Adosadas en la Cerdanya
A la Cerdanya le ha faltado su Josep Pla. Est¨¢ claro que esta comarca tiene m¨¦ritos suficientes para ser calificada de para¨ªso, pero ha tenido la desgracia de carecer de un autor de calidad sobrada que recopilara su historia paso a paso, que la describiera al detalle con los adjetivos exactos, que nos contara la vida de sus hombres y mujeres y que buceara en los secretos de su cocina. Pla lo hizo con el Empord¨¤, hasta tal punto que podr¨ªa decirse de su obra lo que se ha dicho del Ulises de Joyce sobre Dubl¨ªn: si un d¨ªa, por desgracia, desapareciera el Empord¨¤, ¨¦ste podr¨ªa reconstruirse fielmente gracias a la informaci¨®n contenida en la obra de Pla.
La Cerdanya, quiz¨¢ porque su paisaje tiende m¨¢s a la poes¨ªa, ha sido cantada sobre todo por poetas: Verdaguer y Maragall en especial. Por supuesto que ha habido tambi¨¦n otros autores que han escrito sobre la Cerdanya, pero no con la perseverancia de Pla. Narc¨ªs Oller, en su novela Pilar Prim (1906), describe as¨ª la llegada a la Cerdanya: 'La frau anava realment eixamplant-se, obrint-se com un comp¨¤s capgirat... Era com passar de mort a vida. Els ulls no es cansaven d'esplaiar-se sobre aquella vall oblonga partida per les formoses arbredes del Segre i sos afluents i enclosa per les dues grans serralades pirenenques...'. Llama la atenci¨®n la frase 'como pasar de muerte a vida'. Es exagerado, sin duda, pero la Cerdanya produce de entrada esa sensaci¨®n de contraste profundo. Tanto si se llega por la carretera de La Seu d'Urgell, por la collada de Toses o por el t¨²nel del Cad¨ª, la impresi¨®n que produce la primera visi¨®n de la Cerdanya es la de llegar a un para¨ªso perdido. De repente, entre monta?as de m¨¢s de 2.000 metros, se abre de este a oeste un valle ancho y manchado de verde, con vacas que sestean en los prados y chopos que se alzan junto al r¨ªo. La imagen es la de un lugar id¨ªlico, a punto para Ad¨¢n y Eva, si no fuera por la gran cantidad de casas adosadas que han surgido en los ¨²ltimos a?os. Son casi todas de uniforme piedra, madera y pizarra, preparadas para acoger a los veraneantes de Barcelona que reclaman su parcela de para¨ªso. El peligro es que, a golpes de adosada, el para¨ªso de la Cerdanya se convierta en un valle urbanizado que, para m¨¢s inri, es de peaje.
La Cerdanya, quiz¨¢ porque su paisaje tiende m¨¢s a la poes¨ªa, ha sido cantada sobre todo por poetas: Verdaguer y Maragall
El festival de adosadas se repite en casi todas las poblaciones del valle. De vez en cuando, hay unas cuantas vacas para que se note que estamos en el Pirineo, pero cuando uno entra en Puigcerd¨¤, descubre enseguida que abundan las inmobiliarias y las empresas de servicios. No hay duda de que, en los ¨²ltimos a?os, la Cerdanya se ha entregado a un turismo que busca en invierno la proximidad de las pistas de esqu¨ª y en verano el verde y el frescor de las monta?as. De hecho, muchos de los actuales veraneantes de la Cerdanya son desertores del Empord¨¤ que han venido a los Pirineos en busca de un refugio 'm¨¢s aut¨¦ntico'. Para redondear el fen¨®meno, la comarca cuenta desde hace unos a?os con una cena que, a mediados de agosto, convoca a los pol¨ªticos que veranean all¨ª. La cita, una alternativa al suquet ampurdan¨¦s de Portabella, es en Queixans y no suelen faltar Josep Piqu¨¦, Rafael Rib¨®, Carles Gas¨°liba ni Joaquim Molins.
Si uno retrocede en el tiempo, la zona del lago de Puigcerd¨¤ es el lugar ideal para hacerlo. En las cercan¨ªas de este lago artificial se levantan las primeras casas de veraneantes de la Cerdanya. Son villas construidas a finales del siglo XIX o a principios del XX, cuando los propietarios ten¨ªan la delicadeza de bautizarlas con nombres femeninos: Villa Paquita, Villa Margarita, etc¨¦tera. Son casas grandes y rodeadas de jardines, lejos del esp¨ªritu uniformista de las adosadas. Tambi¨¦n hay paseos arbolados y un agradable parque nacido de la generosidad del mecenas dan¨¦s German Schierbeck, que fue c¨®nsul de su pa¨ªs en Barcelona a partir de 1875. Schierbeck, nost¨¢lgico de los paisajes n¨®rdicos, encontr¨® en Puigcerd¨¤ su para¨ªso particular y en 1884 decidi¨® construirse all¨ª una torre de veraneo. En 1890 don¨® unos terrenos para construir el parque que hoy lleva su nombre.
Schierbeck fue, de hecho, uno de los primeros turistas de la Cerdanya. A ¨¦l hay que unir los nombres ilustres de Narc¨ªs Oller, Santiago Rusi?ol, Ramon Casas, Isaac Alb¨¦niz y Enric Granados. A principios del siglo XX, la comarca pas¨® a ser reducto de la m¨¢s privilegiada burgues¨ªa barcelonesa, que fue la que impuls¨® la inauguraci¨®n del golf en 1929, pero la apertura del t¨²nel del Cad¨ª, en 1984, comport¨® la entrada de un turismo masivo y, por desgracia, el fen¨®meno de la multiplicaci¨®n de las adosadas.
Para vivir a fondo la Cerdanya, sin embargo, lo mejor es alejarse del valle y dedicarse a disfrutar de la naturaleza. Las posibilidades de excursiones por los valles laterales son muchas, y una de las cosas buenas de la comarca es que, por poco que se suba, enseguida se obtiene una vista de impresi¨®n. Los lagos y las monta?as m¨¢s altas son un desaf¨ªo de silencio y calma que, por desgracia, se ve roto a veces por ruidosas expediciones de 4 por 4 o Quads que constituyen una nueva amenaza para el para¨ªso. Puestos en plan excursionista, por cierto, vale la pena visitar los pueblos m¨¢s alejados del valle, como Querforadat, por ejemplo, donde la arquitectura apenas si hace concesiones a la modernidad y donde la sierra del Cad¨ª se presenta como un muro de apariencia infranqueable.
Para el turismo m¨¢s comod¨®n, una buena alternativa es visitar las iglesias rom¨¢nicas o pasar a Francia para contemplar la otra parte de la Cerdanya, una comarca dividida por el tratado de los Pirineos de 1659. El paisaje es similar, pero los coches llevan matr¨ªculas francesas y predominan las tiendas de charcuter¨ªa. Tambi¨¦n abundan las adosadas, por cierto. Una ¨²ltima raz¨®n last, but not least para disfrutar de este para¨ªso de los Pirineos es la gastronom¨ªa. Y es que no todo tiene que consistir en patearse monta?as. Un buen esfuerzo merece una buena comida. En Can Borrell, por ejemplo, un restaurante situado en Meranges, un pueblo de pesebre -con casas de piedra, calles que huelen a vaca como Dios manda y sin adosadas a la vista- donde uno puede experimentar uno de esos placeres que le lleva a la memoria todos los para¨ªsos perdidos.
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