Al frescor de la yodada
?ramos tres privilegiados, tres bellos adolescentes que sal¨ªamos del Bachiller para acudir puntuales a la convocatoria de nuestro ferial veraneo. Tres ¨ªntimos muchachos que irrump¨ªamos en la pastue?a y sesteante vida de V¨¦lez-M¨¢laga y Torre del Mar, contagiando nuestra inspirada pirueta estival a nuestras familias, a los veraneantes, a los balnearios, con nuestra arrolladora limpia y feliz manera de concebir la diversi¨®n.
La Torre concentraba en la d¨¦cada de los 50 los ingredientes m¨¢s exquisitos y convincentes que ning¨²n ¨¢mbito de la Costa ofrec¨ªa, y de ellos nosotros tres nos sent¨ªamos protagonistas. Las ma?anas en la playa transcurr¨ªan entre ba?os, deportes, bromas, saludos, por aquella conocida prole que tostaba al sol, despreocupadamente, todo el lastre de un invierno de trabajo. Las tardes, citas ya concertadas, y de noche, la feria.
Torre del Mar era un pueblo perfecto; sus distancias justas evitaban el tr¨¢nsito inoportuno de los coches por sus calles -las motos empezaban a aparecer-; la carretera empalmaba con la calle del Mar hasta la mar clara y ancha desde la Caleta a El Faro. El Morro invitaba a la pesca y a los zambullidos, parapetando idilios y c¨¢lidos encuentros. Sus campos, bajaban cuidadosamente cultivados, nobles y verdiales, al filo de la carretera.
El Balneario de Octavio surg¨ªa al fondo, recortado por el gris de la arena y el azul del mar. Su blanco y destartalado ambiente atesoraba el frescor de la yodada brisa que un inmenso ca?izo defend¨ªa de la solana. Frasco cuidaba las toldillas y las duchas, mientras los Octavios pon¨ªan a prueba con su condescendiente p¨²blico su pionera pericia hostelera. El Yate vino luego -era m¨¢s riguroso y burgu¨¦s, aunque estos conceptos, por entonces, no significaban nada para nosotros, ni imped¨ªa nuestra frecuencia-. Sus verbenas eran c¨¦lebres. Ambos balnearios hoy no existen, s¨®lo quedan los recuerdos de sus gentes y sus generosidades.
Los tres protagonistas, Leandro, Juan y el que escribe conservamos intacta nuestra amistad. Contin¨²o pintando con la misma afici¨®n con que aquellos d¨ªas pintaba los sardinales varados por el morro, los copos ma?aneros, el Faro, la Torre Manganeta, los verdeoscuros alrededores de la Casa de la Vi?a, la f¨¢brica Larios, o El Tomillar. Se han ido muchos romances de Torre del Mar. Se han alejado muchas brisas y claros de luna y han partido muchas personas amigas de Torre del Mar. Nuevas generaciones ocupan su sitio, pero la Torre sigue descomunalmente igual.
Eugenio Chicano es pintor y naci¨® en M¨¢laga en 1935.
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