Se dejaron ir los buenos

Los novillos de Aldeaquemada ten¨ªan cuajo; algunos, hechuras de toro; y todos casta que, unas veces romp¨ªa en bravo y otras renunciaba a la pelea, con variedad de querencias.

Abraham Barrag¨¢n se enfrent¨® a un novillo bravo y codicioso al que ten¨ªa que haber sometido, justo lo que no hizo; anduvo a la deriva con altibajos sin alcanzar meta alguna. Se hab¨ªa dejado la breva y se agarr¨® al chumbo por las espinas: el cuarto era incierto, ten¨ªa poco recorrido y no era proclive a permitir que se le pusieran por delante; hubo voluntad para sacar un partido dudoso de dif¨ªcil extracci¨®n, sin m¨¢s.

A juzgar por la actitud y condiciones exhibidas por Sergio Aguilar en el segundo, era dif¨ªcil saber a qu¨¦ hab¨ªa venido. Fue un novillo de embestida clara y pastue?a, que acab¨® aburrido del concierto de trapo del matador. Al p¨²blico le ocurri¨® lo mismo que al novillo y quedaron en el limbo dos largas cambiadas y una tanda de ver¨®nicas de rodillas. El quinto, inv¨¢lido de bonita l¨¢mina, pas¨® repetidas veces por la cercan¨ªa de Aguilar, hasta que lo descubri¨® y se lo ech¨® a los lomos. La falta de fuerzas, la incertidumbre y la muleta retrasada pusieron peligro donde falt¨® cabeza y conocimiento. Alguien le deber¨ªa ense?ar a matar.

El tercer novillo cant¨® la gallina al salir suelto de la segunda vara y dolerse en banderillas, mientras que el sexto era un toro que rebasaba con mucho el nivel de lo que suelen torear las figuras. Joselito Ortega puso voluntad y valor, que no siempre bastaron para superar las dificultades.