EL ?LTIMO TRAYECTO DE Horacio Dos
Resumen. El incendio del auditorio real est¨¢ a punto de acabar con los espectadores, hasta que surge un potente chorro de agua que logra apagarlo. Extinguido el fuego, los pocos habitantes de la estaci¨®n espacial piden a Horacio que los acoja en su nave, pues en los almacenes no queda provisi¨®n alguna y la propia estaci¨®n est¨¢ cercana a la desintegraci¨®n total. Horacio accede a llevarlos.
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Domingo 22 de junio
Despu¨¦s de un d¨ªa de merecido descanso, reanudo la redacci¨®n de este grato Informe para dar cumplida cuenta de nuestra lamentable situaci¨®n y aclarar algunos cabos sueltos concernientes a la espeluznante y desastrosa aventura vivida en la estaci¨®n espacial Derrida, de infausta memoria.
Empezar¨¦ aclarando el origen de la providencial riada que nos salv¨® la vida in extremis, aunque para ello deba remontarme un poco en el tiempo.
Hace varios d¨ªas, reci¨¦n llegados a la estaci¨®n espacial Derrida, recib¨ª en mi habitaci¨®n, como ya hice constar en este grato Informe, la visita del depuesto y luego desaparecido gobernador de la estaci¨®n espacial Fermat IV, que quer¨ªa mostrarme una gamba de goma encontrada en la paella. Como yo entonces no le hice ning¨²n caso, decidi¨® el obstinado gobernador proseguir por su cuenta las indagaciones y reunir pruebas con las que respaldar sus sospechas.
Aprovechando el sosiego de la noche, abandon¨® el palacio ducal y se dirigi¨® a la laguna, de donde proced¨ªan las afamadas gambas de la estaci¨®n espacial. Al llegar all¨ª constat¨® lo que luego el chambel¨¢n me dijo: que la laguna se hab¨ªa secado en parte y el resto convertido en una ci¨¦naga apestosa.
Convencido de haber desentra?ado el misterio de la estaci¨®n espacial y puestas en evidencia las patra?as del duque, emprendi¨® regreso a palacio, pero a los pocos pasos sinti¨® sus fuerzas flaquear. Demasiado tarde comprendi¨® que la falsedad se extend¨ªa tambi¨¦n al sistema de oxigenaci¨®n de la estaci¨®n espacial y que los efluvios provenientes de la laguna conten¨ªan sustancias mef¨ªticas que hab¨ªan afectado su organismo.
Quiso pedir auxilio y no consigui¨® articular sonido alguno. Quiso encender una cerilla y no pudo.
Sinti¨¦ndose morir, se sent¨® en el suelo, apoy¨® la espalda en el pedestal de la estatua de su alteza real el infante Luis Ferdinando de Occitania y Franconia, alias Mamarracho a Tope, entorn¨® los ojos y perdi¨® el conocimiento, no sin antes comprobar que el pedestal y la estatua eran de papelote.
Lo primero que vio al recobrar el sentido fue el rostro barbado y ce?udo de un hombre que lo miraba con fijeza, el cual dijo que se encontraba a salvo y en manos amigas. Y para demostr¨¢rselo, se quit¨® la barba y el ce?o postizos y revel¨® ser ni m¨¢s ni menos que Gara?¨®n, a quien todos d¨¢bamos ya por desaparecido.
Puso entonces el gobernador a Gara?¨®n al corriente de sus descubrimientos y respondi¨® ¨¦ste que no le pillaban por sorpresa, pues tambi¨¦n ¨¦l conoc¨ªa las turbias intenciones del duque. Y acto seguido le cont¨® la raz¨®n de su extra?a conducta y camuflaje.
Seg¨²n este relato, Gara?¨®n era en realidad hijo ileg¨ªtimo de la duquesa, la cual, para ocultar lo que hab¨ªa sido un desliz de juventud, lo hab¨ªa entregado a una familia de delincuentes ambulantes que se hab¨ªan hecho cargo de su crianza y formaci¨®n. Ahora, ya que los giros fortuitos de la vida lo llevaban junto a su verdadera madre, hab¨ªa decidido poner en claro y, si se confirmaban los rumores al respecto, reclamar el t¨ªtulo de duque de la estaci¨®n espacial.
Como la historia de Gara?¨®n le fue contada en las tenues horas de la madrugada, a media voz y a la luz de un candil, y acompa?ado de ademanes teatrales y un fuerte olor a vino, el gobernador decidi¨® no concederle el menor cr¨¦dito.
Al d¨ªa siguiente, es decir, el pasado lunes 17 de junio, dejando en el camarote al gobernador, todav¨ªa postrado por haber inhalado los vahos hediondos de la laguna, sali¨® Gara?¨®n a hacer gestiones. Al atardecer regres¨® cansado y alica¨ªdo. Hab¨ªa pasado el d¨ªa entero rondando a la duquesa con el prop¨®sito de poder hablar con ella a solas y revelarle su presunta identidad, pero no lo hab¨ªa conseguido, pues la duquesa estaba a veces en compa?¨ªa del duque, a veces de alguna dama de honor y siempre del abate Pastrana.
