Pedro Almod¨®var salta a los ruedos para transmitir su forma de ver la pasi¨®n
A esto la gente del cine le llama c¨¢mara car o algo as¨ª, pero visto desde la acera es simplemente una gr¨²a que tira de un remolque con un coche encima. Aunque parezca una especie de carroza de las que desfilan en el carnaval de R¨ªo, un drag¨®n blanco que despide luz por delante y por detr¨¢s, se trata en realidad de un escenario que se mueve a cuarenta por hora con dos actores, el director de la pel¨ªcula, el operador y su ayudante, los de sonido, el jefe de fotograf¨ªa...; muchos cables, muchos focos, muchos nervios.
De pronto, dos polic¨ªas municipales cortan el tr¨¢fico, muy escaso a estas horas de la madrugada en una exclusiva zona residencial de Madrid, y se oye una voz: 'Silencio. Acci¨®n'.
La c¨¢mara enfoca entonces al coche montado en la gr¨²a. El actor -alto, periodista y argentino- hace como que conduce y le pregunta a la actriz, morena, torera y espa?ola:
-?Qui¨¦n le puso Lydia?
-Mi padre.
-Era como predestinarla desde que naci¨®.
-?l siempre quiso ser torero, pero se qued¨® en banderillero. Fue la persona que m¨¢s me apoy¨® en este mundo...; muri¨® hace un a?o.
'Corten'. Hay que repetir una vez m¨¢s. Pedro Almod¨®var se acerca a la ventanilla de Rosario Flores, Lydia en la pel¨ªcula, y le aconseja:
-Un poco m¨¢s de sentimiento, Rosario. Est¨¢s nombrando a tu padre, lo que m¨¢s quer¨ªas... Todo este di¨¢logo, acu¨¦rdate, es una reflexi¨®n sobre tu desastrosa vida sentimental y la mujer que quieres ser. Un poquito m¨¢s de sentimiento.
Rosario no espera a la siguiente escena para poner en pr¨¢ctica los consejos. Mira fijamente al director y le dice con toda la fuerza de su pena:
-... fue la persona que m¨¢s me apoy¨® en el mundo, pero muri¨® hace un a?o.
-As¨ª, as¨ª... - sonr¨ªe Almod¨®var, encantado con las ganas de la actriz.
La gr¨²a se pone de nuevo en marcha. El periodista -Dar¨ªo Grandinetti- y la torera siguen hablando dentro del coche. ?l, mientras conduce, le va contando que quiere escribir un reportaje sobre su vida. Lydia se deja querer:
-?Escribe usted de toros? Su nombre no me suena...
-La verdad es que no entiendo nada de toros.
-Entonces, ?qu¨¦ hace aqu¨ª?
-No entiendo de toros, pero s¨¦ mucho de mujeres desesperadas.
Aqu¨ª se cambian los papeles. Quien entra a matar es el periodista. Se ve que la torera acusa el castigo. Est¨¢ cantado que pronto dejar¨¢n de hablarse de usted.
Pedro Almod¨®var no quiere que se sepa mucho m¨¢s de su pel¨ªcula. Si por ¨¦l fuera, que no se supiera nada, ni siquiera qui¨¦n la dirige. 'Del argumento prefiero no hablar', dijo antes de iniciar el rodaje, 'y prefiero no hacerlo por pereza, porque no s¨¦ y porque no estar¨ªa mal que por primera vez el espectador viera una pel¨ªcula m¨ªa sin informaci¨®n ni prejuicio'.
Dif¨ªcil lo tiene. Sobre todo con los prejuicios. Quienes le conocen bien aseguran que ya est¨¢ muy lejos de la est¨¦tica que le hizo tan famoso, y que por supuesto Hable con ella -la pel¨ªcula que ahora rueda- no tiene nada que ver con las anteriores. Insisten en que al director no le va aquella frase de Federico Fellini: 'Toda mi vida ha sido la lucha por un adjetivo'. Si el genio italiano se sent¨ªa halagado con lo de 'felliniano', al espa?ol no parece complacerle lo de 'almodovariano'. Pero raro es el d¨ªa que en las oficinas de El Deseo, su productora, no se recibe una llamada as¨ª:
-Mire, yo llamaba porque tengo que conocer a Pedro. Mi cara, los muebles de mi casa y hasta mi vida es totalmente almodovariana. Me lo dicen mis amigos y yo al principio no me lo quer¨ªa creer, pero es verdad. De verdad, d¨ªganle a Pedro que me tiene que conocer.
