EL ?LTIMO TRAYECTO DE Horacio Dos
18
Viernes, 21 de junio (continuaci¨®n)
Desastre completo. Y lo peor es que nada de cuanto hab¨ªa ocurrido con anterioridad pod¨ªa haberme inducido a pensar que las cosas fueran a torcerse de tal modo, raz¨®n por la cual declino toda responsabilidad por los da?os a personas y p¨¦rdidas materiales derivados de la cat¨¢strofe que a continuaci¨®n tratar¨¦ de resumir.
Al rememorar los ca¨®ticos sucesos ocurridos entre la tarde de ayer y el momento en que me siento a redactar este grato Informe, creo percibir que tuve el primer indicio de que algo no iba como era debido cuando, al dirigirme al Auditorio Real en compa?¨ªa del Chambel¨¢n, a presenciar y participar en la Gala Inaugural del Festival de las Artes, por unos corredores secundarios para evitar las molestias propias de la muchedumbre que se dirig¨ªa ruidosamente al mismo lugar, me di de manos a boca con el primer y el segundo segundos de a bordo, a quienes yo supon¨ªa en la nave.
Preguntados por la raz¨®n de su presencia en aquel lugar, respondieron que se limitaban a cumplir mis gratas ¨®rdenes.
Les hice ver que mis ¨®rdenes eran precisamente contrarias a su conducta y ellos, cruzando entre s¨ª miradas de complicidad y sonrisas sard¨®nicas y llev¨¢ndose el dedo ¨ªndice a la sien como para indicar veladamente que yo estaba cuatro puntos por encima de 'gag¨¢' y uno por debajo de 'para el desguace', me mostraron una hoja de papel sin membrete ni sello oficial, en la cual una burda imitaci¨®n de mi caligraf¨ªa anunciaba que la magnanimidad del Duque y la Duquesa de la Estaci¨®n Espacial Derrida les hab¨ªa impulsado a recabar la asistencia de toda la oficialidad de la nave, as¨ª como al resto de la tripulaci¨®n y incluso a los pasajeros al Festival de las Artes, con un sustancioso descuento en el precio de los abonos, en vista de lo cual yo, en el uso de mis prerrogativas, ordenaba se adoptaran las medidas necesarias para el inmediato traslado de estas personas, es decir, de todas las personas que se hallaban a bordo de la nave sin excepci¨®n alguna a la Estaci¨®n Espacial y en ella al Auditorio Real, donde el personal de dicho Auditorio las conducir¨ªa a las localidades que les hab¨ªan sido asignadas. Asimismo dispon¨ªa que se entregara a los portadores de aquella misiva y con cargo a los fondos de liquidez de la nave, la suma de dinero correspondiente a los abonos, que se detallaba a continuaci¨®n y que ascend¨ªa a una cantidad verdaderamente abusiva, incluso para un Festival de tanto renombre.
A esta sarta de inexactitudes segu¨ªa una imitaci¨®n de mi firma y r¨²brica a¨²n m¨¢s burda que la de la letra. De inmediato deduje de d¨®nde proced¨ªa la falsificaci¨®n, pues record¨¦ que, al t¨¦rmino de la primera cena que el Duque y la Duquesa me hab¨ªan ofrecido, el propio Duque, con grandes zalamer¨ªas, me hizo firmar en el Libro de Honor de la Estaci¨®n Espacial, que luego, tras deshacerse en agradecimientos por los elogios que yo hab¨ªa escrito en dicho libro, guard¨® r¨¢pida y celosamente, sin duda con el prop¨®sito de imitar o hacer imitar por alg¨²n experto mi letra y mi firma.
Preguntados el primer y el segundo segundos de a bordo por la identidad de las personas que hab¨ªan llevado a la nave aquella orden, describieron a dos enviados del Duque, ataviados con las t¨²nicas ceremoniales propias de sus respectivos cargos, los cuales, adem¨¢s de cumplir con todas las formalidades propias del ritual cortesano hab¨ªan a?adido, contra el pago de los abonos, una buena propina para los dos segundos de a bordo en concepto de comisi¨®n, por lo que ¨¦stos no dudaron de su legitimidad.
Les reprend¨ª por haber obedecido una orden tan an¨®mala sin haber solicitado previamente confirmaci¨®n por mi parte y me respondieron que cosas peores me hab¨ªan visto hacer.
