El para¨ªso perdido
Eran cuartos de estar aquellas peque?as playas que formaban la playa estrecha y larga de Almer¨ªa, saloncitos cada uno de los cuales con su nombre muy preciso (San Miguel, Villagarc¨ªa y Las Conchas, la de la foto; Villa Cajones y Diana a poniente, entre los embarcaderos; El Zapillo y La Punta a levante), su propia un d¨ªa cuidada decoraci¨®n, unas pocas casas casi todas de una planta y nunca m¨¢s de dos, un submundo de casetas donde se cambiaban los no muchos ba?istas y un l¨¦xico particular que ten¨ªa un solo rasgo en com¨²n con los de al lado: ir al centro se dec¨ªa ir a Almer¨ªa.
La m¨ªa era San Miguel, la m¨¢s angosta porque su paseo, una franja elevada aunque igualmente enarenada que corr¨ªa ante el porche continuado de sus casas, era el m¨¢s ancho, y no mucho, caricatura de un viejo proyecto de balneario que nunca se realiz¨® y quedar¨ªa con el tiempo reducido a unos vestuarios p¨²blicos que completaban lo que era poco m¨¢s que una estancia familiar que ofrec¨ªa al hijo ¨²nico y aislado de una gran ciudad, yo mismo, un aut¨¦ntico para¨ªso entonces perdido diez meses al a?o y ahora para siempre por m¨¢s que me haya trasladado a esa playa a vivir el a?o entero.
Ya no hay pescadores tirando del copo en la ma?ana temprano, los ba?istas miran el reloj en vez de calcular la hora, casi nadie sabe el nombre, o en su defecto el mote, del vecino, no abre hambres el olor de las sardinas y el lim¨®n granizado de las m¨¢quinas es mucho peor que el de las barraquillas que surg¨ªan tras los ca?averales.
Fue tr¨¢gica tambi¨¦n en estas playas la frontera de los ¨²ltimos sesenta, cuando la santa alianza de unos especuladores voraces, unos pol¨ªticos corruptos y unos arquitectos desalmados e ignorantes empezaron a desmontar la ciudad mediterr¨¢nea y plana para levantar sobre sus ruinas una impersonal cargada de torres que han hecho lo que parec¨ªa imposible: reducir a la oscuridad unas callejas por propia esencia luminosas y cambiar la limpieza del viento reparador en las tardes de asfixia por malolientes montones de basura que manchan de negro las esquinas.
Todo lo han afeado y todo lo han taponado: ya no hay quien distinga ni una casa de la contigua ni una playa de la de al lado, y ya ni se ven aquellos picos de Sierra Alhamilla que emerg¨ªan sobre villas y casetas apenas se nadaba un poco. Los cuartitos de estar son ahora el pasillo central de una gran ¨¢rea comercial y de San Miguel apenas quedan el recuerdo y unas cuantas fotos.
Miguel Naveros es escritor y naci¨® en Madrid en 1956.
AS? ES HOY
Agua: Limpia y habitualmente clara. Su calidad la garantiza la concesi¨®n de banderas azules. Arena: Gris¨¢cea y bastante fina. Un sistema de limpieza municipal se encarga a primera hora de la ma?ana de que todo est¨¦ listo para cuando lleguen los ba?istas. Servicios: Una caseta de socorro, una torreta de vigilancia. Duchas y accesos para minusv¨¢lidos cada pocos metros. Numerosos bares, restaurantes y quioscos de helados en el paseo mar¨ªtimo.
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