Vidas aventureras
Me duele una muela, y hago lo que la gente sensata suele hacer en esos casos: ir al dentista. En la sala de espera hojeo un Tiempo atrasado. Leo una entrevista a Ana Garc¨ªa Obreg¨®n: '?Ser¨ªa usted capaz de tumbarse un rato en un sof¨¢ leyendo?', le preguntan. 'No', contesta, 'es muy dif¨ªcil que est¨¦ mucho tiempo sin hacer nada'. Suelo leer en los peri¨®dicos las entrevistas a escritores, fil¨®sofos, estudiosos, y casi nunca dicen nada revelador. Y mira por d¨®nde, tiene que ser una famosa quien nos proporcione alguna clave. As¨ª que la gente que no lee piensa que estar leyendo es como no hacer nada. Y, claro, ya puestos a no hacer nada, es mucho mejor tumbarse a la bartola en un sof¨¢ sin hacer nada m¨¢s que estar tumbado a la bartola en un sof¨¢, que estar sin hacer nada leyendo, que cansa m¨¢s. Comprendo, mientras espero a que exploren mi dentadura enferma, las tremendas dificultades con las que se topa cualquiera que intenta convencer de que lea a la gente que no lo hace.
El dentista, como suelen hacer todos los dentistas del mundo, me ha acribillado a preguntas que no pod¨ªa responder ni siquiera cuando conoc¨ªa la respuesta, pues las lanzaba mientras hurgaba en mi boca, lo que resulta francamente agobiante. Salgo de la consulta con medio lado de la cara paralizado, un boquete m¨¢s y un problema menos, y camino animoso por la calle de G¨¦nova. Las noticias madrile?as sobre muertos a navajazos en reyertas nocturnas, sobre un polic¨ªa asesinado por un preso con permiso penitenciario en un atraco diurno, sobre una mujer que apu?ala a su ex compa?ero sentimental al verlo con otra, me invitan a mirar con otros ojos la ciudad. Somos igual de salvajes que antes, aunque ahora llevemos m¨®vil y ropa de marca. Hace poco se ha descubierto que ?tzi, el hombre de los hielos, la momia encontrada en un glaciar en la frontera alpina austro-italiana, muri¨® hace unos 5.300 a?os de un flechazo en la espalda. Hasta ahora se cre¨ªa que hab¨ªa muerto de fr¨ªo o por una ca¨ªda. El bueno de ?tzi llevaba un arco, flechas con punta de piedra, varias cuerdas, un hacha de cobre, una bolsa de cuero con cortezas curativas de ¨¢lamo, un punz¨®n y una lezna. En Atapuerca han descubierto recientemente un hogar en el que los hom¨ªnidos utilizaban el fuego hace 150.000 a?os. El calor de agosto me hace sentir m¨¢s cerca del fuego y desear el fr¨ªo de un glaciar. ?Hu¨ªa ?tzi, o le flecharon inesperadamente? ?Qui¨¦n le matar¨ªa? ?Un marido celoso, un miembro de otra tribu? Descarto el ajuste de cuentas por tr¨¢fico de drogas.
El nombre de la calle me recuerda otras muestras de salvajismo reciente, y las declaraciones del ministro de Exteriores alem¨¢n: 'Probablemente habr¨ªa estado entre los manifestantes de G¨¦nova si ahora fuera joven'. Me pregunto qu¨¦ habr¨¢ querido decir el buen se?or. ?Que est¨¢ equivocado ahora y que deber¨ªa cambiarse de bando? Para eso siempre se est¨¢ a tiempo, si tenemos el valor de afrontar las posibles consecuencias. ?Que estaba equivocado antes, pero que a los j¨®venes hay que perdonarles sus errores? Con estas preguntas en la cabeza, entro en una peluquer¨ªa, una de esas en las que, simplemente, te sientas y te cortan el pelo (todav¨ªa quedan). Mientras espero, leo una entrevista a Marta Bot¨ªa, de Ella Baila Sola: 'De cr¨ªa le¨ªa a B¨¦cquer, pero ahora prefiero a Pablo Neruda'. Bien. Vamos mejorando (con respecto a Ana Obreg¨®n; no me atrever¨ªa a decir qui¨¦n es mejor, B¨¦cquer o Neruda). Enseguida me llega el turno. En la silla vecina se sienta un joven con una brecha en la cabeza, y la mitad del cr¨¢neo afeitado. '?Y eso?', pregunta el peluquero que se dispone a atenderle. '?Qu¨¦ te has hecho?'. 'Un golpe', contesta lac¨®nicamente el muchacho. Aguzo el o¨ªdo, pero no a?ade nada m¨¢s. A m¨ª me igualan, y a ¨¦l, tambi¨¦n. Su corte de pelo resulta m¨¢s interesante que el m¨ªo. El suyo responde a un accidente (?habr¨¢ estado, quiz¨¢, en G¨¦nova? ?Una pelea, un botellazo en una reyerta nocturna?). El m¨ªo, solamente a que llevaba dos meses sin ir a la peluquer¨ªa. Vuelvo a la calle con la sensaci¨®n de que las vidas de los dem¨¢s son m¨¢s aventureras que las m¨ªas: la de el hombre de los hielos, la de los j¨®venes -y no tan j¨®venes- que se oponen a la globalizaci¨®n, la de ese muchacho al que rapaban la cabeza, la de esos muertos a navajazos. Pero cuando tengo un buen libro entre las manos, muero de un navajazo y me clavan una flecha y resucito mil veces, y mi vida es tan interesante como las suyas. Aunque haya a quien le parezca que no estoy haciendo nada.
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