Misi¨®n en Kabul
Los talib¨¢n han invitado a marcharse a los diplom¨¢ticos occidentales llegados hace tres d¨ªas a Kabul para intentar entrevistarse con ocho cooperantes de Australia, EE UU y Alemania, integrantes de una organizaci¨®n humanitaria del ¨²ltimo pa¨ªs y detenidos a comienzos de mes por predicar supuestamente el cristianismo. Con ellos permanecen encarcelados 16 afganos que trabajan en el mismo grupo. En el Afganist¨¢n talib, difundir un credo diferente del musulm¨¢n es un delito que puede acarrear la muerte. El r¨¦gimen iluminado que controla el pa¨ªs ya mostr¨® hace unos meses su idea del ecumenismo con la voladura de los enormes Budas esculpidos en Bamiyan, testigos durante siglos de poderes cambiantes.
En su pulso con los pa¨ªses occidentales y con Naciones Unidas, que impuso nuevas sanciones en diciembre pasado al Gobierno fundamentalista, los talib¨¢n gustan de gestos espectaculares, que demuestren su dominio sobre un desgraciado pa¨ªs de cuatro millones de refugiados y del que se sigue huyendo del hambre y una guerra sin fin. Primero han otorgado visa a los diplom¨¢ticos presentes en Kabul, para despu¨¦s impedirles ver a sus connacionales detenidos y finalmente invitarles a que regresen a sus embajadas en Pakist¨¢n y desde all¨ª seguir los acontecimientos. Sus peculiares tribunales, que nada tienen que ver con los procedimientos internacionalmente aceptados sobre juicios justos, decidir¨¢n la suerte final de los encarcelados.
Presumiblemente, el sectarismo talib, con un pie en la tierra, no llegar¨¢ a abofetear directamente en la cara a EE UU, Australia y Alemania, y los cooperantes puedan acogerse a un decreto publicado en junio que prev¨¦ la expulsi¨®n del pa¨ªs de los extranjeros culpables de proselitismo. Pero no puede decirse lo mismo de los 16 afganos presos con ellos. Por su suerte han de movilizarse igualmente los poderes internacionales ante un r¨¦gimen teocr¨¢tico, que proh¨ªbe con graves penas actividades tan amenazadoras como jugar a las cartas o escuchar m¨²sica, y capaz, en el albor del siglo XXI, de ejecutar a quien no comparte su iluminismo.
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