Tres lecciones para Estados Unidos
Lo primero que hay que decir sobre los ataques del martes contra Nueva York y Washington es que han demostrado la vulnerabilidad de Estados Unidos, como la de cualquier sociedad moderna, ante un ataque decidido y preparado inteligentemente.
Las autoridades militares, y los organismos anal¨ªticos, uniformados y civiles, dependientes del establecimiento de defensa de Estados Unidos, llevan d¨¦cadas formulando hip¨®tesis especulativas sobre un ataque contra la naci¨®n, pero su trabajo se ha visto dominado por la mentalidad de alta tecnolog¨ªa del Pent¨¢gono y por el car¨¢cter t¨¦cnico de la sociedad estadounidense.
La planificaci¨®n siempre ha adolecido de la suposici¨®n de los planificadores de que el enemigo atacar¨¢ de una forma sim¨¦trica a las defensas ya desplegadas o que ten¨ªan previsto desplegar.
De esta forma concentraban su especulaci¨®n y planificaci¨®n sobre el peligro de un ataque con armas de destrucci¨®n masiva, probablemente utilizando m¨¦todos m¨¢s o menos de alta tecnolog¨ªa. El debate se ha centrado pr¨¢cticamente por completo en los ataques de misiles, en armas nucleares y en agentes qu¨ªmicos y biol¨®gicos.
Los planificadores de la defensa no estaban interesados en aviones comerciales d¨ªscolos. La primera lecci¨®n real -que no se aprendi¨®- nos lleg¨® hace aproximadamente 60 a?os, poco antes del final de la II Guerra Mundial, cuando un bombardero estadounidense mediano, perdido entre la niebla, se estrell¨® contra el Empire State Building de Nueva York, que en aquel momento era el rascacielos m¨¢s alto del pa¨ªs.
La lecci¨®n: no hacen falta m¨¦todos ex¨®ticos y alta tecnolog¨ªa para producir resultados devastadores. Esta lecci¨®n fue validada el martes. Basta con estrellar tres aviones antiguos contra objetivos vulnerables para hacer cundir el p¨¢nico entre las masas, paralizar a la mayor parte del Gobierno y obligar a la evacuaci¨®n de los centros de Washington, Nueva York y de otras ciudades importantes.
Una segunda lecci¨®n: las consecuencias pol¨ªticas y psicol¨®gicas de un acontecimiento de esta magnitud no se miden b¨¢sicamente por la cantidad de v¨ªctimas, sino por lo inesperado y el dramatismo del ataque. Mientras el ataque siga siendo an¨®nimo, el miedo y el p¨¢nico se intensifican.
El efecto buscado consiste en demostrar la vulnerabilidad del objetivo, y la continua vulnerabilidad de los que podr¨ªan ser objetivo la pr¨®xima vez. Y tambi¨¦n demostrar que las defensas de alta tecnolog¨ªa, de esas de las que Estados Unidos tanto se enorgullece, pueden ser burladas utilizando m¨¦todos sencillos. Se pretende demostrar que no existe ninguna defensa real contra un ataque an¨®nimo que hace uso del funcionamiento ordinario de una sociedad civil.
Este tipo de ataque es posible siempre que vuelen aviones civiles, siempre que circulen trenes, siempre que funcionen los sistemas de energ¨ªa y de servicio p¨²blico, siempre que la gente vaya a trabajar y siempre que las empresas y los mercados prosigan su actividad. Todas estas circunstancias pueden ser pervertidas, intervenidas o explotadas de forma que lesionan a sus usuarios y a la sociedad en general.
Ni siquiera un Estado de seguridad totalitaria puede resolver esto, aunque suprima las libertades civiles b¨¢sicas. Es extremadamente importante que comprendamos esto, porque habr¨¢ dos reacciones naturales ante lo que ha ocurrido, ambas esencialmente in¨²tiles.
En primer lugar, habr¨¢ constantes llamamientos a la venganza contra los responsables, dando por hecho que al final se identificar¨¢ a los autores o que ellos mismos se identificar¨¢n.
La inutilidad pr¨¢ctica de la venganza ha quedado ilustrada en repetidas ocasiones, y se sigue demostrando en Oriente Pr¨®ximo, ya que quienes emplean el terrorismo no funcionan seg¨²n una escala pragm¨¢tica de castigo y recompensa. Como saben los israel¨ªes, hacer m¨¢rtires a tus enemigos s¨®lo sirve para fomentar m¨¢s martirios.
La segunda reacci¨®n ser¨¢ que Estados Unidos necesita unas defensas a¨²n m¨¢s elaboradas de las que existen ahora. Con todo, el Pent¨¢gono, la CIA, la Agencia Nacional de Seguridad y el resto del aparato estadounidense de seguridad nacional fue incapaz de evitar los ataques del martes. Son incapaces de evitar una repetici¨®n en alguna otra versi¨®n.
No existe ning¨²n tipo de defensa tecnol¨®gica como tal frente a este tipo de situaciones. A buen seguro, aunque sea lo ¨²nico que se saque en limpio de los ataques del martes, ¨¦stos deber¨ªan haber demostrado a los estadounidenses la improcedencia de la defensa nacional de misiles.
Hay medidas ordinarias de seguridad que se pueden adoptar o mejorar, pero la naturaleza de los ataques montados partiendo de las funciones regulares de una sociedad significa que no existe ninguna defensa completa ni concluyente. Esto ha quedado demostrado por toda la historia del terrorismo en los siglos XIX y XX.
La lecci¨®n final y m¨¢s profunda de estos acontecimientos es la que resultar¨¢ m¨¢s dura de aceptar a un gobierno, y a este Gobierno en particular. La ¨²nica defensa verdadera contra un ataque externo es un esfuerzo serio, continuado y valiente por encontrar soluciones pol¨ªticas a los conflictos nacionales e ideol¨®gicos que afecten a Estados Unidos.
La conclusi¨®n inmediata que pr¨¢cticamente todo el mundo ha extra¨ªdo sobre el origen de estos ataques es que proceden de la lucha entre israel¨ªes y palestinos. Es razonable pensar que as¨ª sea, aunque no haya todav¨ªa ninguna prueba.
Durante m¨¢s de 30 a?os, Estados Unidos se ha negado a hacer un esfuerzo aut¨¦nticamente imparcial para encontrar una soluci¨®n a ese conflicto. Se ha implicado en Oriente Pr¨®ximo de mil maneras, pero jam¨¢s ha aceptado la responsabilidad de tratar imparcialmente con ambos bandos, encerrados en su agon¨ªa compartida y en su tragedia mutua.
Si fueran ciertas las actuales especulaciones sobre estos bombardeos, a Estados Unidos le habr¨¢ tocado su parte de esa tragedia de Oriente Pr¨®ximo.
? 2001. Los Angeles Times Syndicate, divisi¨®n de Tribune Media Services.
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