El destino de los ni?os virtuosos
A lo largo de la pasada primavera, las noticias de casos de esclavitud infantil en ?frica, la suspensi¨®n de la reuni¨®n anual sobre desarrollo econ¨®mico que deb¨ªa celebrarse en Barcelona bajo los auspicios del Banco Mundial y los ecos de las protestas que van produci¨¦ndose en diversas ciudades del mundo contra los aspectos m¨¢s crueles de la expansi¨®n del capitalismo han ocasionado una cierta pol¨¦mica en los medios de comunicaci¨®n locales que est¨¢ lejos de concluir. Entre las opiniones emitidas he podido identificar algunos argumentos que, sin llegar a defender la bondad intr¨ªnseca del trabajo infantil en un contexto de pobreza, mostraban una decidida comprensi¨®n del mismo, especialmente al contraponerlo a situaciones extremas, como la propia esclavitud, la mendicidad, el robo o, la m¨¢s insistentemente subrayada, la prostituci¨®n.
Estos argumentos suelen caracterizarse por la evocaci¨®n de hechos similares sucedidos anta?o en nuestro pa¨ªs, que dan lugar a comparaciones legitimadoras de lo que actualmente ocurre en el mundo. El tiempo m¨¢s insistentemente recordado es el siglo XIX o 'el de nuestros bisabuelos', que viene a ser lo mismo. Curiosamente, en estas rememoraciones no queda ni rastro de las lamentaciones que nuestros antepasados inclu¨ªan en los relatos de su dura infancia, como si a los ojos de los evocadores actuales el momento presente fuera tan brillante que bastara por si solo para dar por buenos todos los horrores del pasado. Enfocadas las cosas de este modo, llegan fatalmente a la conclusi¨®n deseada: el trabajo infantil actual en los pa¨ªses pobres, al inserirse en un proceso que a la larga traer¨¢ el progreso, hay que darlo tambi¨¦n por bueno, incluso si produce alg¨²n rechazo a nuestra sensibilidad.
Otro argumento caracter¨ªstico de las actitudes pragm¨¢ticas ante el trabajo infantil dice as¨ª: los ni?os, si trabajan, por lo menos comen. Y suele a?adirse que la alternativa m¨¢s plausible al trabajo infantil es la prostituci¨®n, ilustrando tan socorrido aditamento con alg¨²n ejemplo de multinacional que presionada por los consumidores de su pa¨ªs de origen cerr¨® las f¨¢bricas donde empleaban a ni?os. Planteada as¨ª la alternativa, trabajo o prostituci¨®n, se llega otra vez a la conclusi¨®n fatal de la relativa bondad de la incorporaci¨®n de los ni?os como trabajadores asalariados.
Tanta preocupaci¨®n por la virtud de los ni?os pobres resulta conmovedora, pero si se trata de aliviar este tipo de situaciones ser¨ªa m¨¢s eficaz que los opinantes afinaran sus argumentos. Pues salta a la vista que de ser cierto, como se afirma, que el cierre de la sucursal asi¨¢tica de una multinacional americana propulsa a sus tiernos trabajadores hacia prost¨ªbulos remotos, y de ello se extrae una conclusi¨®n de car¨¢cter general, como parece pretenderse, m¨¢s que elogiar desenfrenadamente la globalizaci¨®n habr¨ªa que reconocer la tremenda desestructuraci¨®n causada por las formas actuales de penetraci¨®n del capitalismo en unas sociedades tradicionales que, por otro lado, se han querido comparar a destiempo con las nuestras. En efecto, la Revoluci¨®n Industrial coincidi¨® con una demograf¨ªa europea diezmada por hambrunas, epidemias, enfermedades irremediables y mortalidades infantiles aterradoras, que sumado a las inercias de las estructuras sociales agrarias, significaba una disponibilidad limitada de mano de obra para las f¨¢bricas. A esto habr¨ªa que a?adir el car¨¢cter incipiente de la t¨¦cnica, muy exigente en trabajo humano, lo que agudizaba la escasez de este factor. Entonces, la utilizaci¨®n de ni?os por la industria se deb¨ªa tanto a la m¨¢s cruel avidez como a la necesidad de ampliar la fuerza de trabajo disponible. Estas circunstancias no impidieron que de Dickens a Engels abundaran las cr¨ªticas penetrantes a la explotaci¨®n de los ni?os en las f¨¢bricas.
Ahora bien, la situaci¨®n actual de los pa¨ªses donde se suceden los casos de empleo infantil, con demograf¨ªas desbordantes y con disponibilidad, al menos en algunos sectores, de tecnolog¨ªas de ¨²ltima o pen¨²ltima generaci¨®n, no se caracteriza precisamente por el pleno empleo o la carencia de mano de obra. De modo que quien utiliza ni?os lo hace a costa del desempleo de la fuerza de trabajo adulta, cuyo coste de reproducci¨®n social, por modesto que sea, resulta m¨¢s elevado que entretener el hambre de un ni?o. El paradigma de este trabajor adulto es un padre de familia cuyo salario deber¨ªa bastar para cubrir los gastos dom¨¦sticos, incluido el coste de escolarizaci¨®n de los hijos.
Por tanto, mostrarse comprensivo ante el empleo de ni?os con el argumento que as¨ª por lo menos comen y no se prostituyen, equivale a cerrar los ojos ante la evidencia de que el ¨²nico motivo que tienen las empresas para hacerlo es evitar contratar a sus padres porque esto supondr¨ªa unos costes salariales y, tal vez, pol¨ªticos mayores que no est¨¢n dispuestos a pagar. Esta negativa es la que engendra en la actualidad la miseria y sus secuelas, no en las regiones donde la empresa capitalista brilla por su ausencia y donde la pobreza y las pr¨¢cticas tradicionales -incluidas las sexuales- se mantienen desde hace siglos, sino en los muchos pa¨ªses y regiones que han sido incorporados al proceso de expansi¨®n del capital.
Sostener, pues, como he le¨ªdo ¨²ltimamente, que 'la globalizaci¨®n no s¨®lo no es responsable de la explotaci¨®n sexual de menores sino que forma parte de la soluci¨®n' (Sala i Mart¨ªn. La Vanguardia, 17 de mayo) es una conclusi¨®n lamentable, basada en una argumentaci¨®n que se desploma a poco que se la examine con cierto cuidado. Ante tal conclusi¨®n, en el mejor de los casos, es decir, aceptando el lineal optimismo hist¨®rico que la sustenta, podr¨ªa decirse, como nuestro arquet¨ªpico seductor rom¨¢ntico, 'largo me lo fi¨¢is', y habr¨¢ que entender el ansia de aquellos que se sublevan contra el atroz destino que espera a tantos ni?os virtuosos.
Llu¨ªs Boada es economista.
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