RONCONI HACE SO?AR EN PESARO CON 'LA DONNA DEL LAGO'
Daniela Barcellona y Juan Diego Florez provocaron el delirio entre los incondicionales seguidores de Rossini, a quien est¨¢ dedicado el festival italiano. Fueron los triunfadores absolutos en una noche llena de encanto
La donna del lago era, a priori, el plato fuerte de la actual edici¨®n del Festival Rossini Pesaro. Hab¨ªa razones m¨¢s que sobradas que lo avalaban. Un reparto vocal de campanillas con Mariella Devia, Daniela Barcellona, Juan Diego Florez y Charles Workman; un director musical de fuste, Daniele Gatti, con la m¨¢s que apa?ada orquesta del Teatro Comunal de Bolonia; una nueva zambullida de Luca Ronconi en el universo rossiniano, en el que ha dejado con anterioridad su sello en trabajos tan brillantes como El viaje a Reims, Ricardo y Zoraide y, recientemente, La cenerentola. Motivos no faltaban, pues, para la expectaci¨®n, lo que motiv¨® un llenazo en el palacio de deportes, aunque curiosamente con un considerable porcentaje de japoneses. Y es que muchos orientales est¨¢n ¨²ltimamente muy belcantistas y reparten sus viajes musicales entre Salzburgo y Pesaro, a juzgar por las muestras externas de vestuario y complementos. Hab¨ªa adem¨¢s otro motivo de inter¨¦s llam¨¦mosle hist¨®rico-entra?able. La donna del lago ha sido la ¨²nica ¨®pera que ha dirigido musicalmente el gran pianista Maurizio Pollini, en 1981, y 1983, aqu¨ª en Pesaro.
Las expectativas de La donna se cubrieron, aunque no totalmente. La noche tuvo dos triunfadores absolutos: Daniela Barcellona (Malcom) y Juan Diego Florez (Uberto). El primer aviso lo lanz¨® ella con la cavatina Elena, oh t¨², che chiamo!, resuelta con tan sobrado poder¨ªo y sentido musical que provoc¨® un clamor en la sala de los que se escuchan pocos. Pero el tenor peruano no estaba dispuesto a que la noche se le escapara y, as¨ª, en la primera escena de la segunda parte con la cavatina Oh fiamma soave se meti¨® en el bolsillo a todo el respetable por su l¨ªnea de canto homog¨¦nea, sosegada y c¨¢lida. El p¨²blico estaba encendido porque la noche era del canto y, ya se sabe, que cuando es el canto quien manda las puestas en escena pasan a un honroso segundo plano. Florez, ya lanzado, mantuvo un nivel alt¨ªsimo hasta el final de la representaci¨®n y Daniela Barcellona revalid¨® en su aria del segundo acto su fuerza avasalladora.
La menci¨®n de honor de esta pareja en noche de gracia no supone que Mariella Devia y Charles Workman estuviesen apagados. Cantaron bien, aunque con dificultades, pero no estuvieron a la altura, ni mucho menos, de sus compa?eros de reparto. Devia fue sacando lo mejor de su exquisita sensibilidad musical conforme la representaci¨®n transcurr¨ªa. Alg¨²n diminuendo de fantas¨ªa, alg¨²n toque de alta escuela belcantista, no fueron suficientes para salir del segundo plano vocal. Acus¨® adem¨¢s cierta rigidez y ese punto de frialdad que les sale a los buenos cantantes cuando est¨¢n m¨¢s pendientes de sortear dificultades t¨¦cnicas que de hacer arte por encima de las notas musicales. Algo parecido -frases estupendas, otros pasajes m¨¢s justitos- le ocurri¨® a Workman. De todos modos, la actuaci¨®n de ambos fue meritoria.
M¨¢s que meritoria fue la direcci¨®n musical de Daniele Gatti, un maestro que imprimi¨® una pulsaci¨®n interna extraordinaria, desde una matizad¨ªsima elaboraci¨®n t¨ªmbrica del sonido. La claridad por secciones, la flexibilidad en la comunicaci¨®n con la escena y la comprensi¨®n de ese esp¨ªritu rossiniano que resalta la melod¨ªa con ligereza y tiene su coraz¨®n en el ritmo, fueron factores a a?adir a la lista de aciertos del maestro milan¨¦s.
Ronconi se aproxim¨® a la primera ¨®pera rom¨¢ntica de Rossini desde la enso?aci¨®n. El verde hiperrealista de las laderas escocesas, unido a un tratamiento de c¨®mic y a una recreaci¨®n en las perspectivas (el lago visto desde arriba), dieron un tono melodram¨¢tico de aventura de cart¨®n-piedra, no especialmente bello pero en todo caso muy adecuado para resaltar la atm¨®sfera de Walter Scott en que se basa el libreto. La escenograf¨ªa de Margherita Palli incidi¨® en el lado espacial de laderas atormentadas y efectos visuales, mientras el vestuario de Carlo Diappi recalc¨® m¨¢s el aspecto de historieta. Ronconi movi¨® a los cantantes y coros desde un planteamiento convencional.La donna del lago era, a priori, el plato fuerte de la actual edici¨®n del Festival Rossini Pesaro. Hab¨ªa razones m¨¢s que sobradas que lo avalaban. Un reparto vocal de campanillas con Mariella Devia, Daniela Barcellona, Juan Diego Florez y Charles Workman; un director musical de fuste, Daniele Gatti, con la m¨¢s que apa?ada orquesta del Teatro Comunal de Bolonia; una nueva zambullida de Luca Ronconi en el universo rossiniano, en el que ha dejado con anterioridad su sello en trabajos tan brillantes como El viaje a Reims, Ricardo y Zoraide y, recientemente, La cenerentola. Motivos no faltaban, pues, para la expectaci¨®n, lo que motiv¨® un llenazo en el palacio de deportes, aunque curiosamente con un considerable porcentaje de japoneses. Y es que muchos orientales est¨¢n ¨²ltimamente muy belcantistas y reparten sus viajes musicales entre Salzburgo y Pesaro, a juzgar por las muestras externas de vestuario y complementos. Hab¨ªa adem¨¢s otro motivo de inter¨¦s llam¨¦mosle hist¨®rico-entra?able. La donna del lago ha sido la ¨²nica ¨®pera que ha dirigido musicalmente el gran pianista Maurizio Pollini, en 1981, y 1983, aqu¨ª en Pesaro.
