SAL?NICA EN LOS LIBROS Y EN LA VIDA
Alejandro Magno, Roma y el exilio de Sefarad. La segunda ciudad de Grecia rezuma historia. Y bajo los emparrados de sus tabernas se respiran aires mediterr¨¢neos
Primero conoc¨ª Sal¨®nica a trav¨¦s de la literatura. La primera noticia fue, claro est¨¢, por las ep¨ªstolas a los tesalonicenses de San Pablo, que tantas veces escuch¨¦ leer en misa desde ni?a; ?qui¨¦nes ser¨ªan -me preguntaba yo, ignorante entonces de la existencia de una ciudad llamada Tesaloniki- aquellos misteriosos y lejanos salonicenses o tesalonicenses a los que se dirig¨ªa el ap¨®stol? Despu¨¦s, a causa de mi dedicaci¨®n al estudio de la cultura sefard¨ª -es decir, la de los jud¨ªos descendientes de los expulsados de la Pen¨ªnsula Ib¨¦rica en la Edad Media- tuve que leer mucho acerca de esa ciudad, a orillas del mar Egeo, que fue n¨²cleo de una de las m¨¢s importantes comunidades sefarditas.
Cuando, a finales del siglo XV, se produjeron las sucesivas expulsiones de los jud¨ªos de los reinos de Castilla, Arag¨®n, Navarra y Sicilia (entonces parte de la corona de Arag¨®n), Sal¨®nica era una ciudad del imperio turco; y en ella se asentaron jud¨ªos expulsos de los distintos reinos, que en un principio tendieron a agruparse en sinagogas seg¨²n su origen. Hubo as¨ª el cal (sinagoga) de Catalu?a, el de Castilla, el de Arag¨®n, el de Mallorca o el llamado Guer¨²s Sefarad (destierro de Sefarad).
Los sefard¨ªes dieron vida a la ciudad durante m¨¢s de cuatro siglos. Fueron a lo largo de todo ese tiempo comerciantes y artesanos, tejedores de telas y alfombras, fabricantes de aceite y de jab¨®n, importadores y exportadores de productos a trav¨¦s del activo puerto comercial, orfebres y talladores de diamantes, alfareros o alba?iles (y, como tales, introdujeron modelos arquitect¨®nicos provinientes de la Pen¨ªnsula Ib¨¦rica).Ya en el siglo XIX y a principios del XX, impulsaron la modernizaci¨®n y la industrializaci¨®n de Sal¨®nica como empresarios emprendedores: una de las mayores f¨¢bricas de harina de todo el Oriente Mediterr¨¢neo fue el molino Allatini, que empez¨® a trabajar en 1900 aplicando las ¨²ltimas tecnolog¨ªas de la ¨¦poca y que todav¨ªa hoy est¨¢ en funcionamiento; los primeros grandes almacenes al estilo actual y los primeros cines fueron fundados por sefard¨ªes a principios del siglo XX. La poblaci¨®n sefard¨ª aport¨® tambi¨¦n mano de obra para esa prosperidad, desde los peque?os artesanos, hasta los pobres hamalik (mozos de cuerda) de los muelles portuarios; desde los hojalateros y los vendedores ambulantes, hasta los obreros de la f¨¢brica de tabaco. Paralela a esta vitalidad econ¨®mica se desarroll¨® una inquieta actividad cultural, pol¨ªtica y de obras sociales; hubo clubes y asociaciones culturales, se publicaron numerosos peri¨®dicos y revistas en judeoespa?ol aljamiado (es decir, espa?ol escrito en caracteres hebreos), fueron muy activos los grupos pol¨ªticos sionistas y socialistas, funcionaron escuelas y centros de formaci¨®n y en 1908 la comunidad jud¨ªa contaba con un moderno hospital.
En v¨ªsperas de la I Guerra Mundial, Sal¨®nica ten¨ªa unos 170.000 habitantes, de los cuales m¨¢s de la mitad (aproximadamente 90.000) eran jud¨ªos; el resto eran griegos, turcos, b¨²lgaros y armenios. Entre los miembros de las minor¨ªas dirigentes griega y turca se decidi¨®, en las primeras d¨¦cadas del siglo XX, el destino pol¨ªtico del Oriente Mediterr¨¢neo: Eleuterios Venizelos, l¨ªder panhelenista y uno de los padres de la Grecia moderna, consigui¨® la incorporaci¨®n de Sal¨®nica a Grecia en 1912; pero -en el otro lado del espectro- fue en Sal¨®nica donde se desarroll¨® el movimiento pol¨ªtico de los J¨®venes Turcos, que impuso la monarqu¨ªa constitucional en Turqu¨ªa; y en Sal¨®nica naci¨® Mustaf¨¢ Kemal (Ataturk), primer presidente de la rep¨²blica turca e impulsor de la modernizaci¨®n de Turqu¨ªa en los a?os veinte.
Todo esto lo hab¨ªa le¨ªdo yo en sesudos estudios hist¨®ricos y tambi¨¦n en una de las ¨²ltimas novelas que se han escrito en judeoespa?ol: En torno de la Torre Blanca, publicada en Par¨ªs en 1979 por Enrique Saporta y Beja, un sefardita salonicense que, al final de su vida, recre¨® en esta narraci¨®n c¨®mo hab¨ªan sido la historia y la vida de su ciudad antes de que sucediera el pen¨²ltimo desastre.
