Alameda
Voy o vuelvo de comprar libros o de comprar discos o de tomarme un caf¨¦ o una cerveza y un muchacho macilento, con un surtidor de pelos rasta en lo alto del cr¨¢neo, se acerca en una bicicleta y me entrega uno de los muchos pasquines que lleva en el bolso. En enormes letras de molde azules, el papel llama a la rebeli¨®n, desobediencia, sedici¨®n y protesta con una multitudinaria manifestaci¨®n que tendr¨¢ por objeto evitar la urbanizaci¨®n de la Alameda. El avieso Ayuntamiento de Sevilla lleva d¨¦cadas deseando pisotear estas calles y edificios para trazar con tiral¨ªneas el modelo de una nueva ciudad sobre ellos: un nuevo centro higi¨¦nico, saneado y luminoso. Cuando el muchacho de la bicicleta se aleja pienso que es la cuarta o quinta octavilla que recibo en lo que va de mes por cuestiones similares; decenas de movimientos culturales, sociales o l¨²dicos se proponen defender ese ¨²ltimo parque natural de la ciudad que es la Alameda de H¨¦rcules: hay movilizaciones contra el plan urban¨ªstico del Ayuntamiento, contra el aparcamiento que va a profanar el subterr¨¢neo, contra la tala indiscriminada de los ¨¢lamos. Ayer o anteayer, al anochecer, una horda de j¨®venes con piercings y tambores marchaban por la calzada exigiendo la rectificaci¨®n del cabildo, el otro d¨ªa cuatro o cinco gorilas vocacionales se balanceaban en las ramas de los ¨¢rboles, decididos a no descender hasta que no se garantizase que nadie iba a arrimar una motosierra a los troncos. Las protestas resultan casi diarias, aunque no tengan otro fin m¨¢s que el de demostrar que la Alameda sigue siendo ese n¨²cleo de la resistencia urbana y de la contracultura que pretende ser. Un viajero inocente podr¨ªa identificarla como un inmenso escaparate de la lucha contra la globalizaci¨®n, con todo lo malo y lo bueno que poseen esos movimientos de redenci¨®n modernos: los litigios por una sociedad m¨¢s justa, igualitaria y comprometida, s¨ª, pero tambi¨¦n la filosof¨ªa barata, el programa cultural de garaje y una suciedad orgullosa y visionaria.
Podr¨¢ tener todos sus defectos, pero la Alameda juega un papel insustituible en la Sevilla de hoy, el de un personaje que no deber¨ªa abandonar la escena. Con toda su ingenuidad y sus berrenchines, presta ox¨ªgeno a esta claustrof¨®bica capital nuestra, cuyo panorama de exposiciones o conciertos conocemos ya de sobra, y sirve para catalizar las energ¨ªas de todos esos adolescentes y no tan adolescentes que han nacido con el virus del arte ensuci¨¢ndoles los genes y han tenido la mala suerte de equivocarse de latitud. La Alameda quiere conservar ese aura decadente que la emparenta con el malditismo fin de si¨¨cle, entre caf¨¦s al estilo decimon¨®nico y copas de ajenjo, y se regocija en su esplendor perdido: considera partes imprescindibles de ella los palacios jorobados, las viejas casonas pudientes que ahora contienen escuelas de tonadilleras o cl¨ªnicas veterinarias, los prost¨ªbulos. El conjunto ofrece una panor¨¢mica similar a un Budapest resumido, a una Lisboa con m¨¢s farolas, en todo caso una de esas urbes cansadas y sabias por donde pululan poetas muertos de nostalgia y de hambre. Es natural que sus asiduos, entre los que me cuento, rechacen los proyectos del Ayuntamiento: no se puede masacrar tan alegremente el ¨²ltimo de los espacios protegidos de este municipio.
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