Est¨¢ a punto de amanecer, ya hace hasta fr¨ªo, y Almod¨®var le pide a Rosario Flores y a Dar¨ªo Grandinetti que repitan su escena una vez m¨¢s. Se dirige a ellos educadamente, hasta con cari?o, pero de una forma inapelable, con una autoridad que viene de su prestigio y de una sospecha: todos creen que esta pel¨ªcula ya existe, como ya exist¨ªa Mujeres al borde de un ataque de nervios o Todo sobre mi madre mucho antes de que Carmen Maura o Marisa Paredes se leyeran el papel. Una pel¨ªcula -con sus luces, sus decorados, su vestuario y su final- que s¨®lo se proyecta en la mente de Almod¨®var.
-No creo en la perfecci¨®n -asegura, aunque vi¨¦ndole rodar resulta dif¨ªcil creer. - No he hecho ninguna pel¨ªcula perfecta ni creo que la haga en el futuro. Aunque reconozco que cada d¨ªa vigilo m¨¢s estrechamente lo que hago para que se parezca lo m¨¢s posible a lo que he so?ado.
El lunes fue un d¨ªa dif¨ªcil. Hasta Agust¨ªn Almod¨®var, hermano y productor, coment¨® medio en serio medio en broma que se iba del rodaje por temor a electrocutarse. A veces las c¨¢maras fallan, no lleg¨® tal prenda del vestuario o un actor no termina de compadecerse con su personaje. Aun en d¨ªas as¨ª, Javier C¨¢mara, el protagonista de la pel¨ªcula, un enfermero llamado Benigno que s¨®lo vive para cuidar a una bailarina convaleciente representada por Leonor Watling, disfruta de su nuevo trabajo:
-Todav¨ªa no me lo creo-, dice C¨¢mara, -a veces tengo que decirme: s¨ª, es verdad, esto no es un sue?o y soy el protagonista de una pel¨ªcula de Pedro Almod¨®var. Esta es la vez que m¨¢s cerca he estado de un genio.
Javier C¨¢mara, sentado en una terraza de Madrid, se confiesa plet¨®rico. Dice, y con ¨¦l est¨¢n de acuerdo los dem¨¢s actores, que Almod¨®var se diferencia del resto de los directores en una cosa fundamental:
-Conforme va pasando la pel¨ªcula, un actor se va haciendo con su personaje hasta saber m¨¢s de ¨¦l que el guionista o el director. Con Pedro no es as¨ª. ?l siempre sabe m¨¢s que t¨² de tu propio personaje; siempre te sorprende.
Una hilera de camiones aparcados junto a un hospital de las afueras de Madrid. Setenta personas siempre en danza alrededor de Almod¨®var. Muchos de ellos, viejos amigos, gente que ha rodado con ¨¦l varias pel¨ªculas, que sabe de su genio, de sus certezas y de sus dudas, conocimientos que sin embargo no sirven para saber cu¨¢l ser¨¢ el siguiente paso, cu¨¢ndo considerar¨¢ que una escena es perfecta o cu¨¢ndo se quedar¨¢ insatisfecho y habr¨¢ que rodarla una, dos, tres veces, toda la noche.
Leonor Watling est¨¢ tendida en una camilla. A su lado, Javier C¨¢mara, el enfermero Benigno, le va contando un espect¨¢culo de Pina Bausch que ha visto esa tarde. El d¨ªa que la pel¨ªcula se proyecte, el p¨²blico s¨®lo los ver¨¢ a ellos. Pero all¨ª hab¨ªa un tercer personaje, alguien que les prest¨® la voz, la emoci¨®n justa, lo c¨®mico y lo tr¨¢gico en un equilibrio imposible.
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