Las expectativas de La donna se cubrieron, aunque no totalmente. La noche tuvo dos triunfadores absolutos: Daniela Barcellona (Malcom) y Juan Diego Florez (Uberto). El primer aviso lo lanz¨® ella con la cavatina Elena, oh t¨², che chiamo!, resuelta con tan sobrado poder¨ªo y sentido musical que provoc¨® un clamor en la sala de los que se escuchan pocos. Pero el tenor peruano no estaba dispuesto a que la noche se le escapara y, as¨ª, en la primera escena de la segunda parte con la cavatina Oh fiamma soave se meti¨® en el bolsillo a todo el respetable por su l¨ªnea de canto homog¨¦nea, sosegada y c¨¢lida. El p¨²blico estaba encendido porque la noche era del canto y, ya se sabe, que cuando es el canto quien manda las puestas en escena pasan a un honroso segundo plano. Florez, ya lanzado, mantuvo un nivel alt¨ªsimo hasta el final de la representaci¨®n y Daniela Barcellona revalid¨® en su aria del segundo acto su fuerza avasalladora.
La menci¨®n de honor de esta pareja en noche de gracia no supone que Mariella Devia y Charles Workman estuviesen apagados. Cantaron bien, aunque con dificultades, pero no estuvieron a la altura, ni mucho menos, de sus compa?eros de reparto. Devia fue sacando lo mejor de su exquisita sensibilidad musical conforme la representaci¨®n transcurr¨ªa. Alg¨²n diminuendo de fantas¨ªa, alg¨²n toque de alta escuela belcantista, no fueron suficientes para salir del segundo plano vocal. Acus¨® adem¨¢s cierta rigidez y ese punto de frialdad que les sale a los buenos cantantes cuando est¨¢n m¨¢s pendientes de sortear dificultades t¨¦cnicas que de hacer arte por encima de las notas musicales. Algo parecido -frases estupendas, otros pasajes m¨¢s justitos- le ocurri¨® a Workman. De todos modos, la actuaci¨®n de ambos fue meritoria.
M¨¢s que meritoria fue la direcci¨®n musical de Daniele Gatti, un maestro que imprimi¨® una pulsaci¨®n interna extraordinaria, desde una matizad¨ªsima elaboraci¨®n t¨ªmbrica del sonido. La claridad por secciones, la flexibilidad en la comunicaci¨®n con la escena y la comprensi¨®n de ese esp¨ªritu rossiniano que resalta la melod¨ªa con ligereza y tiene su coraz¨®n en el ritmo, fueron factores a a?adir a la lista de aciertos del maestro milan¨¦s.
Ronconi se aproxim¨® a la primera ¨®pera rom¨¢ntica de Rossini desde la enso?aci¨®n. El verde hiperrealista de las laderas escocesas, unido a un tratamiento de c¨®mic y a una recreaci¨®n en las perspectivas (el lago visto desde arriba), dieron un tono melodram¨¢tico de aventura de cart¨®n-piedra, no especialmente bello pero en todo caso muy adecuado para resaltar la atm¨®sfera de Walter Scott en que se basa el libreto. La escenograf¨ªa de Margherita Palli incidi¨® en el lado espacial de laderas atormentadas y efectos visuales, mientras el vestuario de Carlo Diappi recalc¨® m¨¢s el aspecto de historieta. Ronconi movi¨® a los cantantes y coros desde un planteamiento convencional.
Un renacimiento inagotable
Un festival especializado alrededor de Rossini, en su lugar de nacimiento, genera un ambiente muy especial. Todo gira en torno a la m¨²sica rossiniana con una clara vinculaci¨®n l¨²dica, a lo que el propio Rossini califica como 'melod¨ªa sencilla, ritmo claro'. Acepta de buen grado la programaci¨®n de las ¨®peras raras de su autor -para el a?o pr¨®ximo est¨¢n anunciadas La pietra del paragone, L'equivoco stravagante y la reposici¨®n de Mo?se et Pharaon- y busca por encima de todo el placer del canto. Trata el festival de servir tambi¨¦n filol¨®gicamente a la m¨²sica de Rossini con la edici¨®n cr¨ªtica de las partituras, en una aguda combinaci¨®n de musicolog¨ªa y teatro. Desarrolla la cantera en las Academias rossinianas de t¨¦cnica y estilo para j¨®venes cantantes. Y no se duerme en las pajas en buscar criterios esc¨¦nicos que vayan con la ligereza de la m¨²sica. La presencia este a?o de enfoques teatrales y est¨¦ticos tan dispares como los de Luca Ronconi, Dario Fo y Pier Luigi Pizzi es la mejor prueba de una diversidad saludable que multiplica las im¨¢genes del compositor. El renacimiento rossiniano ya no se limita a una operaci¨®n de recuperaci¨®n como en los a?os ochenta. Ahora, con la familiaridad de la m¨²sica, el festival se ha convertido en el lugar de encuentro anual de todos los rossinianos.
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