Porque Sal¨®nica, como todas las ciudades con historia, hubo de sobrevivir a muchas adversidades. Por mencionar s¨®lo algunos de los avatares del siglo XX: las guerras balc¨¢nicas en 1912; el gran incendio que asol¨® medio casco urbano en 1917 y arruin¨® a numerosas familias; la I Guerra Mundial; la crisis econ¨®mica de los a?os veinte, que impuls¨® a buena parte de sus habitantes j¨®venes a emigrar a Europa occidental, a Estados Unidos o a Argentina. Pero fue el Holocausto lo que dio el golpe de gracia a su numerosa comunidad jud¨ªa y cambi¨® radicalmente la fisonom¨ªa y el estilo de vida de la ciudad: en 1943, m¨¢s de 40.000 jud¨ªos fueron concentrados por los ocupantes nazis en la Colonia Hirch (un barrio obrero jud¨ªo) y deportados en masa a Auschwitz y otros campos de exterminio. Un 90% de ellos pereci¨® y la mayor¨ªa de los que se salvaron no quiso volver a asentarse en aquella ciudad en otro tiempo activa y alegre y desde entonces poblada de fantasmas. A¨²n despu¨¦s de esta sangr¨ªa, Sal¨®nica sufri¨® un nuevo rev¨¦s: la guerra civil griega, que no acab¨® hasta 1949. Y todav¨ªa en 1978 un gran terremoto destruy¨® parte de la ciudad.
S¨®lo hace un a?o pude visitar la Sal¨®nica real, la ciudad viva e industriosa que sigue a¨²n hoy asom¨¢ndose a medio mundo a trav¨¦s de su intensa actividad portuaria. Sal¨®nica es ahora mismo una de las ciudades m¨¢s din¨¢micas y pr¨®speras de Grecia. Como en tiempos de su dorado esplendor sefardita, los salonicenses siguen paseando por los muelles junto al mar, desde la plaza Arist¨®teles hasta la airosa Torre Blanca (una noble fortificaci¨®n turca de deslumbrante piedra caliza). En los d¨ªas de buen tiempo -que son muchos al a?o, aunque sus inviernos son rigurosos- tiene el aire de una ciudad mediterr¨¢nea: un ambiente al tiempo trabajador y festivo bajo el sol, paseos con terrazas al borde del mar y un bullicio callejero que recuerda el de Barcelona, Valencia o G¨¦nova. Pero enseguida alg¨²n detalle nos hace caer en la cuenta de que estamos en el Oriente Mediterr¨¢neo: las c¨²pulas de las iglesias ortodoxas que surgen en cada plaza, en cada confluencia de calles; aqu¨ª y all¨¢, un hammam o ba?o turco; el bazar (llamado aqu¨ª Modiano), lleno colores y olores orientales. Se hace tambi¨¦n evidente que estamos en la Macedonia griega, y no s¨®lo por los r¨®tulos de las calles o por la lengua que escuchamos, por el car¨¢cter de las gentes o por los patinillos emparrados de las tabernas en las que se ofrecen pescados y moluscos: en todas partes se encuentra, como motivo her¨¢ldico o decorativo, el sol esplendente que decoraba el escudo de Alejandro Magno, emperador macedonio que conquist¨® medio mundo y que dio a esta ciudad el nombre de una hermana suya, Tesaloniki. Y quien tuvo, retuvo: Macedonia fue despu¨¦s una provincia dilecta del imperio romano; como muestra han quedado, en lo que ahora es el pleno centro comercial de la ciudad, los restos de un gran foro romano y de un hip¨®dromo o el arco y el impresionante mausoleo de Galerio, emperador romano de Oriente. ?sta es Sal¨®nica: griega y romana, ortodoxa y jud¨ªa, bizantina y llena de huellas de la presencia turca, inconfundiblemente mediterr¨¢nea. Llena de vida y marcada por las heridas de la Historia.
De la presencia sefard¨ª a¨²n quedan unos pocos, p¨¢lidos restos: una comunidad jud¨ªa de menos de 1.000 miembros, muy activos e interesados por la recuperaci¨®n de su cultura (pero la mayor¨ªa de ellos, aunque pol¨ªglotas, no saben ya la dulce lengua judeoespa?ola de sus antepasados: hablan griego, franc¨¦s e ingl¨¦s; los pocos que conocen el judeoespa?ol apenas se atreven a hablarlo porque piensan, err¨®neamente, que es un espa?ol defectuoso). Y quedan tambi¨¦n algunas muestras de lo que fue la vida de la burgues¨ªa sefardita de finales del siglo XIX y primeras d¨¦cadas del XX en las mansiones suntuosas del barrio de residencial de Las Campa?as (as¨ª se llama, incluso cuando se habla en griego), que en tiempos fue una zona boscosa salpicada de espl¨¦ndidas residencias y hoy est¨¢ cada vez m¨¢s invadido de bloques de pisos modernos. Sobre lo que fue el viejo, inmenso, cementerio jud¨ªo, se elevan hoy los edificios actuales y bastante antiest¨¦ticos de la Universidad de Sal¨®nica, una de las m¨¢s emprendedoras y pujantes de Grecia. Todo un s¨ªmbolo del pasado y del presente de la ciudad.
Paloma D¨ªaz-Mas (Madrid, 1954) es fil¨®loga, periodista y escritora, y especialista en cultura sefard¨ª. Ha publicado, entre otros, La tierra f¨¦rtil (Anagrama).
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