos les conserven el don para preparar las anchoas. 'Ahora ya no se hacen para la calle, pero en las casas, sobre todo cuando hab¨ªa pescado, nunca faltaban para una emergencia', explica Ana.
Tampoco faltaban las fiestas. La mayor era la de San Juan, con el concurso de adorno de corralones. 'En 1957 lo gan¨® La Alegr¨ªa, que era el nuestro, y sali¨® Juan en el peri¨®dico vestido de moro', revive Ana con placer. Tambi¨¦n tuvo el barrio sus poetas, como El Padre de la Camacha, que compuso una copla cuando, hace medio siglo, el ayuntamiento comenz¨® a recoger la basura en el barrio: 'El Bulto ya no es el Bulto/ que es un segundo Madrid/ quien quiera vivir en El Bulto/ que venga a El Bulto a vivir...', empezaba. Incluso tuvo h¨¦roes El Bulto. Los que participaron, algunos dej¨¢ndose la vida, en el rescate de los tripulantes de la fragata alemana Gneisenau en 1900, favor que el Gobierno alem¨¢n reconoci¨® con la donaci¨®n de un puente a la ciudad.
Pero eso pertenece al pasado. Ahora, Ana, Mar¨ªa, Juan y los otros vecinos viven entre la nostalgia de lo que se fue y la angustia de lo que venga. El ayuntamiento les ha asegurado que se les reservar¨¢ un lugar entre los edificios modernos. Pero ya llevan tres a?os con la certeza de que se tienen que ir y sin tener ni idea de a d¨®nde. La mayor¨ªa de ellos no puede pagar un alquiler mientras duren las obras y, despu¨¦s de escuchar muchas promesas vagas, tampoco terminan de creerse que finalmente estrenen casa en el barrio que los vio nacer.
As¨ª, pasan los d¨ªas aguantando grietas y goteras y rezando para que no caiga una lluvia que arrastre sus chozas centenarias hasta la mar que pari¨® el barrio y que se ha tragado a tantos de los suyos.
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