El gobernador dijo entonces a Gara?¨®n que no se desanimara tan pronto, que estas cosas requer¨ªan tiempo y una buena dosis de perseverancia, y le propuso acudir aquella misma noche a la alcoba de la duquesa en compa?¨ªa del propio gobernador, que ya estaba repuesto de sus males, y cuya presencia tranquilizar¨ªa a la duquesa y dar¨ªa a la entrevista garant¨ªas de formalidad.
Acept¨® Gara?¨®n la sugerencia, pero rechaz¨® la de hacerse acompa?ar por el gobernador, pues los efectos de la inhalaci¨®n hab¨ªan dejado huella en su aspecto f¨ªsico, como el mismo gobernador pudo comprobar al mirarse al espejo y ver con espanto que la piel de la cara se le hab¨ªa vuelto de color violeta, los ojos parec¨ªan dos bolas de billar y de la nariz le colgaban dos mocos congelados de un palmo de longitud y de un perverso tono ambarino.
Le dio mucha pena verse as¨ª, pero no quiso renunciar a la posibilidad de proseguir su investigaci¨®n, de modo que le dijo a Gara?¨®n que le acompa?ar¨ªa para asesorarle en caso de duda, pero sin dejarse ver.
Fueron, pues, los dos a la alcoba de la duquesa, llamaron a la puerta y nadie contest¨®. Gara?¨®n abri¨® la puerta con una ganz¨²a y encontr¨® la habitaci¨®n vac¨ªa, ya que la duquesa, en aquel preciso momento, se encontraba en mi habitaci¨®n, sentada en la piltra y hablando conmigo.
Regresaban Gara?¨®n y el gobernador moh¨ªnos y defraudados al camarote del primero, cuando oyeron ruido de pasos, se ocultaron en un rinc¨®n oscuro y vieron pasar a la se?orita Cuerda, la cual, como tambi¨¦n he consignado en este grato Informe, se dirig¨ªa a mi habitaci¨®n por voluntad propia. Gara?¨®n dijo por se?as que no revelaran su presencia, pero como al gobernador, seg¨²n tambi¨¦n qued¨® dicho, le hab¨ªa dado la chaladura de que la se?orita Cuerda era su propia hija, no pudo resistir la tentaci¨®n de salirle al paso para prodigarle unas muestras de cari?o que llenaron a la se?orita Cuerda de sobresalto y terror.
Entr¨® gritando despavorida la se?orita Cuerda en mi habitaci¨®n y trat¨® de seguirla su pretendido padre para revelar qui¨¦n era, aclarar el malentendido y explicar el origen de sus feos mocos, pero Gara?¨®n se lo impidi¨®. Mientras forcejeaban, volvi¨® a salir al corredor la se?orita Cuerda, perseguida por m¨ª, y yo por el abate Pastrana, en quien no hab¨ªan reparado hasta entonces.
Advirtiendo el peligro que yo corr¨ªa, vino Gara?¨®n en pos de los tres y, para impedir que el abate me alcanzara, lo despach¨® con su habitual decisi¨®n y con la escopeta de ca?¨®n recortado que siempre lleva consigo.
Por su parte, el gobernador, viendo a la duquesa en la habitaci¨®n, el camino expedito y la ocasi¨®n ventajosa, se col¨® en la habitaci¨®n y, agitando la gamba de goma, se encar¨® con la duquesa, la cual, al verlo, se desmay¨®.
Gara?¨®n, que regresaba en aquel momento arrastrando por los pies el cuerpo del abate para borrar todo indicio de sus correr¨ªas, reprendi¨® al gobernador y trat¨® de reanimar a la duquesa. Volvi¨® ¨¦sta en s¨ª, se encontr¨® con el rostro de un hombre barbado y ce?udo que arrastraba un cad¨¢ver y le dec¨ªa '?mam¨¢, mam¨¢!', y volvi¨® a desmayarse.
No habiendo m¨¢s que hacer all¨ª, endos¨® Gara?¨®n el cuerpo del abate al gobernador, carg¨® ¨¦l con la duquesa en brazos, y salieron los cuatro de la habitaci¨®n. Y, por este motivo, yo no encontr¨¦ a nadie cuando regres¨¦ de mis in¨²tiles requerimientos ante el camarote cerrado de la se?orita Cuerda.
Acto seguido, Gara?¨®n, el gobernador y sus acompa?antes fueron al camarote del primero. All¨ª dejaron a la duquesa inconsciente, pero amordazada y atada a la piltra por si al recobrar el sentido pretend¨ªa huir, y se deshicieron del cuerpo del abate arroj¨¢ndolo a una de las ci¨¦nagas de la laguna, en la que se desapareci¨® al instante entre burbujas y gorgoteos.
Luego regresaron al camarote, revelaron a la duquesa, que ya hab¨ªa vuelto en s¨ª, qui¨¦nes eran y la convencieron de haber obrado con la mejor de las intenciones. Tambi¨¦n ella, por su parte, seg¨²n les dijo la propia duquesa, hab¨ªa actuado por las mismas razones, pues aquella noche hab¨ªa acudido a mi habitaci¨®n a prevenirme de la trampa urdida por el duque para perdernos a todos sin remisi¨®n.
Continuar¨¢
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