BODEG?N AGOSTINO
Mi t¨ªo Evangelino, que en paz descanse, me ense?¨® que en agosto el mejor remedio para aplacar las humanas urgencias de la carne consiste en poner los huevos en remojo dentro de una palangana bien surtida de hielo molido sobre un manto de serr¨ªn previamente ablandado con orina de gara?¨®n pirenaico. Cuando, tras una canicular siesta, me levanto con un m¨¢stil digno del m¨¢s zaragatero de los Pr¨ªapos, pongo en pr¨¢ctica el familiar consejo. Para contener los escozores de entrepierna, me bajo el calz¨®n sobre el bals¨¢mico recept¨¢culo y espero a que amaine la erupci¨®n cut¨¢nea. Por la ventana, diviso la playa y sus mam¨ªferos, liderados por un voyeur que se qued¨® ciego de tanto practicar la gonorrea como pasatiempo testicular. Pellejos y turgencias a granel, avispados chuletas hu¨¦rfanos de colmena, cornamentas mil y jamonas unt¨¢ndose el tetamen con lipoideos potingues atrapamoscas completan este bodeg¨®n de ladilla y muy se?or m¨ªo. Macarras y gurriatos en pos de burracas a las que beneficiarse vocean como el vendedor de helados, que extingue los m¨¢s s¨®rdidos apetitos del respetable con f¨¢licas reproducciones de levantina arquitectura. Respetables padres de familia le tiran los tejos a sus cu?adas, que, bien Dios lo sabe, dar¨ªan lo que fuera para que su poco caballeroso marido se ahogase, sin dejar rastro, en alta mar. Mas, por desgracia, no caer¨¢ esa breva: el marido de marras bracea y con la corrupta y sibilina sinuosidad de una medusa, practica el abordaje con las turistas mientras, a trav¨¦s de la lupa de su calibrado cipote, analiza las diferencias entre joder con barraganas patrias o retozar con pedangas de importaci¨®n. Los adolescentes, pavos de edad indefinida, se echan cuerpo a tierra para disimular, adem¨¢s de su explosivo acn¨¦ de origen juvenil, sus obvias rubefacciones, incapaces de librarse de la onda expansiva que emana de sus pizpiretas amigas, mozas de ub¨¦rrimos modales que, entre chillidos gallin¨¢ceos, aporrean una pelota que no cabe en braguero. La belleza de algunos homosapiens sexados por el Alt¨ªsimo sienta jurisprudencia. Cuando noto que mi pudibundez marca las seis y media en lugar de las doce, y tras mandar mis m¨¢s lascivos pensamientos a que les den, con perd¨®n, por la retambufa, salgo a pasear a mis dos perros, Sodoma y Gomorra, a los que, por su propio bien, y teniendo en cuenta c¨®mo est¨¢ el patio, me tom¨¦ la molestia de capar.
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