Berlusconi se exculpa
Los malos augurios que precedieron a la victoria electoral de Berlusconi est¨¢n siendo superados por la realidad. El viernes, la C¨¢mara de Diputados aprob¨®, por 302 votos contra 207, una reforma del derecho de sociedades que modifica de tal forma el delito de falsedad de balances que libera al primer ministro de responsabilidades en tres procesos abiertos contra ¨¦l.
El procedimiento puede haber sido impecable, aunque las m¨¢s de mil enmiendas de la oposici¨®n hayan sido ignoradas ol¨ªmpicamente. Pero es inevitable compartir el esc¨¢ndalo de esa oposici¨®n cuando habla de 'cinismo' y 'desverg¨¹enza' para describir el hecho de que la mayor¨ªa apruebe una ley que saque a su jefe de sus problemas con la justicia, incluyendo los relacionados con el esc¨¢ndalo Tangent¨®polis, ingente entramado de sobornos entre partidos, sindicatos y grupos de presi¨®n.
Pero la perversidad de la situaci¨®n no se limita a esta ley. El problema de fondo es que el hombre m¨¢s rico y que controla los principales medios privados de comunicaci¨®n sea al mismo tiempo el due?o del poder pol¨ªtico. Berlusconi es y ha sido durante mucho tiempo un hombre bajo sospecha, en muchos casos muy s¨®lida, de pr¨¢cticas delictivas en sus negocios y en el ejercicio de su enorme poder en los medios y la sociedad de Italia. Para Berlusconi, como para cualquier ciudadano de un Estado democr¨¢tico, rige el principio de la presunci¨®n de inocencia. Pero resulta evidente que las sospechas masivas que recaen sobre ¨¦l habr¨ªan hecho imposible una victoria en las urnas a cualquier pol¨ªtico que no pudiera contar con el inmenso poder medi¨¢tico y capacidad de presi¨®n del onorabile, ampliamente demostrado durante la campa?a electoral.
Los italianos le votaron pese a las advertencias de las fuerzas democr¨¢ticas y de muchos intelectuales de prestigio, como el recientemente fallecido Indro Montanelli o el profesor Giovanni Sartori. Todos ellos advirtieron del riesgo para la democracia italiana de que alguien con ese poder econ¨®mico y medi¨¢tico pasase a dominar tambi¨¦n el poder ejecutivo y el legislativo. Berlusconi es el l¨ªder pol¨ªtico europeo que m¨¢s cerca ha estado nunca desde la Segunda Guerra Mundial de convertir al Estado y a su Gobierno en el brazo gestor y ejecutor de esa empresa global propia que parece ya considerar a Italia. Su llegada al poder parece la caricatura de la profec¨ªa marxista de que los gobiernos capitalistas se convertir¨ªan en consejos de administraci¨®n de la oligarqu¨ªa de cada pa¨ªs.
Las reacciones de su Gobierno a los desmanes cometidos por parte de la polic¨ªa italiana durante los disturbios en la cumbre del G-8 de G¨¦nova ya dejaban adivinar que considera a los agentes poco menos que como guardias de seguridad privada. M¨¢s alarmante si cabe es la sumisi¨®n absoluta, cuando no el exceso de celo apolog¨¦tico, de gran parte de los medios de comunicaci¨®n italianos a los intereses de quien es su due?o por propiedad o por ejercicio del poder gubernamental. Hoy son un porcentaje alarmantemente peque?o de italianos los que leen, escuchan o ven informaci¨®n que no est¨¦ controlada por Berlusconi. As¨ª las cosas, su capacidad de hacer comulgar a la sociedad con ruedas de molino aumenta d¨ªa a d¨ªa.
La democracia italiana siempre tuvo sombras muy alargadas, pero las actuales crecen por momentos y no tienen siquiera el rubor y el secretismo de las que marcaron cuarenta a?os de posguerra. Quiz¨¢s el elemento m¨¢s simb¨®lico de esta inquietante evoluci¨®n est¨¢ en el hecho de que el ponente de la ley que exime de responsabilidad al primer ministro en tres procesos pendientes sea Gaetano Pecorella, ahora diputado de uno de los partidos aliados con el primer ministro, Forza Italia. Pecorella es el abogado defensor de Berlusconi.
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