Una nueva hornada de voces femeninas devuelve al jazz el brillo de su mejor ¨¦poca
Las propuestas de Diana Krall o Cassandra Wilson, entre otras muchas cantantes, recuperan la vitalidad de un g¨¦nero que languidec¨ªa desde la desaparici¨®n de figuras m¨ªticas como Ella Fitzgerald o Sarah Vaughan
La escena del jazz vocal andaba sumida en un esc¨¦ptico pesimismo tras la muerte sucesiva de sus grandes divas, pero una nueva hornada de cantantes, crujiente y arom¨¢tica, parece haberle devuelto la esperanza. Ella Fitzgerald, Sarah Vaughan, Carmen McRae, Betty Carter, Jeanne Lee y otras soberanas del g¨¦nero tienen ahora un prometedor s¨¦quito de herederas que abren el futuro a un suculento mundo de variantes expresivas. No se trata de olvidar ejemplos ni de reemplazar nombres, sino de prolongar y poner al d¨ªa legados valiosos.
Esa filosof¨ªa alienta el doble disco Eternas (Verve/Universal), una excelente selecci¨®n de baladas del ayer m¨¢s perdurable y del hoy m¨¢s imaginativo. El primer disco de la antolog¨ªa, reservado con alguna ilustre excepci¨®n a nombres surgidos recientemente, se abre con Diana Krall. Espigada, rubia y de ojos claros, la canadiense suscribe una ortodoxia decidida que se sustenta en canciones cl¨¢sicas tan exigentes como I've got you under my skin o Why should I care, los dos ejemplos incluidos en Eternas.
Sensual incluso en las distancias largas, Krall tiene su fuerte expresivo en la elegante serenidad de su fraseo y en una voz grave dotada de un atractivo punto de frialdad. Para triunfar a lo grande s¨®lo necesita superar su timidez a la hora de actuar en p¨²blico.
Para encontrar a la otra dama que m¨¢s ha dado que hablar en los ¨²ltimos a?os hay que saltar hasta el corte n¨²mero seis. All¨ª aparece la preciosa I've grown accustomed to his face, espl¨¦ndidamente servida por Cassandra Wilson. Comparar esta versi¨®n con la que hiciera la olvidada Lorez Alexandria en los a?os sesenta equivale a desentra?ar los detalles que diferencian los usos de anta?o de las tendencias actuales. La poco cuidada dicci¨®n de Wilson ha recibido m¨¢s de una censura, pero todo el mundo se pone de acuerdo para alabar su carisma y originalidad: las innovaciones del movimiento neoyorquino M'Base, en el que se implic¨® en la primera fase de su carrera, otorgan a su fraseo una tonificante fantas¨ªa r¨ªtmica, y los excelentes discos que ha grabado en los ¨²ltimos a?os para Blue Note le han ganado seguidores incluso en el ¨¢mbito del pop.
En una franja estil¨ªstica similar, aunque mucho menos arriesgada y creativa, se sit¨²an Laura Fygi y Silje Nergaard. Holandesa la primera y noruega la segunda, ambas prefieren observar el jazz desde una distancia prudente. Nergaard, descubierta por Pat Metheny, parece identificarse con un hipot¨¦tico modelo de Lolita interesada en el swing renovado, mientras Fygi, aunque suena adulta, tiende a explotar una veta hollywoodiense algo empalagosa.
La antolog¨ªa tambi¨¦n incorpora a la madura pero reci¨¦n llegada Ruth Cameron. Las dos canciones que interpreta la esposa del contrabajista Charlie Haden, Something cool y One for my baby, demuestran que la falta de recursos vocales puede suplirse, al menos en el jazz, a golpe de sensibilidad y car¨¢cter.
Dee Dee Bridgewater, brava y espumosa como una ola caribe?a, sale indemne de la comprometida Angel eyes, y Diane Schuur combate su bien ganada fama de virtuosa fr¨ªvola y vac¨ªa con una aceptable versi¨®n de The man I love, aunque lo m¨¢s brillante del primer volumen son, sin duda, las aportaciones de las veteranas Abbey Lincoln, Shirley Horn y Helen Merrill. La experiencia les ha ense?ado a ahondar en las palabras sin miedo a la oscuridad y a descubrir matices en los que nadie antes hab¨ªa reparado. Ellas han conseguido dulcificar la espera hasta la llegada del relevo generacional y hoy son las referencias indiscutibles.
El segundo volumen de Eternas aparece copado por las reinas de la voz que se citaban al principio. Billie Holiday regala su apasionada amargura en Stormy weather; Ella Fitzgerald invita a respirar su swing oxigenado y amable en Someone to wath over me; Carmen McRae mima Dream of life, y Sarah Vaughan transporta en volandas de una t¨¦cnica descarada con Smoke gets in your eyes. Por su parte, Dinah Washington pellizca sin piedad el coraz¨®n del oyente en el ¨¦xito televisivo Mad about the boy, mientras Nina Simone, quiz¨¢ la m¨¢s abstracta del lote, culmina un Don't explain diferente a todos los conocidos. La representaci¨®n blanca de este segundo volumen se ci?e a Anita O'Day, fenomenal en Tenderly; Peggy Lee, un dechado de autoridad d¨²ctil en They can't take away from me, y Blossom Dearie, sumisa y zalamera en Once upon a summertime. Menos interesantes resultan las aportaciones de Patti Page, simplemente correcta en I didn't know about you, y de Dorothy Dandridge (la primera actriz afroamericana de la historia candidata a un Oscar), seductora sin disimulos en That old feeling. Este ¨²ltimo t¨ªtulo bien podr¨ªa resumir el esp¨ªritu de la recopilaci¨®n: aquel viejo sentimiento sigue revoloteando incluso en las voces m¨¢s modernas.
Pero cualquier selecci¨®n, por buena y amplia que sea, est¨¢ condenada de antemano a dejar fuera nombres importantes. En Eternas se echa de menos a Jeanne Lee, aut¨¦ntica princesa de la vanguardia en su ¨¦poca de esplendor, y a Betty Carter, l¨²cida renovadora conceptual. Tambi¨¦n hubieran sido bienvenidas June Christy y Chris Connor, dos de las mejores cantantes blancas de la historia, y Sheila Jordan, representante convencida de la bohemia jazz¨ªstica. Y para acompa?ar a Laura Fygi y Silje Nergaard en el frente europeo, hubiera resultado de lo m¨¢s oportuno reservar un hueco a las estupendas Karin Krog y Monica Zetterlund.
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