Artillero dale juego...
S¨ª, a veces ocurre que el fuego es juego y la p¨®lvora, polvor¨®n, o sea pasta festiva. ?De qu¨¦ otra cosa podr¨ªa estar hecho, si no, el zambombazo que a las siete de la tarde abrir¨¢ la Aste Semana Nagusi Grande? Como quiere la costumbre, habr¨¢ un castillete de cart¨®n piedra, unos artilleros muy en su papel de militarotes de rumbo y pega am¨¦n del ca?oncillo que dispara un aro de humo atronador que pasa rozando las melenas de los tamarindos y se funde como un donut en el caf¨¦ con leche del cielo. La estampa resulta calcada de aquella de la pel¨ªcula Mary Poppins cuando el puntual¨ªsimo y marinero capit¨¢n de su azotea ordenaba se diera la hora con el ca?¨®n para espanto y tembleque de sus vecinos. Poco despu¨¦s de esfumarse los gases explosivos, sobreven¨ªa la propia y simpar Mary Poppins pedaleando en su bici a¨¦rea. Aqu¨ª nos tenemos que conformar con globos, una suelta de globos azules y blancos que ha venido a sustituir ventajosamente a la otrora terror¨ªfica traca para que todo resulte supercalifragil¨ªstico.
Sin embargo, la cosa ha estado a punto de irse al garete. Rumores muy bien fundados se han hecho eco de un intento del mism¨ªsimo cuatrero Bush -cowboy de vacas hormonadas y se?or del efecto invernadero- para incluir el prestigios¨ªsimo ca?¨®n donostiarra en su escudo antimisiles. Enterado Putin de que le iban a dar guerra de las galaxias sin com¨¦rselo ni beb¨¦rselo -no es Yeltsin- se ha metido en la puja ofreciendo un submarino at¨®mico a cambio del sh¨¦lebre ca?¨®n con el argumento de que al ser Donosti ciudad de mar le cumple mejor pegar salvas desde el agua. Y no le falta raz¨®n, s¨®lo que con las ¨ªnfulas de Disneylandia que la ciudad tiene parece que gustaba m¨¢s la opci¨®n Star Treck. De hecho, ya se estaba barajando cambiar la p¨®lvora por los rayos l¨¢ser, y la guardarrop¨ªa decimon¨®nica por los metales rob¨®-ticos y el tefl¨®n astronauta. Pero, al final, se ha impuesto la sensatez. ?D¨®nde podr¨ªa servir mejor un paraguas antimisiles si no es en una ciudad tan lluviosa?
El ca?onazo inaugurador podr¨¢, pues, llevarse a cabo aunque no de cualquier forma, sino de la m¨¢s florida que quepa porque en el colmo de lo que ahora se llama con tanta prosopopeya mestizaje se hallar¨¢n cercanos a la mecha los tamborreros mayores de la Tamborrada fundi¨¦ndose as¨ª en una las dos fiestas grandes. Ah¨ª van a ser nada las casacas, los morriones y los palos de dirigir, ah¨ª las recias gargantas cantando el Tatiago, digo, lo del dale fuego que se casa el pastelero. Hombre, siempre cabe la posibilidad de que movidos por el entusiasmo los simpares tamborreros lancen sus palos mayores al aire y pinchen los globos, pero no ser¨¢ grave porque el cielo se pintar¨¢ de gildas blanquiazules, que constituyen otra se?a de identidad. Y buena falta nos hacen, porque ahora no somos singulares, sino plurales y, ya se sabe, eso exige mucha se?a, como el mus. De ah¨ª que el pastelero, harto de tanto artillero, se vaya a buscar las suyas con Mary Poppins. A menos que sea tambi¨¦n con Marijaia, cualquiera sabe. La pluralidad es lo que tiene, le llena a uno de eses. Y esas.S¨ª, a veces ocurre que el fuego es juego y la p¨®lvora, polvor¨®n, o sea pasta festiva. ?De qu¨¦ otra cosa podr¨ªa estar hecho, si no, el zambombazo que a las siete de la tarde abrir¨¢ la Aste Semana Nagusi Grande? Como quiere la costumbre, habr¨¢ un castillete de cart¨®n piedra, unos artilleros muy en su papel de militarotes de rumbo y pega am¨¦n del ca?oncillo que dispara un aro de humo atronador que pasa rozando las melenas de los tamarindos y se funde como un donut en el caf¨¦ con leche del cielo. La estampa resulta calcada de aquella de la pel¨ªcula Mary Poppins cuando el puntual¨ªsimo y marinero capit¨¢n de su azotea ordenaba se diera la hora con el ca?¨®n para espanto y tembleque de sus vecinos. Poco despu¨¦s de esfumarse los gases explosivos, sobreven¨ªa la propia y simpar Mary Poppins pedaleando en su bici a¨¦rea. Aqu¨ª nos tenemos que conformar con globos, una suelta de globos azules y blancos que ha venido a sustituir ventajosamente a la otrora terror¨ªfica traca para que todo resulte supercalifragil¨ªstico.
Sin embargo, la cosa ha estado a punto de irse al garete. Rumores muy bien fundados se han hecho eco de un intento del mism¨ªsimo cuatrero Bush -cowboy de vacas hormonadas y se?or del efecto invernadero- para incluir el prestigios¨ªsimo ca?¨®n donostiarra en su escudo antimisiles. Enterado Putin de que le iban a dar guerra de las galaxias sin com¨¦rselo ni beb¨¦rselo -no es Yeltsin- se ha metido en la puja ofreciendo un submarino at¨®mico a cambio del sh¨¦lebre ca?¨®n con el argumento de que al ser Donosti ciudad de mar le cumple mejor pegar salvas desde el agua. Y no le falta raz¨®n, s¨®lo que con las ¨ªnfulas de Disneylandia que la ciudad tiene parece que gustaba m¨¢s la opci¨®n Star Treck. De hecho, ya se estaba barajando cambiar la p¨®lvora por los rayos l¨¢ser, y la guardarrop¨ªa decimon¨®nica por los metales rob¨®-ticos y el tefl¨®n astronauta. Pero, al final, se ha impuesto la sensatez. ?D¨®nde podr¨ªa servir mejor un paraguas antimisiles si no es en una ciudad tan lluviosa?
El ca?onazo inaugurador podr¨¢, pues, llevarse a cabo aunque no de cualquier forma, sino de la m¨¢s florida que quepa porque en el colmo de lo que ahora se llama con tanta prosopopeya mestizaje se hallar¨¢n cercanos a la mecha los tamborreros mayores de la Tamborrada fundi¨¦ndose as¨ª en una las dos fiestas grandes. Ah¨ª van a ser nada las casacas, los morriones y los palos de dirigir, ah¨ª las recias gargantas cantando el Tatiago, digo, lo del dale fuego que se casa el pastelero. Hombre, siempre cabe la posibilidad de que movidos por el entusiasmo los simpares tamborreros lancen sus palos mayores al aire y pinchen los globos, pero no ser¨¢ grave porque el cielo se pintar¨¢ de gildas blanquiazules, que constituyen otra se?a de identidad. Y buena falta nos hacen, porque ahora no somos singulares, sino plurales y, ya se sabe, eso exige mucha se?a, como el mus. De ah¨ª que el pastelero, harto de tanto artillero, se vaya a buscar las suyas con Mary Poppins. A menos que sea tambi¨¦n con Marijaia, cualquiera sabe. La pluralidad es lo que tiene, le llena a uno de eses. Y esas.
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