Como su aliento apestaba a bebidas alcoh¨®licas y adem¨¢s eran dos contra uno, estim¨¦ in¨²til seguir discutiendo con ellos. Otro tanto sucedi¨® con el Chambel¨¢n cuando me encar¨¦ con ¨¦l, pues se limit¨® a encogerse de hombros y a recordarme que de acuerdo con el r¨¦gimen pol¨ªtico especial de la Estaci¨®n Espacial, estaba prohibida toda interferencia de terceros en la toma de decisiones, correspondiendo ¨¦sta en forma exclusiva e inapelable al Duque y a sus leg¨ªtimos descendientes. Por supuesto, a?adi¨®, si lo estimaba oportuno, nada me imped¨ªa presentar una queja oficial ante el propio Duque, por si ¨¦ste ten¨ªa a bien presentar a su vez una disculpa oficial, pero que, en todo caso, deb¨ªa esperar al t¨¦rmino del Festival, pues era impensable molestar al Duque o a la Duquesa durante los apretados actos que constitu¨ªan dicho Festival, del cual, me record¨® el Chambel¨¢n, estaba pendiente toda la Federaci¨®n Interplanetaria.
No le faltaba raz¨®n al Chambel¨¢n y adem¨¢s habr¨ªa sido demasiado tarde para tratar de rectificar lo actuado, porque los espectadores ya se encontraban en el interior del Auditorio Real y la Gala estaba a punto de empezar, de modo que no dije nada.
Antes de entrar en el Auditorio Real advert¨ª con desaz¨®n que del suntuoso coliseo sal¨ªa una incesante algarab¨ªa, la misma que hab¨ªa empezado a o¨ªr desde mi habitaci¨®n y que yo hab¨ªa atribuido err¨®neamente a los habitantes de la Estaci¨®n Espacial, cuando en realidad proven¨ªa de la gente de la nave, que celebraba estrepitosamente aquella inesperada variaci¨®n en la monoton¨ªa de su largo encierro.
Me asaltaron negros presagios, pero nada pod¨ªa hacer. Los altavoces colocados en la espl¨¦ndida fachada del Auditorio emitieron potentes acordes musicales y una voz estent¨®rea anunci¨® que el espect¨¢culo estaba a punto de empezar. A este anuncio sigui¨® un rugido ensordecedor. Decid¨ª dejar para m¨¢s adelante el aspecto legal de la cuesti¨®n y, acompa?ado del primer y segundo segundos de a bordo y precedido del Chambel¨¢n, me dirig¨ª al Palco que se nos hab¨ªa asignado.
En la sala del Auditorio el panorama presentaba peor cariz del que yo mismo me hab¨ªa figurado.
Las primeras filas del patio de butacas estaban ocupadas por la tripulaci¨®n de la nave. A continuaci¨®n se sentaban los Delincuentes. Tras ¨¦stos, las Mujeres Descarriadas, y por ¨²ltimo, en las filas m¨¢s cercanas a las puertas, los Ancianos Improvidentes. Con esto quedaba lleno el patio de butacas, por lo que todos los habitantes de la Estaci¨®n Espacial se amontonaban en los palcos, el anfiteatro y los pisos altos. Esta separaci¨®n me tranquiliz¨®, pues de haberse mezclado gentes de tan distinto nivel social e intelectual podr¨ªan haberse producido roces, por m¨¢s que la tripulaci¨®n, seg¨²n advert¨ª de inmediato, iba fuertemente armada, con objeto de garantizar el orden p¨²blico. La eficacia de esta medida, sin embargo, quedaba mermada por el estado et¨ªlico de todos los tripulantes de la nave, algunos de los cuales, por broma, hab¨ªan desenfundado las pistolas y fing¨ªan apuntar a las cabezas de los espectadores aut¨®ctonos, que guardaban un escrupuloso silencio, se cubr¨ªan avergonzados los rostros con los abanicos, siguiendo la moda impuesta por la Duquesa, y trataban de pasar inadvertidos en la penumbra reinante en su zona.
Con creciente desasosiego advert¨ª que el consumo de bebidas alcoh¨®licas no se hab¨ªa restringido a la tripulaci¨®n, sino que tambi¨¦n el pasaje daba claras muestras de intoxicaci¨®n, incluso los Ancianos Improvidentes, entre los que menudeaban las reyertas, unas de palabra y otras a bastonazos, pues si bien son d¨¦biles de constituci¨®n, tienen un car¨¢cter vivo y una disposici¨®n irritable, y se vuelven pendencieros si no est¨¢n sedados.
Como s¨®lo el doctor Angelopoulos tiene acceso a las bebidas alcoh¨®licas que se encuentran a bordo de la nave y de ¨¦l no pod¨ªa provenir su distribuci¨®n, era evidente que dichas bebidas alcoh¨®licas hab¨ªan sido distribuidas dentro de la Estaci¨®n Espacial lo cual, por otra parte, pod¨ªa constituir una imprudencia, pero no una ilegalidad, puesto que la reglamentaci¨®n sobre el consumo de bebidas alcoh¨®licas es competencia exclusiva de las autoridades de cada Estaci¨®n Espacial, debiendo inhibirse en este punto quien las visite. Pero este detalle no aligeraba mi intranquilidad.
Continuar¨¢
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