Elche brilla durante la noche de los cohetes y las sand¨ªas
La Nit de L'Alba, en la que los ilicitanos riden culto a la Asunci¨®n, apenas ha cambiado desde su origen
Los estudios demuestran que ya durante la Baja Edad Media los ca?ones tronaban en Elche en honor a la Virgen de la Asunci¨®n las noches del 13 y 14 de agosto. Desde entonces hasta hoy la celebraci¨®n ha sufrido pocos cambios. Los ilicitanos siguen comiendo sand¨ªa mientras observan desde las calles y las azoteas los fuegos artificiales y la gran palmera que culmina los festejos iluminando toda la ciudad. El ritual de la sand¨ªa no ha desaparecido, lo que es todo un m¨¦rito si se tiene en cuenta que hace cinco siglos era el sustitutivo natural de la cerveza.
Por otro lado, la Nit de L'Alba se ha reducido a una sola jornada y los ca?ones, si alguno queda en Elche, han sido sustituidos por empresas pirot¨¦cnicas contratadas por el Ayuntamiento. El consistorio ilicitano gast¨® el lunes pasado 20 millones de pesetas en p¨®lvora. Los fuegos artificiales comenzaron, oficialmente, a las 23.30 de la noche y finalizaron con una palmera, un enorme conglomerado de cohetes que alcanz¨® 650 metros de di¨¢metro. La apostilla de oficial se debe a que durante las fiestas de Elche, comprendidas entre los d¨ªas 8 y 15 de Agosto, y sobre todo en la jornada de la Nit de L'Alba, los ilicitanos no dejan de lanzar cohetes y petardos a su libre albedr¨ªo. Ni siquiera se respetan los cinco minutos de silencio que predende al gigante de luz. Durante esos instantes se apagan las farolas y las luces particulares, para resaltar la impresi¨®n de la gran palmera.
Los primeros lanzamientos de petardos y carretillas datan del siglo XVII, que en la actualidad, de una forma m¨¢s organizada, se siguen produciendo. El cambio consiste en un acotamiento de la zona de lanzamiento de carretillas -una clase de petardos que, una vez lanzados, sueltan chispas y se elevan-, donde los ilicitanos pueden desfogarse (en el significado estricto de la palabra), y la prohibici¨®n de su uso en el exterior. A partir de la medianoche y hasta las 4.00 de la madrugada, una zona del centro es vallada y patrullada por agentes de Polic¨ªa. En su interior hay campo abierto para el lanzamiento de carretillas. Para acceder a la zona acotada se requiere mayor¨ªa de edad y una bolsa para el transporte del material pirot¨¦cnico. Antes de entrar un aviso: all¨ª no hay reglas. Mujeres y hombres, pertrechados con sus peores galas -a vida cuenta de que la ropa es lo primero en quemarse- hacen arder indiscriminadamente cientos de kilos de p¨®lvora. Es lo que la tradici¨®n ha dado en llamar la guerra de carretillas.
'Dejadme pasar', protestaba el lunes un anciano de 80 a?os a dos agentes de la Polic¨ªa Nacional en la entrada de la zona de carretillas, 'ya soy mayorcico para quemarme'. Ante el vac¨ªo legal (no existe ninguna normativa que prohiba la participaci¨®n de pensionistas), el hombre pudo entrar y se sent¨® en un banco, desde el cual, rodeado de p¨®lvora ardiendo, record¨® placidamente su juventud de carretillero.
Puede que sea la postal de verano m¨¢s extra?a que se puede encontrar en la Pen¨ªnsula, tan alejada de la tranquilidad de la playa o la monta?a. Pero es una costumbre centenaria y por encima de todo, un acto religioso, aunque quiz¨¢s el anciano o los j¨®venes vestidos de militar y con pa?uelo al cuello que le rodean no se preocupen mucho de eso.
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